Josué 8: Sucesos en Hai

Un aspecto que se debe destacar en esta primera parte del pasaje es la organización y disciplina que logró infundir Josué a los combatientes, especialmente si la comparamos con la primera incursión hacia Hai. Los términos que se usan son: “les mandó” (del verbo heb., tsav), “Mirad que yo os lo he mandado”, y “Josué los envió”. Evidentemente son más fuertes que los de la primera incursión donde se dice: “Fueron allá unos 3.000 hombres…”. No se trata de pensar que en el primer caso los combatientes hicieron lo que consideraron probablemente conveniente, pero sí es notable que en esta segunda incursión se destaca el papel directivo de Josué, y la disciplina que el grupo tenía para responder a las órdenes.

Es importante aprender que las cosas que Dios ofrece en sus promesas son recibidas en medio del esfuerzo y la preparación, no en medio de la pasividad y la mera espontaneidad. Asuntos de gran magnitud, como la toma de Hai, no se consiguen en forma ligera sino que exigen una preparación minuciosa y detallada, preparación que implica una conciencia clara acerca de quién es el Señor de la historia, el cual guía en cada paso a su pueblo.

En esta ocasión también hubo realismo y una visión más aterrizada de la situación, a diferencia de lo que había ocurrido en la primera incursión cuando dijeron: “No fatigues a todo el pueblo allí, porque ellos son pocos”. Por el contrario, en la segunda incursión hubo necesidad de preparar una emboscada para sacar a los hombres de Hai fuera de ella y combatirlos en un terreno neutral. Lo que antes parecía tan fácil de acuerdo a un primer informe de los espías, ahora se afrontaba con todos los preparativos y la inteligencia con que un enemigo debe ser enfrentado. Menospreciar al enemigo ya es un paso hacia atrás en la marcha hacia la victoria. Los desafíos y los obstáculos deben ser afrontados con toda la seriedad y responsabilidad que sean necesarias. Josué y su ejército deben asegurarse no sobre suposiciones sino sobre realidades manteniendo firme la confianza en Dios.

Un aspecto que se debe rescatar de esta experiencia del pueblo de Israel es que el nuevo intento fortaleció el ánimo del pueblo. Quizá la derrota inicial tuvo el mismo efecto en el pueblo que el que tuvo en Josué. Lógicamente el desánimo podría impedir un nuevo intento de alcanzar esta ciudad; pero después de la corrección de los errores, de las órdenes y de la organización que impartió Josué, el pueblo se dispuso para un nuevo ataque que tendría resultados altamente positivos.

El sentirse derrotado y luego intentar la superación de un obstáculo puede permitir un paso hacia adelante en la maduración, y eso es lo que sucedió al pueblo, que dejó un recuerdo de esta victoria para que siempre la memoria colectiva fuera inyectada positivamente con aquella experiencia.

Haciendo realidad la promesa

La orden para el ataque final la dio Jehová, nuevamente a través de Josué quien extendió su lanza, como símbolo del combate, en dirección a la ciudad. Así la mantuvo hasta que terminó la lucha y los de Israel tomaron completamente la ciudad.

En este proceso se pueden mencionar varias cosas: Por un lado, la muerte generalizada de los habitantes de la ciudad, que a la mente actual puede parecer muy fuerte y de dudoso carácter en cuanto a la manera en que se alcanzan las promesas de Dios. Es necesario volver al contexto histórico del pueblo, pues de otra manera se puede terminar en justificaciones extrabíblicas de masacres y genocidios que son ajenos al propósito del texto bíblico. La guerra es una guerra en cualquier parte del mundo, pero esta ha sido usada por Dios para corregir aun al mismo pueblo escogido. En este período, como ya se ha mencionado, la toma de Canaán no es la llegada a un jardín de flores sin espinas. Más bien, la tierra prometida es un espacio que se debe alcanzar a través de los medios necesarios en ese período histórico de la revelación y en ese momento histórico del pueblo hebreo. Hombres y mujeres murieron en este combate, pero se debe recordar que son sociedades caracterizadas por el valor que otorgan a la comunidad en detrimento, a nuestro parecer del siglo XXI, de la individualidad. Esta valía, pero no en la misma medida que en la actualidad. Por eso, desarraigar a un pueblo implicaba no solo derrotar a los combatientes que salieron de Hai sino a su descendencia.

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