Jesús sana a la suegra de Pedro

Jesús había hablado y actuado en la sinagoga de la manera más sorprendente. Cuando terminó el culto de la sinagoga; Jesús se fue con Sus amigos a la casa de Pedro. Los judíos tenían la costumbre de tomar la comida principal del sábado inmediatamente después del culto de la sinagoga, a la hora sexta, es decir, a las 12 del mediodía. (El día judío empezaba a las 6 de la mañana, y las horas se contaban desde entonces). Jesús podría muy bien haber reclamado el derecho a descansar después de la experiencia emocionante y agotadora del culto de la sinagoga. Pero una vez más se Le hizo saber la necesidad de Su poder, y una vez más Él Se dio a los demás. Este milagro nos dice que Jesús, no necesita una gran audiencia para ofrecer Su poder; está tan dispuesto a sanar en el pequeño círculo de una cabaña como entre la gran concurrencia de una sinagoga. Nunca está demasiado cansado para ayudar. La necesidad de otros siempre tiene prioridad sobre Su propio deseo de descansar. Pero, sobre todo, vemos aquí, como vimos en la sinagoga, el carácter exclusivo de los métodos de Jesús.

Había muchos exorcistas en los tiempos de Jesús, que actuaban con ensalmos elaborados y fórmulas y encantamientos y parafernalia mágica. Jesús había dicho en la sinagoga una palabra de autoridad, y la sanidad se había producido. Aquí tenemos lo mismo otra vez. La suegra de Pedro estaba sufriendo de lo que el Talmud llamaba «una fiebre ardiente.» Era, y todavía es, muy corriente en esa región particular de Galilea. El Talmud establece de hecho los métodos para tratarla. Se tenía que atar con un mechón de pelo un cuchillo totalmente hecho de hierro a un espino. En días sucesivos se repetía: el primero: Allí el Ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, en medio de una zarza. Moisés se fijó bien y se dio cuenta de que la zarza ardía con el fuego, pero no se consumía. Entonces pensó: “¡Qué cosa tan extraña! Voy a ver por qué no se consume la zarza.”; (Éxodo 3:2-3); el segundo se repetía: Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: –¡Moisés! ¡Moisés! –Aquí estoy –contestó Moisés. (Éxodo 3:4), y por último: Entonces Dios le dijo: –No te acerques. Y descálzate, porque el lugar donde estás es sagrado. (Éxodo 3:5). Entonces se pronunciaba una cierta fórmula mágica, y así se suponía que se conseguía la curación. Jesús pasó completamente de toda esa parafernalia de la magia popular, y con un gesto y una palabra de autoridad y poder sanó a la mujer.

La palabra que se usa en griego para autoridad en el pasaje anterior es exusía; y exusía se definía como un conocimiento total unido a un poder total; eso era precisamente lo que Jesús poseía, y lo que estaba dispuesto a ejercer en una cabaña. Paul Toumier escribe: «Mis pacientes me dicen muy a menudo: «Es admirable la paciencia que tiene usted para escuchar todo lo que yo le digo.» Y yo les digo: «No es paciencia lo que tengo, sino interés.» Un milagro no era para Jesús una manera de aumentar Su prestigio; el ayudar no era un deber pesado y desagradable; El ayudaba instintivamente porque estaba totalmente interesado en todos los que necesitaban Su ayuda.

(iii) Nos dice algo acerca de los discípulos. No hacía mucho que conocían a Jesús, pero ya habían empezado a aprender a presentarle todos sus problemas. La suegra de Pedro estaba enferma; el sencillo hogar estaba desquiciado, y la cosa más natural del mundo para los discípulos era decírselo a Jesús.
Paul Tournier nos cuenta cómo le llegó uno de los grandes descubrimientos de la vida. Solía visitar a un anciano pastor, que nunca le dejaba marchar sin hacer oración con él. A él le conmovía la extremada sencillez de las oraciones del anciano.

Parecía sencillamente que continuaba una conversación íntima e ininterrumpida con Jesús. Paul Toumier prosigue: «Cuando yo volvía a casa y hablaba de ello con mi mujer, juntos Le pedíamos a Dios que nos diera a nosotros también aquel íntimo compañerismo con Jesús que tenía el anciano pastor. Desde entonces Él es siempre el centro de mi devoción y mi compañero de viaje. A Él Le complace lo que yo hago (C Eclesiastés 9: 7), y Se toma interés en ello. Jesús es un amigo , con el Que puedo discutir todo lo que me sucede en la vida, Él comparte mi gozo y mi dolor, mis esperanzas y mis temores. Él está allí cuando un paciente me habla de corazón, escuchándole conmigo y mejor que yo. Y cuando el paciente se va, y puedo hablar con El acerca de él.»

Ahí está la verdadera esencia de la vida cristiana. Como dice el himno: «Cuéntaselo en oración.» En tan poco tiempo, ya lo discípulos habían aprendido lo que llegaría a ser el hábito su vida: el llevarle todos sus problemas a Jesús y pedirle ayuda para resolverlos.

Aquí escribe el médico Lucas. Aquejada de una fiebre impresionante: cada palabra es un término médico. Aquejada corresponde a la palabra médica griega para alguien que padece una enfermedad. Los autores médicos griegos dividían la fiebre en dos categorías: mayor y menor. Lucas sabía dictaminar una enfermedad. Hay tres grandes verdades en este breve incidente.

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