Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando el oficial supo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a su casa y sanara a su hijo, que estaba a unto de morir. Jesús le contestó: Ustedes no creen, si no ven señales y milagros. Pero el oficial le dijo: Señor, ven pronto, antes que mi hijo se muera. Jesús le dijo entonces: Vuelve a casa; tu hijo vive. El hombre creyó lo que Jesús le dijo, y se fue. Mientras regresaba a su casa, sus criados salieron a su encuentro y le dijeron: ¡Su hijo vive! Él les preguntó a qué hora había comenzado a sentirse mejor su hijo, y le contestaron: Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre. El padre cayó entonces en la cuenta de que era la misma hora en que Jesús le dijo: “Tu hijo vive”; y él y toda su familia creyeron en Jesús. Esta fue la segunda señal milagrosa que hizo Jesús, cuando volvió de Judea a Galilea. Juan 4:46-54
Casi todos los comentaristas creen que ésta es otra versión de la historia de la curación del siervo del centurión que se encuentra en Mateo 8:5-13: Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un capitán romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo: Señor, mi criado está en casa enfermo, paralizado y sufriendo terribles dolores. Jesús le respondió: Iré a sanarlo. El capitán contestó: Señor, yo no merezco que entres en mi casa; solamente da la orden, y mi criado quedará sano. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre, y les digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a comer con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los que deberían estar en el reino, serán echados a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación. Luego Jesús dijo al capitán: Vete a tu casa, y que se haga tal como has creído. En ese mismo momento el criado quedó sano.
Igual historia encontramos en Lucas 7:1-10; Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, se fue a Cafarnaúm. Vivía allí un capitán romano que tenía un criado al que estimaba mucho, el cual estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos ancianos de los judíos a rogarle que fuera a sanar a su criado. Ellos se presentaron a Jesús y le rogaron mucho, diciendo: Este capitán merece que lo ayudes, porque ama a nuestra nación y él mismo hizo construir nuestra sinagoga. Jesús fue con ellos, pero cuando y a estaban cerca de la casa, el capitán mandó unos amigos a decirle: “Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa; por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte. Solamente da la orden, para que sane mi criado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto, y mirando a la gente que lo seguía dijo: Les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe como en este hombre. Al regresar a la casa, los enviados encontraron que el criado ya estaba sano. Estas dos historias, sin lugar a dudas narran la misma situación, pero hay diferencias notables entre estas dos y la narrada por Juan, que nos justifican el tratarla como una historia independiente. Algunos detalles de la conducta del funcionario son un ejemplo para todos.
(i) Aquí tenemos a un diplomático que acudió a un carpintero. La palabra griega es basilikós, que podría significar que era un reyezuelo; pero se usa para funcionarios del rey, y lo más probable es que se tratara de un hombre de posición elevada en la corte de Herodes. Jesús, por el contrario, no era más que un carpintero del pueblo de Nazaret. Además, Jesús estaba en Caná, y este hombre vivía en Cafamaún, que estaba a 35 kilómetros. Por eso le llevó tanto tiempo el volver a su casa.
No se puede imaginar una historia más peregrina que la de un alto funcionario que recorre treinta y cinco kilómetros a toda prisa para pedirle un favor a un carpintero de pueblo. Lo primero y principal es que este aristócrata se tragó su orgullo. Tenía una necesidad angustiosa, y ni los convencionalismos ni el protocolo le impidieron acudir a Jesús con su necesidad. Su gesto causaría sensación, pero a él no le importaba el qué dirán con tal de obtener la ayuda que tanto necesitaba. Si queremos de veras la ayuda que Jesús nos puede dar, tenemos que ser lo suficientemente humildes para tragarnos nuestro orgullo y no tener en cuenta lo que diga la gente.
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