¿Era así Nicodemo? La enseñanza acerca del nuevo nacimiento que procede de Dios no debería haberle parecido extraña. Ezequiel, por ejemplo, había hablado repetidas veces del corazón nuevo que ha de ser creado en los seres humanos: «Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis; casa de Israel?» (Ezequiel 18:31). «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros» (Ezequiel 36:26). Nicodemo era un experto en la Sagrada Escritura, y los profetas habían escrito mucho acerca de la experiencia de la que estaba hablándole Jesús. Si una persona no quiere renacer, le resultará incomprensible lo que quiere decir el nuevo nacimiento. Si uno no quiere cambiar, le cerrará voluntariamente los ojos y la mente y el corazón al poder que le puede cambiar.
En última instancia, lo que pasa con tantos de nosotros es sencillamente que, cuando viene Jesús a ofrecerse a cambiarnos yrecrearnos, Le decimos más o menos: «No, gracias; estoy perfectamente así, y no quiero cambiar.» Nicodemo tuvo que replegarse otra vez a la defensiva. Lo que dijo era algo así como: «Ese renacimiento del que estás hablando puede que no sea imposible, pero no puedo entender cómo funciona.»
La punta de la contestación de Jesús está en que la palabra griega para espíritu, pneuma, también quiere decir viento: Lo mismo sucede con la palabra hebrea rúaj, que también quiere decir espíritu y viento. Así es que Jesús le dijo a Nicodemo: «Tú puedes oír y sentir el viento (pneuma); pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Puede que no entiendas cómo y por qué sopla el viento, pero puedes sentirlo. Puede que no entiendas de dónde viene la tempestad ni adónde va, pero puedes observar sus efectos en las nubes y los árboles. Hay muchas cosas del viento que no puedes entender, pero sus efectos están a la vista.» Y prosiguió: «El Espíritu (Pneuma) es exactamente lo mismo. Puede que no sepas cómo obra; pero puedes ver Sus efectos en las vidas humanas.»
Jesús decía: «Esto no es nada teórico. Hablamos de lo que hemos visto de hecho. Podemos señalar a muchas personas que han nacido de nuevo por el poder del Espíritu.» El doctor John Hutton solía citar el caso de un obrero que había sido un borracho empedernido y se había convertido. Sus compañeros hicieron todo lo posible por ridiculizarle. «No nos dirás que puedes creer en los milagros y en cosas por el estilo –le decían–. Por ejemplo, que Jesús convirtió el agua en vino».
«No sé si convirtió el agua en vino cuando estaba en Palestina –contesto–; pero sé que en mi casa ha convertido el alcohol en muebles y ropa y comida sana.»
Hay un montón de cosas en este mundo que usamos todos los días sin saber cómo funcionan. Son los menos entre nosotros los que saben cómo funcionan la electricidad, la radio, la televisión y hasta el coche, entre otras muchas cosas; pero no por eso decimos que no existen. Muchos de nosotros usamos un coche aunque no tenemos más que una ligerísima idea de lo que pasa debajo del capó; aunque no entendemos del todo cómo funciona, eso no nos impide usarlo y disfrutar de todas sus ventajas.
Puede que no entendamos cómo obra el Espíritu, pero Su efecto en las vidas de las personas está a la vista de todo el mundo. El argumento incontestable a favor del Evangelio son las vidas cambiadas de los que lo han aceptado. Nadie debiera descartar una fe que es capaz de hacer que los malos se hagan buenos. Jesús dijo a Nicodemo: «He tratado de ponértelo fácil. He usado ejemplos humanos sencillos tomados de la vida diaria, y no has entendido. ¿Cómo esperas entender las cosas profundas si hasta las más sencillas te resultan incomprensibles?»
Hay aquí una seria advertencia para todos nosotros. Es fácil tomar parte en grupos de discusión, ponerse a estudiar y a leer libros, a discutir intelectualmente el Cristianismo; pero lo esencial es experimentar el poder del Evangelio. Es verdad que es importante tener una comprensión intelectual del orbe de la verdad cristiana; pero es mucho más importante tener una experiencia vital del poder de Jesucristo. Cuando un paciente está bajo tratamiento médico, o tiene que ser operado, o se le recetan ciertas medicinas, no tiene necesidad de conocer todo el orbe de la anatomía, ni cómo actúan la anestesia o los fármacos en su cuerpo para recuperar la salud. El noventa y nueve por ciento de los pacientes experimentan la curación sin ser capaces de decir cómo se realizó. En un sentido, el Evangelio actúa así. Encierra un misterio, pero no porque desafía a la comprensión intelectual; es el misterio de la redención.
Al leer el Cuarto Evangelio resulta difícil saber cuándo terminan las palabras de Jesús y empiezan las del evangelista. Juan ha pasado tanto tiempo pensando en las palabras de Jesús que pasa imperceptiblemente de ellas a sus propios pensamientos acerca de ellas. Es casi seguro que las últimas palabras de este pasaje son de Juan. Es como. si alguien preguntara: «¿Qué derecho tiene Jesús a decir esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que es cierto?» La respuesta de Juan es sencilla y terminante: «Jesús –dice– descendió del Cielo para comunicamos la verdad de Dios. Y, después de compartir la. vida de la humanidad y morir por ella; volvió a Su gloria.» Juan aseguraba que Jesús tenía derecho a hablar así porque conocía personalmente a Dios, porque había venido directamente del Cielo a la Tierra y porque lo que Él decía no era sino la verdad de Dios, porque Jesús era y es la encarnación de la Mente de Dios.
El Cristo elevado