Job 30:24 Sin embargo ¿no extiende la mano el que está en un montón de ruinas, cuando clama en su calamidad?
Job 30:25 ¿No he llorado por aquél cuya vida es difícil? ¿No se angustió mi alma por el necesitado?
Job 30:26 Cuando esperaba yo el bien, vino el mal, cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.
Job 30:27 Por dentro me hierven las entrañas, y no puedo descansar; me vienen al encuentro días de aflicción.
Job 30:28 Ando enlutado, sin consuelo; me levanto en la asamblea y clamo.
Job 30:29 He venido a ser hermano de chacales, y compañero de avestruces.
Job 30:30 Mi piel se ennegrece sobre mí, y mis huesos se queman por la fiebre.
Job 30:31 Se ha convertido en duelo mi arpa, y mi flauta en voz de los que lloran.
El desventurado Job no encuentra explicación a sus sufrimientos, ya que ha procurado hacer bien a todos cuando se hallaba en situación próspera: siempre compasivo, estaba al lado de los desventurados; sin embargo, cuando esperaba el premio a sus actos virtuosos, le sobrevino la desgracia del modo más cruel e intolerable: en vez de la luz — símbolo de los beneficios otorgados por Dios — ha recibido oscuridad, alejamiento de la faz radiante y protectora de su Dios. Su vida, por tanto, es una continua agitación íntima, Se siente solo como en duelo y no encuentra consuelo ni en la asamblea de sus conciudadanos, que no quieren oír ni interesarse por su problema, suponiendo de antemano que es culpable ante Dios. Se siente aislado como en el desierto, viviendo en medio de los chacales y avestruces, a los que puede saludar como hermanos y compañeros. Sus mismos gemidos desconsolados tienen algo de parecido con los aullidos de las fieras y animales de la estepa.
Consumido por la fiebre, tiene la piel ennegrecida y se siente como un esqueleto viviente. Se considera ya moribundo, y sus gemidos son como un canto fúnebre anticipado: su alegría — cítara — se ha convertido en duelo, y le parece oír ya el cortejo elegiaco de las plañideras que le llevan a la mansión de la muerte.