Josué 2: Josué envía espías a Jericó

El diálogo de Rajab con los espías

En esta segunda parte del capítulo se registra el diálogo de Rajab con los espías escondidos en la azotea de la casa.

La primera en hablar es Rajab quien expresa una confesión de fe. En ella combina el miedo, común a los que se sentían asediados, con la confianza en que Jehová también puede librarle, junto con su familia, de la muerte inminente. La fe de Rajab surge de su experiencia y angustia existencial, más que por la recepción de un mensaje que los espías le hubiesen predicado. Sin embargo, ella muestra conocimiento de las acciones portentosas de Dios con los israelitas. En todo caso, este haz de verdad que ella encuentra es compatible con la revelación progresiva de Dios en este tiempo, y que incluye a personas como Rajab, que por ser mujer ya era marginada, y mucho más por su ocupación.

Es claro que el Espíritu Santo estaba hablando a la vida de ella debido a la iniciativa misericordiosa de Dios. Se utiliza el término “misericordia” que en el hebreo es jesed aplicado generalmente al amor de Dios por su pueblo, y al afecto interpersonal caracterizado por la lealtad. Rajab destaca el tipo de afecto que ella ha tenido por los espías y espera reciprocidad de su parte. Uno puede ver la obra de Dios en personas como Rajab al expresar este tipo de sentimientos, quizá muy diferente al que ella podía expresar en la práctica de su ocupación cotidianamente, los cuales estaban motivados por intereses económicos inmediatos. La actitud de Rajab ahora está motivada por intereses más altos: su vida y la vida de su familia, y esto constituye sin duda alguna un cambio de mente y de conducta.

La respuesta de los espías consiste en proponer un pacto a Rajab, en el que ella se obliga a cumplir algo que ya estaba de hecho haciendo, es decir, encubrir la presencia de ellos en Jericó. Otra explicación de esta solicitud es que ella aún no había hablado con los enviados del rey y por eso cuando ellos llegaron ya todo estaba arreglado.

Por su parte los espías se comprometen con ella a cuidar de su vida y la de su familia cuando ellos tomen Jericó. Este compromiso constituía una excepción al anatema o destrucción total del enemigo y ofrecimiento a Dios. Este caso demuestra que la muerte de los cananeos no era un fin en sí mismo, ni una masacre indiscriminada, sino una condena total al sistema de la ciudad antigua y todo lo que ella implicaba. La salvación de la vida de algunos de los habitantes de la ciudad puede ser visto como un acto de gracia divina que no contradice su juicio contra lo que se opone a su propósito de crear un pueblo nuevo, el cual había escogido entre los pueblos sometidos de la tierra.

Rajab demuestra de inmediato su fidelidad al pacto con los gestos que se relatan a continuación : Ella facilita el escape de los espías, aprovechando la ventana que hay sobre el muro y hacia afuera de la ciudad. Además, les orienta a los espías para garantizarles seguridad mediante la recomendación de ir hacia el lado opuesto al que habían seguido los perseguidores. Quiere decir que los espías irían hacia el oeste de la ciudad donde debían permanecer tres días, el tiempo exacto que Josué había dado para prepararse y pasar el Jordán.

La última instrucción de parte de los espías a Rajab contempla como familia lo que era esta unidad en la antigüedad, a saber: toda la servidumbre y la familia por parte del padre que podía incluir abuelos, tíos y aun otros. La seguridad de ellos consistía en reunirse en casa de Rajab, donde seguramente había lugar para todos, si se considera que era una casa de prostitución. La señal del cordón rojo corresponde a la señal de sangre pintada en los dinteles de las casas de los hebreos en Egipto, lo que garantizó su seguridad en medio de la destrucción.

El relato se apresura al colocar a los espías en “la región montañosa”, escondidos por tres días. Luego regresan ante Josué para dar la información que este necesitaba. Los espías contaron a Josué todo lo que les había acontecido, incluyendo la entrevista y los acuerdos con Rajab lo que permitirá que aquél dé las instrucciones correctas en el momento de la toma. cuando Moisés envió espías muchos años antes. Aquellos representaban a cada una de las tribus de Israel; y su informe produjo desánimo. Ahora, en esta ocasión, no hay un análisis detallado de la situación que permitiera encontrar obstáculos, sino que hay una apreciación positiva basada en lo observado. Pero es más: el ánimo de los espías —y después del pueblo entero— está cimentado en las promesas de Dios, en la seguridad de que quien entrega a Jericó en sus manos no es la estrategia militar de Josué sino “Jehová”, él “ha entregado…”. Esta realidad los hace fuertes y potentes frente a sus enemigos, quienes “…tiemblan ante nosotros…”. Sucede así porque el Dueño de la tierra la ha entregado a ellos; no hay otra razón para tales efectos. Si esta convicción acompañara al pueblo en todas las incursiones, los problemas y obstáculos se habrían aminorado; pero la tendencia humana los hizo, en más de una ocasión, pensar más en sus propias fuerzas y por lo tanto en sus limitaciones, las que dejaron a un lado la visión del poder de Jehová quien es en verdad el principal actor de este proceso.

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