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Jesús sana a un mendigo ciego

Después de esto llegaron a Jericó ; y al partir de Jericó con sus discípulos seguido de muchísima gente, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna. Y sintiendo el tropel de la gente que pasaba, preguntó qué novedad era aquella. Habiendo oído, pues, que era Jesús Nazareno el que venía, comenzó a dar voces, diciendo: ¡Jesús , hijo de David, ten misericordia de mí! Mas las gentes le reñían para que callase. El, no obstante, alzabamás el grito, diciendo: ¡Señor! ¡Hijo de David!, apiádate de nosotros. Se detuvo entonces Jesús , y mandó traerlo a su presencia; el cual, arrojando su capa al instante se puso en pie, y vino a Él, y cuando lo tuvo ya cerca, le preguntó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Señor, respondió él, que se abran mis ojos; que yo tenga vista. Movido Jesús a compasión, tocó sus ojos, y le dijo: Anda, que tu fe te ha curado. Y al instante vio, y él le iba siguiendo por el camino, celebrando las grandezas de Dios. Y todo el pueblo, cuando vio esto, alabó a Dios. Mateo 20.29-34; Marcos 10: 46-52; Lucas 18.35-43

La respuesta del amor al clamor de la necesidad

Aquí tenemos la historia de dos hombres que encontraron el camino al milagro. Es una historia muy significativa, porque pinta el espíritu y la disposición de mente y corazón a los que se abren los dones más preciosos de Dios.

(i) Estos dos ciegos estaban esperando, y cuando se les presentó la oportunidad, la agarraron con las dos manos. Sin duda habían oído acerca de las maravillosas obras de poder de Jesús; sin duda se habían preguntado si ese poder podría alcanzarlos también a ellos. Jesús iba pasando por allí. Si Le hubieran dejado pasar de largo, su oportunidad habría pasado para siempre; pero, cuando se les presentó, le echaron mano.

Hay un montón de cosas que tienen que hacerse en el momento, o no se harán nunca. Hay un montón de decisiones que tienen que hacerse en un momento dado, o no se harán jamás. El momento de actuar se pasa; el impulso para decir, se desvanece. Cuando Pablo acababa de predicar en el Areópago, algunos le dijeron: «Ya te oiremos acerca de eso otra vez»

Para Jesús ya no estaba lejos el final de Su camino. Jericó estaba sólo a unos 25 kilómetros de Jerusalén. Tratemos de visualizar la escena. La carretera principal pasaba por todo Jericó. Jesús iba de camino para la Pascua. Cuando un rabino o maestro distinguido hacía un viaje así, era costumbre que fuera rodeado de mucha gente, discípulos e interesados y curiosos, que escuchaban su enseñanza mientras andaba. Esa era una de las maneras más corrientes de enseñar en el mundo antiguo.

La ley decía que todo judío varón de doce años en adelante que viviera en un radio de 25 kilómetros de Jerusalén tenía que asistir a la Pascua. Está claro que era imposible que se pudiera cumplir tal ley, y que todos pudieran ir. Los que no tenían posibilidad de ir tenían la costumbre de ponerse en fila al borde de las calles de los pueblos y las aldeas por los que pasaban los peregrinos para desearles un buen viaje. Así que las calles de Jericó estarían bordeadas de personas; y más aún de lo corriente, porque habría muchos ansiosos y curiosos por ver por sí mismos a aquel intrépido maestro ambulante Jesús de Nazaret Que Se había atrevido a desafiar a todo el poder de la ortodoxia.

Jericó tenía una característica especial. Había adscritos al Templo más de 20,000 sacerdotes y otros tantos levitas. Está claro que no todos podían cumplir su ministerio al mismo tiempo. Por tanto estaban divididos en 26 órdenes que servían por turnos. Muchos de estos sacerdotes y levitas residían en Jericó cuando no estaban de turno en el Templo. Y debe de haber habido muchos de ellos entre la multitud aquel día. Para la Pascua, todos estaban de servicio, porque a todos se los necesitaba. Era una de las raras ocasiones en que todos estaban de servicio, pero muchos no habrían empezado todavía. Estarían doblemente ansiosos de ver a ese Rebelde Que estaba a punto de invadir Jerusalén. Habría muchos ojos fríos y duros y hostiles en la multitud aquel día, porque estaba claro que, si Jesús tenía razón, todo el ritual del Templo era totalmente irrelevante.

Hacia la puerta del Norte se sentaba un mendigo ciego que se llamaba Bartimeo -que quiere decir hijo de Timeo, como explica Marcos. Oyó el restregar de muchos pies en la carretera, y preguntó qué pasaba. Se le dijo que era que pasaba Jesús de Nazaret, y allí y entonces se puso a gritar para atraer Su atención. Para aquellos que estaban escuchando la enseñanza de Jesús cuando pasaba, aquellos gritos eran una molestia. Trataron de hacer que se callara Bartimeo; pero nadie le iba a privar de aquella oportunidad de escapar de un mundo en tinieblas. Así es que siguió gritando cada vez más fuerte e insistentemente, de tal manera que la procesión se detuvo, y él pudo encontrase con Jesús.

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