(iii) Aquí se nos habla del pecado imperdonable, que es el pecado contra el Espíritu Santo. Mateo y Marcos especifican que Jesús habló de este pecado cuando los escribas y fariseos atribuyeron su poder sanador al príncipe de los demonios en vez de a Dios (Mateo 12:31, 32; Marcos 3:28, 29). Aquellos hombres estaban viendo la gracia y el poder de Dios en acción, y decían que era. el diablo el que estaba obrando. Para entender esto tenemos que recordar que Jesús hablaba del Espíritu Santo según lo que los judíos sabían, y no en el pleno sentido cristiano.
Para un judío, el Espíritu de Dios tenía dos grandes funciones. Por medio de su Espíritu Dios comunicaba la verdad a los hombres, y estos sólo podían reconocer y captar la verdad de Dios por la acción del Espíritu Santo en su mente y corazón.
Ahora bien, si una persona no ejercita una facultad, acaba por perderla. Si prescindimos de usar alguna parte de nuestro cuerpo, acabará por atrofiarse. Darwin decía que, cuando era joven, le gustaban mucho la música y la poesía; pero se dedicó tan totalmente a la biología que las abandonó completamente. En consecuencia, la poesía llegó a no tener ningún valor para él, y la música no era más que un ruido; y decía que, si viviera otra vez, se cuidaría de cultivar y no perder la facultad de disfrutar de la poesía y de la música.
Exactamente de la misma manera podemos perder la facultad de reconocer a Dios. Si persistimos en rechazar su Palabra, y no seguimos más que nuestro propio criterio, cerrando los ojos y los oídos para no ver ni oír a Dios, podemos llegar a la condición de no poder reconocerle cuando le veamos u oigamos, y para nosotros el bien sea como el mal y el mal como el bien. Eso es lo que les había sucedido a los escribas y fariseos: habían llegado a ser tan sordos y ciegos para Dios que cuando Él vino le tomaron por el diablo.
¿Por qué es imperdonable ese pecado? Porque en ese estado el arrepentimiento ya es imposible. Si una persona ni siquiera se da cuenta de que es pecadora, si la bondad ya no la atrae, no se puede arrepentir. No es Dios quien la ha excluido: se ha excluido a sí misma con su actitud cerrada. Eso quiere decir que el que teme haber cometido el pecado imperdonable, no lo ha cometido; porque, si lo hubiera cometido estaría tan muerto para Dios que ya no le preocuparía esa posibilidad.
(iv) Aquí se nos habla de la lealtad recompensada. Esa recompensa no es una cosa material. Es que, en el Cielo, Jesús dirá de nosotros: «Esa persona era mía. ¡Bien hecho!»
(v) Aquí se nos habla de la ayuda del Espíritu Santo. En el cuarto evangelio, el título preferido del Espíritu Santo es el Paráclito. En griego, parakletos es uno que está cerca para ayudar. Se puede referir a un testigo, o a un abogado que nos defiende en un juicio. En el día de la prueba no tenemos por qué temer, porque nada menos que el Espíritu Santo de Dios estará a nuestro lado para defendernos.
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