(iii) Jesús les hizo una sola pregunta: «¿Creéis que yo puedo hacer esto?» Lo único esencial para que se produzca un milagro es la fe. Aquí no hay nada misterioso ni teológico. Ningún médico puede curar a un enfermo que acuda a él con una actitud mental de absoluta desconfianza. Ninguna medicina le hará ningún bien a ninguna persona que piense que eso tendrá el mismo efecto que beberse un vaso de agua. El camino al milagro pasa por poner toda la vida de uno en las manos de Jesucristo y decir: « Yo sé que Tú puedes hacerme el que debo ser.»
Dos reacciones
Pocos pasajes nos muestran tan claramente como éste la imposibilidad de una actitud de neutralidad frente a Jesús. Aquí tenemos el retrato de dos reacciones ante Él: la de las multitudes era de sorprendida admiración; la de los fariseos, de odio virulento. Siempre ha de ser verdad que lo que el ojo vea dependerá de lo que el corazón sienta.
Las multitudes miraban a Jesús con admiración porque eran gente sencilla con un sentido intenso de necesidad; y veían que Jesús podía suplir su necesidad de una manera de lo más sorprendente.
Jesús siempre le parecerá maravilloso al que tiene sentimiento de necesidad; y cuanto más profundo sea el sentimiento de necesidad tanto más maravilloso parecerá Jesús.
Los fariseos veían a Jesús como uno que actuaba de acuerdo con los poderes del mal. No negaban esos poderes maravillosos; pero se los atribuían a Su complicidad con el príncipe de los demonios. Este veredicto de los fariseos era debido a algunas de sus actitudes mentales.
(i) Estaban demasiado afianzados en su posición para cambiar. Como ya hemos visto, por lo que a ellos respectaba no se podía añadir ni sustraer una sola palabra de la Ley. Para ellos todas las cosas grandes y maravillosas pertenecían al pasado. Para ellos, cambiar una tradición o un convencionalismo era pecado mortal. Cualquier novedad era errónea. Y cuando vino Jesús con una nueva interpretación de lo que era en realidad la religión, Le odiaron como habían odiado sus antepasados a los profetas de tiempo antiguo.
(ii) Estaban demasiado orgullosos de su propia autosuficiencia para someterse. Si Jesús tenía razón, ellos estaban equivocados. Los fariseos estaban tan satisfechos consigo mismos que no veían ninguna necesidad de cambiar; y odiaban a todo el que quisiera cambiarlos. El arrepentimiento es la puerta por la que todas las personas deben entrar al Reino; y el arrepentimiento quiere decir reconocer el error de nuestros caminos y darnos cuenta de que sólo en Cristo hay vida; y someternos a Él y a Su voluntad y poder, que es lo único que nos puede cambiar.
(iii) Tenían demasiados prejuicios para ver. Tenían los ojos tan cegados por sus propias ideas que no podían ver en Jesucristo la verdad y el poder de Dios. Uno que tenga sentimiento de necesidad siempre verá maravillas en Jesucristo. El que está tan seguro de su posición que no quiere cambiar, el que está tan orgulloso de su propia justicia que no se quiere someter, el que está tan cegado por sus prejuicios que no puede ver, siempre resentirá y odiará y tratará de eliminar a Jesucristo.
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