La cosecha que espera
Entonces Jesús les dijo a Sus discípulos: La cosecha es abundante, pero hay pocos obreros. Así que pedidle al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha. Aquí tenemos una de las cosas más características que dijo nunca Jesús. Cuando Él y los líderes religiosos de Su tiempo miraban a las multitudes de personas normales y corrientes, las veían de maneras completamente diferentes. Los fariseos veían a la gente normal como paja que no servía para nada más que para quemarla; Jesús los veía como una cosecha que había que recoger y poner a salvo. En su orgullo, los fariseos esperaban la destrucción de los pecadores; en Su amor, Jesús murió por la salvación de los pecadores.
Pero aquí tenemos también una de las verdades supremas y uno de los supremos desafíos cristianos. La cosecha no se siega sola, y hacen falta segadores que la sieguen. Es una de las verdades luminosas de la fe y de la vida cristiana que Jesucristo necesita personas. Cuando estaba en el mundo, podía alcanzar con Su voz a unos pocos. Nunca estuvo fuera de Palestina, y había todo un mundo que estaba esperando. Jesús sigue queriendo que la gente oiga la buena noticia del Evangelio, pero no podrán oírla a menos que haya quien se la dé. Quiere que todo el mundo oiga la Buena Noticia; pero nunca la oirá a menos que haya personas dispuestas a cruzar los mares y las montañas para llevársela.
La oración no es suficiente. Puede que alguien diga: «Voy a orar todos los días de mi vida para que venga el Reino de Dios.» Pero en esto, como en tantas otras cosas, la oración sin las obras es una cosa muerta. Martín Lutero tenía un amigo que pensaba como él acerca de la fe cristiana. Era otro fraile. Llegaron a un acuerdo: Lutero saldría al campo de batalla para que hubiera una Reforma, y su amigo se quedaría en el monasterio sosteniendo a Lutero en oración. Y así empezaron. Una noche, el amigo de Lutero tuvo un sueño: Vio un gran campo de trigo tan grande como el mundo, y a un solo hombre que estaba tratando de segarlo, una tarea imposible y descorazonadora. De pronto le vio la cara al segador solitario, y vio que era Martín Lutero. Y entonces el amigo se dio cuenta de todo. «Debo dejar la oración -se dijo- e ir a trabajar en el campo.»
Es el sueño de Cristo que todos y cada uno seamos misioneros y segadores. Hay algunos que no pueden hacer más que orar, porque la vida los ha dejado inútiles para ninguna otra cosa, y sus oraciones son la fuerza de los obreros. Pero esa no es la labor que nos corresponde a los más, los que tenemos fuerzas y salud física y mental. Ni siquiera el dar dinero es suficiente. Si se ha de segar la cosecha del mundo, cada uno de nosotros tiene que ser un segador, porque hay alguien a quien cada uno de nosotros puede -y debe- llevar a Dios.