Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. Lucas 10.38-42
El choque de temperamentos
Sería difícil encontrar un boceto de caracteres más pintoresco y con mayor economía de palabras que éste.
(i) Aquí tenemos un choque de temperamentos. Algunas personas son polvorillas de actividad; otras son naturalmente tranquilas. Y a las activas les cuesta comprender a las contemplativas, y viceversa. No es que la una sea buena y la otra no. Dios no nos ha hecho a todos iguales. Dios necesita sus Martas y sus Marías. Como decía Teresa de Jesús, en el servicio del Señor deben estar juntas Marta y María.
(ii) Estos versículos nos muestran algo más: a veces se muestra una amabilidad equivocada. Recordemos adónde iba Jesús cuando esta escena tuvo lugar: se dirigía a Jerusalén, a morir en la Cruz. Todas sus facultades estaban tensas por la batalla interior que estaba librando para someter su voluntad a la voluntad de Dios. Cuando llegó Jesús a aquella casa de Betania, fue un gran día; y Marta quería celebrarlo ofreciéndole a Jesús lo mejor que hubiera en la casa; así es que iba de acá para allá llevando, y haciendo, y guisando, y preparando cosas… y eso era lo que menos quería Jesús entonces. Quería tranquilidad. Con la Cruz por delante y la tensión dentro de sí, había acudido a Betania buscando un oasis de calma alejado de las multitudes exigentes aunque sólo durara una o dos horas. Y eso fue lo que le ofreció María; y Marta, con la mejor intención, hizo lo posible por quitárselo. «Con cualquier cosita bastaría.» Posiblemente quería decir: « No quiero un gran banquete; un solo plato, de lo que sea, es más que suficiente.» María comprendió, y Marta no.
Aquí tenemos una de las cosas difíciles de la vida. A menudo queremos ser amables con la gente, pero a nuestra manera. Y si no acertamos, nos damos por ofendidos y nos quejamos de que no se aprecia nuestro esfuerzo. Si queremos de veras ser amables, lo primero que debemos intentar es comprender a la persona a la que queremos ayudar, y olvidarnos de todo lo que querríamos hacer nosotros. Jesús amaba a Marta, y Marta le amaba a Él; pero, cuando Marta se proponía ser amable, tenía que serlo a su manera, que era precisamente la contraria de la que Jesús necesitaba. Jesús amaba a María, y María le amaba a Él, y María le comprendió.