A Josué lo encontramos en Egipto, desierto de Sinaí y Canaán (la tierra prometida), de ocupación: Asistente especial de Moisés, guerrero, líder. Hijo de Nun y contemporáneo de Moisés, Caleb, María, Aarón
Espías en Jericó
Este capítulo muestra a Josué haciendo uso de la estrategia para alcanzar la promesa que Jehová hizo al pueblo. La razón para examinar la tierra y especialmente Jericó está en que la estrategia de posesión de la tierra se haría en tres campañas: la del Centro de Canaán, la del Sur, y la del norte. De acuerdo con esto el cruce del Jordán y la toma de Jericó eran claves geográficamente para desde allí difundirse hacia las tres zonas antes mencionadas.
El envío de los espías
“Secretamente” Josué envió dos espías, quizá para evitar que el pueblo se alarmara por alguna mala noticia proveniente del otro lado del Jordán, lo cual provocaría desánimo, como ocurrió con el informe de los espías enviados por Moisés. Parece que Sitim fue el último campamento de los hebreos antes de pasar a la tierra de Canaán. Este lugar estaba al frente de la ciudad de Jericó, probablemente uno de los centros de adoración a la divinidad lunar. La “tierra” se refiere al territorio que circundaba a la ciudad en la cual se localizaban los trabajadores del campo. Esta parte del territorio era importante conocerla, pues los hebreos eran campesinos y este era un espacio favorable para repliegues o la ubicación de los guerreros antes de tomar la ciudad.
Un hecho notable de esta incursión en Canaán es el encuentro de los espías con una mujer prostituta quien los recibió y alojó en su casa. Algunos comentaristas afirman sin mucha consistencia que los espías tuvieron relaciones sexuales con ella, lo cual no parece ser muy factible sobre todo en un momento cuando los guerreros del pueblo escogido tenían una conciencia de la importancia de mantenerse puros. Si ocurrió o no este evento, lo que es significativo es la actitud de la mujer hacia ellos, más por razones de su seguridad personal que por afectos personales que hubiese tenido con ellos. Como lo demuestran sus palabras más adelante, ella tenía conocimiento como la mayoría del pueblo de la presencia de los hebreos al otro lado del Jordán y los logros obtenidos en el desierto.
Esta primera parte del texto omite el diálogo de Rajab con los espías, para dar lugar a la narración de su actitud ante la visita de los enviados del rey. Además es posible que ella fuera la jefe de la casa de prostitución y no necesariamente una prostituta entre varias, pues más adelante se hará referencia a su familia. Por otro lado, una casa de estas no pasaba inadvertida para los viajeros y seguramente era un punto de encuentro común debido a estar ubicada en el muros de la ciudad.
El rey se dio cuenta de la presencia de los enviados porque en las murallas había vigilancia permanente que advertía la entrada de extraños a la ciudad o su merodeo por las murallas.
Al parecer la mujer ya los había escondido, aunque esto no es claro en el texto hebreo. Lo que supone es que habían llevado un diálogo preliminar que la motivó a velar por su seguridad. Muestra la mentira de Rajab, que puede explicarse (aunque no justificarse) por las costumbres de hospitalidad en el Oriente que obligaban a hospedar al peor enemigo en caso de que hubiese probado la sal de la casa. El Nuevo Testamento elogia a Rajab por su fe, no por su mentira. En la versión de cosas que ofrece Rajab, ella deja conocer información acerca de la hora de entrada de los espías, pues según ella los hombres se fueron cuando ya era oscuro. Esto implica que habían llegado al atardecer o poco antes de que se cerraran las puertas de ingreso a la ciudad.
La persecución se lleva a cabo con una lógica lineal. Si ellos llegaron cruzando el Jordán, por esa misma ruta se regresarían. La respuesta de Rajab muestra cierta ingenuidad, y al mismo tiempo sus palabras tienen cierta credibilidad.