Jesús y Nicodemo

Apliquemos ese principio a las dos peticiones de la Oración Dominical: la segunda completa y explica la primera, y así llegamos a la definición del Reino del Cielo como una sociedad en la que la voluntad de Dios se hace en la Tierra tan perfectamente como en el Cielo. Estar en el Reino del Cielo es, por tanto, llevar una vida en la que lo sometemos todo voluntariamente a la voluntad de Dios; es haber llegado a una situación en la que aceptamos la voluntad de Dios de una manera perfecta y completa.

Ahora vamos a fijarnos en la condición de hijos. En un sentido, es un privilegio tremendo. A los que creen se les concede el derecho de llegar a ser hijos de Dios: Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. (Juan 1:12).
Pero es de la misma esencia de la condición de hijos la obediencia. «Si Me amáis, guardad mis mandamientos.» «El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama…» (Juan 14:15 y 21). La esencia de la condición de hijos es el amor, y la esencia del amor es la obediencia. No podemos ser sinceros si decimos que amamos a una persona y hacemos cosas que hieren y entristecen su corazón. Ser hijos es un privilegio del que se participa solamente cuando se rinde una obediencia perfecta. Así pues, ser hijos de Dios y estar en el Reino de Dios son la misma cosa. Los hijos de Dios y los ciudadanos de Su Reino son las personas que han aceptado completa y libremente la voluntad de Dios.

Ahora fijémonos en la vida eterna. Es mejor llamarla eterna que perdurable. Lo principal de la vida eterna no es simplemente una cuestión de duración. Está claro que una vida que se prolongara indefinidamente podría ser un infierno lo mismo que un cielo. La idea que subyace en la vida eterna es la de una cierta calidad de vida. ¿Cuál? Hay sólo Uno al Que se le puede aplicar este adjetivo eterno (aiónios), y es Dios. La vida eterna es la clase de vida que vive Dios, la vida de Dios. El entrar en la vida eterna es llegar a participar de la clase de vida que es la vida de Dios. Es estar por encima de todo lo meramente humano y pasajero, y entrar en el gozo y la paz que pertenecen solamente a Dios. Está claro que no se puede entrar en esa íntima comunión con Dios a menos que Le ofrezcamos el amor, la devoción y la obediencia que Le son debidos y que nos introducen en ella.

Aquí tenemos, pues, tres grandes concepciones gemelas: entrar en el Reino del Cielo, llegar a ser hijos de Dios y participar de la vida eterna; y las tres dependen y son productos de la obediencia perfecta a la voluntad de Dios. Aquí es donde se introduce la idea del nuevo nacimiento: es lo que enlaza y armoniza estas tres concepciones. Está claro que, tal como somos y dependiendo de nuestras fuerzas somos absolutamente incapaces de rendir a Dios esa perfecta obediencia; sólo cuando la gracia de Dios llega a tomar posesión de nosotros y nos cambia podemos darle a Dios la reverencia y la devoción que Le debemos. Nacemos de nuevo por medio de Jesucristo; es cuando Le entregamos nuestros corazones y vidas cuando se produce el cambio:

Cuando eso sucede, nacemos de agua y del Espíritu. Aquí hay dos ideas. El agua es el símbolo de la limpieza. Cuando Jesús toma posesión de nuestras vidas, cuando Le amamos con todo nuestro corazón, nuestros pecados pasados son perdonados y olvidados. El Espíritu es el símbolo del poder. Cuando Jesús toma posesión de nuestras vidas, no es sólo que nuestros pecados pasados son perdonados y olvidados; si eso fuera todo, podríamos volver otra vez a arruinar la vida, pero entra en ella un nuevo poder que nos permite ser lo que por nosotros mismos no podríamos ser, y hacer lo que por nosotros mismos no podríamos hacer. El agua y el Espíritu representan la limpieza y la fortaleza del poder de Cristo que borra el pasado y da la victoria en el futuro.

Por último, en este pasaje Juan establece una gran ley. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. La persona humana no es nada más que carne, y sus posibilidades se limitan a las de la carne. Por sí misma no puede salir de la frustración y del fracaso; eso lo sabemos muy bien, es el hecho universal de la experiencia humana. Pero la esencia misma del Espíritu es un poder y una vida que están por encima de la vida y el poder humanos, y cuando el Espíritu toma posesión de nosotros, la vida derrotada de nuestra naturaleza humana se transforma en la vida victoriosa de Dios.

Nacer de nuevo es experimentar un cambio tan total que sólo se puede describir como re-nacimiento o re-creación. Este cambio se produce cuando amamos a Jesús y Le dejamos entrar en nuestro corazón. Entonces se nos perdona el pasado y el Espíritu nos capacita para el futuro; entonces podemos aceptar la voluntad de Dios de veras. Y entonces llegamos a ser ciudadanos del Reino del Cielo, e hijos de Dios, y a entrar en la vida eterna, que es la vida misma de Dios.

La obligación de saber y el derecho de hablar

El no comprender puede ser por varias razones. Puede ser porque no se ha llegado al nivel de experiencia y de conocimientos necesarios para poder captar la verdad. «El que no sabe es como el que no ve», decimos. Si alguien se encuentra en esa situación, nuestro deber es hacer todo lo posible para explicarle las cosas, para que pueda captar el conocimiento que se le ofrece. Pero hay veces que no se entiende porque no se quiere entender: «No hay peor ciego que el que se niega a ver.» Una persona puede cerrar la mente para no ver una verdad que no quiere reconocer o aceptar.

Ayúdanos a continuar Sembrando La Palabra de Dios

WebDedicado ha sido autorizado a recaudar las donaciones para continuar con La gran Comisión.


Deja el primer comentario