Esta actitud participa del trabajo de Dios que consiste en no entregar a los hombres en manos de sus enemigos por la simple razón de hacer cumplir una ley.
Es interesante que en las ciudades de refugio no había un procedimiento para restaurar la relación con Dios mediante un sacrificio como estaba prescrito para otros eventos, pero hay una referencia que no es muy clara a la muerte del sumo sacerdote como una marca del final del refugio para el homicida.
El sumo sacerdote era representante del pueblo ante Dios en los actos sacrificiales, pero en este capítulo la muerte del sumo sacerdote tenía el mismo efecto que el del sacrificio de un animal en la ceremonia de expiación.
El sentido es que la totalidad de la comunidad levítica que estaba en cada ciudad de refugio podía ser afectada por la presencia sería condición de la muerte antes que pudiese el homicida regresar a su propia ciudad y familia.
Un aspecto más para subrayar en este pasaje es la igualdad de acceso a las ciudades de refugio que se ofreció a los israelitas y a los extranjeros que vivieran dentro de ellos. Esto no es otra cosa que una reiteración del carácter universal del mensaje que el pueblo portaba, de la universalidad del proyecto de Dios que incluía a toda la humanidad y no se limitaba a una etnia. Este principio de igual acceso para los extranjeros en estas ciudades estaban en tensión con el principio de la ruptura radical con las prácticas abominables de la sociedad cananea. Pero sin esta posibilidad de ser medidos dentro de esta justicia, los extranjeros se hubieran convertido fácilmente en objeto de la violencia indiscriminada por parte de los israelitas.
Estas ciudades de refugio se convierten sin lugar a dudas en un modelo de una sociedad compasiva, que teniendo sus leyes no debía colocarlas por encima de la persona humana y de la shalom de Dios en la vida del pueblo. Actualmente se puede ver este modelo como un desafío para los cristianos que viven en medio de situaciones con altos niveles de violencia. Se tienen a los desterrados por las luchas políticas, los niños de la calle, las víctimas de la violencia familiar, etc. como personas necesitadas de refugio y de espacios y procesos para su restauración.
Las cárceles tendrían que ser una imitación de este esfuerzo, pero en realidad son otra cosa muy diferente a la restauración del criminal que busca a Dios. Allí también existe un desafío para los capellanes cristianos que pueden encontrar en esta experiencia de Israel un contra modelo de sociedad que no se limita a reprimir, sino que se dispone para restaurar.