Job 30:11 Por cuanto El ha aflojado la cuerda de su arco y me ha afligido, se han quitado el freno delante de mí.
Job 30:12 A mi derecha se levanta el populacho, arrojan lazos a mis pies y preparan contra mí sus caminos de destrucción.
Job 30:13 Arruinan mi senda, a causa de mi destrucción se benefician, nadie los detiene.
Job 30:14 Como por ancha brecha vienen, en medio de la tempestad siguen rodando.
Job 30:15 Contra mí se vuelven los terrores, como el viento persiguen mi honor, y como nube se ha disipado mi prosperidad.
Job 30:16 Y ahora en mí se derrama mi alma; se han apoderado de mí días de aflicción.
Job 30:17 De noche El traspasa mis huesos dentro de mí, y los dolores que me roen no descansan.
Job 30:18 Una gran fuerza deforma mi vestidura, me aprieta como el cuello de mi túnica.
Job 30:19 El me ha arrojado al lodo, y soy como el polvo y la ceniza.
No sólo las burlas, sino que también los ataques directos se suceden por parte de estas gentes, que son como bestias que han logrado soltar la cuerda y rechazar el freno que las sujetaba. Antes se sentían sobrecogidos ante la majestad y poder de Job, pero ahora se ven libres de este sentimiento, que los tenía atados, y desaforadamente se alzan contra el que creían su opresor. Se trazan designios perniciosos y destruyen las sendas de la vida del infortunado. Avanzan como un ejército de forajidos, que irrumpen haciendo ancha brecha en las murallas que rodean la vida de Job, y por medio de las ruinas se revuelven hasta llegar a su objetivo. El alma del infortunado Job se halla como envuelta en sobresaltos y terrores que por doquier le asaltan. Ni de día ni de noche puede dar quietud a su espíritu angustiado.
En el fondo, el causante de su tragedia es el propio Dios, que le ha sometido a una prueba intolerable: le ha cercado y le sujeta como el adversario que le agarra su vestido y le aprieta ciñéndose a él como la orla de su túnica, arrojándole, finalmente, al fango, donde se ha convertido en algo tan despreciable como el polvo y la ceniza.
Job 30:20 Clamo a ti, y no me respondes; me pongo en pie, y no me prestas atención.
Job 30:21 Te has vuelto cruel conmigo, con el poder de tu mano me persigues.
Job 30:22 Me alzas al viento, me haces cabalgar en él, y me deshaces en la tempestad.
Job 30:23 Pues sé que a la muerte me llevarás, a la casa de reunión de todos los vivientes.
En la angustia, Job se siente solo, ya que Dios — el único que podía prestarle auxilio — no responde a sus súplicas; con ello se muestra cruel, pues desahoga su fuerza desproporcionada contra el que no puede defenderse. Y parece que se complace en jugar con su víctima, ya que la zarandea y la lleva como nube empujada por el viento, que, al fin, bajo la tormenta, se convierte en agua. Job no se forja ilusiones y sabe que el final de tanto sufrimiento será la muerte y el Seol, lugar de cita de todos los vivientes