Partido de aquí Jesús, se retiró hacia el pais de Tiro y de Sidón, y habiendo entrado en una casa, deseaba que nadie supiese que estaba allí; mas no pudo encubrirse; porque luego que lo supo una mujer cananea, cuya hija estaba poseída del espíritu inmundo, entró, y se arrojó a sus pies y empezó a dar voces diciendo: Señor, Hijo de David, ten lástima de mí; mi hija es cruelmente atormentada del demonio. Era esta mujer gentil, y sirofenicia de nación. Jesús no le respondió palabra; y sus discípulos, acercándose, intercedían diciéndole: Concédele lo que pide, a fin de que se vaya porque viene gritando tras nosotros. A lo que Jesús respondiendo dijo: Yo no soy enviado sino alas ovejas perdidas de la casa de Israel. No obstante, ella se acercó y le adoró diciendo: Señor, socórreme. El cual le dio por respuesta: Aguarda que primero se sacien los hijos; que no es justo tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros. Mas ella le dijo: Es verdad, Señor; pero ]os perritos comen al menos las migajas que caen de la mesa de sus amos y que dejan caer sus hijos. Entonces Jesús respondiendo le dijo: ¡Oh mujer!, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas, vete, que ya el demonio salía de tu hija. Y habiendo vuelto a su casa, halló a la muchacha reposando sobre la cama, y libre ya del demonio. Mateo 15: 21-29; Marcos 7: 1-23
La fe probada y confirmada
Este pasaje tiene unas implicaciones tremendas. Aparte de todo lo demás, describe la única ocasión en que Jesús salió del territorio judío. La significación suprema del pasaje está en que pronuncia la salida del Evangelio a todo el mundo; nos muestra el principio del fin de todas las barreras.
Para Jesús este era un tiempo de retirada deliberada. El fin se aproximaba, y Él quería estar un poco tranquilo para prepararse para el final. No era tanto que quisiera prepararse El mismo, aunque sin duda eso también lo tendría en mente, sino más bien quería disponer dé algún tiempo para preparar a Sus discípulos para el día de la Cruz. Había cosas que tenía que decirles, y que tenía que hacerles entender.
No había ningún lugar en Palestina donde pudiera estar seguro de que Le dejaran tranquilo; dondequiera que iba, Le encontraba la gente. Así es que se fue al extremo Norte de Galilea, y de allí pasó a la tierra de Tiro y de Sidón donde vivían los fenicios. Allí, por lo menos por algún tiempo, estaría a salvo de la maligna hostilidad de los escribas y fariseos, y de la peligrosa popularidad de la gente, porque ningún judío se atrevería a seguirle a territorio gentil.
Este pasaje nos presenta a Jesús buscando un tiempo de tranquilidad antes de la conflagración del final. Esto no es una evasión en ningún sentido, sino la preparación que hizo Jesús de Sí mismo y de Sus discípulos para la batalla final y definitiva que habría de producirse muy pronto.
Pero hasta en esas regiones extranjeras Jesús no se vería libre de las demandas clamorosas de la necesidad humana. Allí estaba una mujer que tenía una hija gravemente asediada. Tiene que haber oído algo de las obras maravillosas que realizaba Jesús, y se puso a seguirle clamando desesperadamente por ayuda. A1 principio parece que Jesús no le hace ningún caso. Los discípulos se sentían incómodos, y Le dijeron: «Dale ya lo que sea, para que nos deje en paz.» La reacción de los discípulos no era de compasión precisamente, sino todo lo contrario: aquella mujer les resultaba molesta, y lo que querían era librarse de ella lo más pronto posible. Conceder una petición para librarse del solicitante que es, o puede llegar a ser, una molestia para uno es una reacción de lo más corriente; pero es muy diferente de la respuesta de la piedad, la compasión y el amor cristianos. Pero para Jesús aquello no era un problema. No podemos poner en duda que Se sintió movido a misericordia hacia aquella mujer. Pero era una gentil. Y no sólo eso: pertenecía al pueblo cananeo antiguo, que eran los enemigos ancestrales de los judíos de los que son probablemente descendientes los actuales palestinos. Todavía en aquel tiempo, o no mucho después, Escribía Josefo: «Entre los filisteos, los que más rabia nos tienen son los brios.» Ya hemos visto que, si Jesús había de hacer algún efecto, tenía que limitar Su campo de acción y sus objetivos como sabio estratega. Tenía que empezar por los judíos; y aquí estaba una gentil clamando por misericordia. Jesús no podía hacer más que una cosa: tenía que despertar la verdadera fe en el corazón de aquella mujer.
Así es que Jesús se volvió hacia la mujer, y le dijo: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perrillos.» Comparar a una persona con un perro siempre ha sido, especialmente entre los semitas, uno de los peores insultos. Los judíos hablaban con insolencia arrogante de «los perros gentiles,» «perros infieles» y más tarde «perros cristianos.» En aquellos días los perros eran carroñeros inmundos por las calles -escuálidos, salvajes, a menudo enfermos. Pero tenemos que recordar dos cosas.
Muchas veces todo depende del tono y el gesto con que se diga una cosa. Algo que parecería brutal se puede decir con una sonrisa y una palmadita cariñosa. Esto lo sabemos muy bien los españoles y los hispanos, que a menudo usamos los peores insultos como elogios, dependiendo naturalmente del contexto y del tono: « ¡Anda, que eres un…!» Podemos estar absolutamente seguros de que la sonrisa en el rostro de Jesús y la compasión en Sus labios y ojos despojaban la comparación de todo sentido ofensivo.
Y también, que Él usó la terrible palabra en diminutivo, no perros, sino perrillos (kynaria), que no eran los perros callejeros sino los animales de comía que vivían en las casas, muy diferentes de los perros parias que andaban por las calles y escarbaban las basuras en busca de comida.
La mujer sería griega de cultura, y por tanto rápida de ingenio para captar- la diferencia y la oportunidad. « Es verdad Señor –Le contestó ella-; pero también los perrillos saca algo de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Y los ojos se Le iluminaron de gozo a Jesús ante una fe tan indómita, y concedió la demanda, la bendición y la sanidad que ella tanto deseaba.
La fe que obtuvo la Bendición
Hay algunas cosas en esta mujer en las que debemos fijarnos.
(i) Lo primero y principal es que tenía amor. Como Bengel dijo de ella: «Hacía suya la miseria de su hija.» Puede que fuera pagana, pero tenía en el corazón ese amor hacia su hija que es siempre el reflejo del amor de Dios hacia Sus hijos. Fue el amor lo que la impulsó a salirle al encuentro a aquel Extranjero; fue el amor lo que la hizo aceptar Su silencio y sin embargo seguir suplicando; fue el amor lo que le hizo encajar el aparentemente duro rechazo; fue el amor lo que le hizo ver la compasión por debajo y por detrás de las palabras de Jesús. La fuerza motriz del corazón de esta mujer era el amor; y no hay nada más fuerte ni más cerca de Dios que esa misma cosa.
(ii) Esta mujer tenía fe.
(a) Una fe que creció en el contacto con Jesús. Empezó llamándole Hijo de David; ese era un título popular y hasta político. Se Le aplicaba a Jesús como el gran y poderoso Obrador de maravillas, pero todavía sólo en términos de poder y de gloria terrenales. Llegó pidiendo una merced a Uno al Que tomaba por el Hombre más grande y poderoso. Llegó con una especie de superstición, como si acudiera a cualquier mago. Acabó llamando a Jesús Señor.
Jesús, por así decirlo, la obligó a mirarle a Él, y en Él descubrió algo que no se podía expresar en términos terrenales, porque no era nada menos que divino. Eso era precisamente lo que Jesús quería despertar en ella antes de concederle su petición. Quería que viera que la súplica dirigida a un gran hombre tiene que transformarse en una oración al Dios viviente. Podemos ver crecer la fe de esta mujer al encontrarse cara a cara con Cristo hasta el punto de verle, aunque como a través de la niebla, como El Que Es.
(b) Era una fe que adoraba. Empezó por seguirle, pero acabó de rodillas delante de El; empezó dirigiéndole una petición, pero acabo` hablándole en oración. Siempre que venimos a Cristo, debemos empezar por adorar Su Majestad, y sólo entonces podremos presentarle nuestra necesidad.
(iii) La mujer tenía una perseverancia indómita. Era impermeable al desaliento. Muchas personas, ha dicho alguien, acuden a la oración porque no quieren dejar de probarlo todo. No creen realmente en la oración; pero no descartan la posibilidad de que sirva para algo. Pero esta mujer vino a Jesús, no como a alguien que a 1o mejor la ayudaba, sino como a su única esperanza. Vino con una esperanza apasionada, con un sentimiento de necesidad que clamaba al Cielo y con una determinación de no dejarse desanimar. Tenía la única cualidad que es supremamente eficaz en la oración: iba tremendamente en serio. La oración no era para ella una fórmula ritual, sino su manera de derramar delante de Dios el apasionado deseo de su alma, que de alguna manera pensaba que no podía -ni debía, ni tenía por qué- aceptar una respuesta negativa.
(iv) Esta mujer tenía el don del optimismo. Estaba rodeada de problemas; tomaba las cosas apasionadamente en serio; y sin embargo sabía sonreír. Tenía un corazón soleado. Dios ama los corazones alegres, la fe en cuyos ojos brilla siempre la luz de la esperanza, la fe con una sonrisa que puede disipar las sombras.
Esta mujer vino a Cristo con un amor gallardo y audaz, con una fe que siguió creciendo hasta arrodillarse adorante a los pies de lo Divino, con una perseverancia indómita que brotaba de una esperanza irrenunciable, con una alegría que disipaba el desaliento. Esa es la manera de acudir que no puede por menos de encontrar la respuesta a sus oraciones.
Cuando este incidente se coloca en su debido trasfondo se aprecia corno uno de los más extraordinarios y conmovedores de la vida de Jesús.
En primer lugar, veamos la geografía de la historia. Tiro y Sidón eran ciudades de Fenicia, que era parte de Siria. Fenicia se extendía hacia el Norte desde el monte Carmelo, por toda la llanura costera. Estaba entre Galilea y la costa. Fenicia, como expresaba Josefo, «rodeaba Galilea.»
Tiro se, encontraba a 65 kilómetros al Noroeste de Cafarnaum, Su nombre quería decir La Roca. Se llamaba así porque había en la costa dos peñascos unidos por un acantilado de mil metros de longitud. Esto formaba un rompeolas natural, y Tiro era uno de los grandes puertos naturales del mundo antiguo. Las rocas no eran simplemente un rompeolas, sino también una defensa; y Tiro era famosa, no sólo como puerto, sino también como fortaleza. Fue de Tiro y de Sidón de donde salieron los primeros marinos que navegaron mirando a las estrellas. Hasta que se aprendió a encontrar el camino en la mar mirando a las estrellas, los barcos tenían que mantenerse a la vista de la costa, y detenerse por las noches; pero los marineros fenicios recorrieron el Mediterráneo y pasaron las Columnas de Hércules, el Estrecho de Gibraltar, y llegaron a Gran Bretaña y a las minas de estaño de Comwall. Puede ser que hasta se aventuraran a circunnavegar África.
Sidón estaba a 45 kilómetros al Nordeste de Tiro, y a 100 kilómetros al Norte de Cafarnaum. Tenía, lo mismo que Tiro, un rompeolas natural que lo convertía en otro puerto extraordinario. Su origen como puerto y ciudad era tan antiguo que no se recordaba quién había sido su fundador.
Aunque las ciudades fenicias eran parte de Siria,eran independientes y rivales. Tenían sus propios reyes, sus propios dioses y su propia moneda. En un radio de 25 ó 30 kilómetros eran supremas. Hacia fuera miraban al mar; tierra adentro, a Damasco; y los barcos del mar y las caravanas de muchas tierras fluían a través de ellas. Sidón acabó por perder su comercio y grandeza frente a Tiro, y su sumergió en una degeneración desmoralizada; pero los marineros fenicios siempre serán recordados como los primeros que encontraron su camino en el mar siguiendo a las estrellas.
(i) Así que la primera cosa extraordinaria que nos encontramos aquí es que Jesús estaba en territorio gentil. ¿Fue por accidente el que este incidente tuviera lugar aquí? La escena anterior nos mostraba a Jesús borrando la diferencia entre los alimentos limpios y los inmundos. ¿Podrá ser que aquí, simbólicamente, Le contemplemos borrando las diferencias entre personas limpias e inmundas? Del mismo modo que los judíos no se ensuciaban los labios con alimentos prohibidos, tampoco ensuciaban sus vidas con el contacto con los gentiles inmundos.
Bien puede ser que aquí Jesús esté diciendo por implicación que los gentiles no son inmundos, sino que tienen también un lugar en el Reino.
Jesús tiene que haber ido hacia el Norte a esta región buscando un escape temporal. En Su propio país Le atacaban por todas partes. Hacía tiempo que los escribas y los fariseos Le habían marcado como pecador porque quebrantaba sus reglas y normas.
Herodes Le consideraba un peligro público. La gente de Nazaret había reaccionado en contra de Él con un disgusto de escándalo. Llegaría la hora en que tendría que enfrentarse con Sus enemigos en un desafío abierto, pero no había sonado todavía. Antes de que llegara esa hora Jesús buscaría la paz y la tranquilidad del retiro, y en esa retirada de la enemistad de los judíos puso los cimientos para el Reino entre los gentiles. Es el anuncio de toda la historia del Cristianismo. El rechazamiento de los judíos se convirtió en la oportunidad para los gentiles.
(ii) Pero aquí hay más que eso. Estas ciudades fenicias habían sido idealmente parte del reino de Israel. Cuando, bajo Josué, se repartió la tierra, a la tribu de Aser se le asignó la tierra «hasta la gran Sidón … y hasta la ciudad fortificada de Tiro» (Josué 19:28s). Israel nunca había conseguido conquistarlas ni entrar en ellas. ¿Habrá aquí algo simbólico? Donde el poder de las armas había resultado inútil, el amor conquistador de Jesucristo fue victorioso. El pueblo de Israel terrenal no había logrado nunca incluir como propio el territorio de los fenicios; ahora, el verdadero Israel los había visitado. No era a una tierra extraña a la que Se dirigía Jesús, sino a una tierra que Dios Le había asignado como propia mucho tiempo antes. No estaba introduciéndose en territorio extranjero, sino entrando en su herencia.
(iii) Hay que leer esta historia con intuición. La mujer acudió a Jesús para pedirle por su hija. Jesús le respondió que no estaba bien quitarles el pan a los hijos para dárselo a los perros. En principio esta parece una respuesta de lo más descorazonadora.
El perro no era el querido guardián de la casa que es ahora para muchos; más corrientemente, sobre todo en Oriente, era un símbolo del deshonor. Para los griegos, la palabra perra se aplicaba a las mujeres livianas y desvergonzadas, como todavía se conserva en español. Para los judíos era también un calificativo despectivo. «No deis lo santo a los perros» (Mateo 7:6; cp. Filipenses 3:2; Apocalipsis 22:15).
Los judíos llamaban corrientemente perros a los gentiles. Rabí Yoshúa ben Leví tiene una parábola. Vio las bendiciones de Dios que disfrutan los gentiles, y preguntó: « Si los gentiles sin Ley disfrutan tales bendiciones, ¡cuántas más disfrutará Israel, el pueblo de Dios!» «Es como un rey que hizo una fiesta, y trajo a sus invitados a la puerta de su palacio. Estos vieron salir a los perros con faisanes y cabezas de aves engordadas y de terneras en la boca. Entonces los invitados empezaron a decir: “Si así se ha tratado a los perros, ¡cuánto mejores manjares nos estarán reservados a nosotros!” Las naciones del mundo se comparan con los perros, como está escrito (Isaías 56: ll ): “Estos perros voraces son insaciables.”»
No importa cómo lo veamos, pero el término perro es un insulto. ¿Cómo vamos a explicar entonces el que Jesús usara esa palabra aquí?
(a) No usó la palabra corriente, sino un diminutivo. que describía, no a los perros callejeros y salvajes, sino a los perrillos domésticos. En griego, como en español, los diminutivos tienen a menudo cariñosos. Jesús le quitó la amargura a la palabra.
(b) Sin duda el tono de Su voz mostraba claramente la diferencia. La misma palabra puede ser un insulto de muerte o un apelativo cariñoso según el tono de la voz, como sucede también en español. El tono de Jesús despojó la palabra de todo su veneno.
(c) En cualquier caso, Jesús no cerró la puerta. Primero, dijo, los hijos deben recibir su alimento; pero sólo primero; queda comida para los perrillos caseros. Es cierto que la invitación del Evangelio se dirigió primero a Israel, pero sólo primero; había otros que vendrían después. La mujer era griega, y los griegos estaban acostumbrados a discernir matices; se dio cuenta en seguida de que Jesús le estaba hablando con una sonrisa. Sabía que la puerta estaba entreabierta. En aquellos días no se usaban cuchillos ni tenedores ni servilletas. Se comía con las manos. Se restregaban las manos sucias con trozos de pan que se tiraban después a los perrillos de la casa. Así que la mujer dijo: «Ya sé que a los hijos se les da de comer primero; pero, ¿no se me va a dejar a mí alguna migaja de las sobras de los hijos?» A Jesús Le encantó aquello. Ahí se veía una fe luminosa, que no aceptaba la negativa como respuesta; ahí estaba una mujer con la tragedia de una hija desdichada en casa, pero que tenía suficiente luz en el corazón para replicar con una sonrisa. Su fe había sido sometida a prueba, y había salido triunfante, y su oración había sido contestada afirmativamente. Simbólicamente esta mujer representa al mundo gentil que recibió tan ansiosamente el Pan del Cielo que los judíos rechazaron y arrojaron.
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