La manifestación de Jehová en la historia de Israel no fue una intervención ocasional y mágica, sino una presencia permanente e histórica. Por eso este pueblo fue receptor de la revelación de Dios en este período de la historia; aprendió a conocer a Jehová en esta forma, y paradójicamente la ausencia o demora, según ellos, de una acción redentora por parte de Jehová los hacía caer en confusión y dudas que en algunas ocasiones, eran fatales para el avance hacia la tierra prometida.
Las aguas “se detuvieron” mientras los sacerdotes permanecían en el centro. El mismo verbo heb. (amad) es traducido “estuvieron, para hablar de la inmovilidad de los sacerdotes.
Todo el evento del cruce milagroso es significativo puesto que subraya la presencia de Jehová en medio del pueblo que atraviesa uno de los lugares y momentos más especiales en su historia: van camino a la meta que animó a toda una generación.
Después que los israelitas pasaron el río sanos y salvos, ¿qué? ¿Conquistar la tierra? Todavía no. Primero, Dios les mandó construir un monumento con doce piedras sacadas del río por doce hombres, uno de cada tribu. Esto puede parecer un paso insignificante en su misión de conquistar la tierra, pero Dios no quería que su pueblo emprendiera nada sin prepararse. Debían concentrarse en Dios y recordar quién los estaba guiando. Cuando esté ocupado haciendo las tareas que Dios le ha dado, aparte unos momentos de quietud, ratos para levantar su monumento al poder de Dios. El exceso de actividad puede hacerle perder su concentración en Dios.
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Irisbelia Otero
Amén