Habiendo entrado Jesús en el templo de Dios, echó fuera de él a todos los que vendían allí y compraban, y derribó las mesas de los banqueros o cambiantes, y las sillas de los que vendían las palomas para los sacrificios. Y no permitía que nadie transportase mueble o cosa alguna por el templo; y los instruía, diciendo: ¿Por ventura no está escrito: Mi casa será llamada por todas las gentes casa de oración; mas vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones. Y enseñaba todos los días en el templo. Al mismo tiempo se acercaron a él en el templo varios ciegos y cojos y los curó. Pero los príncipes de los sacerdotes y los escribas, al ver las maravillas que hacía, y los niños que le aclamaban en el templo, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David!, se indignaron, y andaban trazando el modo de quitarle la vida secretamente; porque le temían, viendo que todo el pueblo estaba maravillado de su doctrina, y le dijeron: ¡Oyes tú lo que dicen éstos? Jesús les respondió: Sí, por cierto; pues ¿no habéis leído jamás la profecía: De la boca de los infantes y niños de pecho es de donde sacaste la más perfecta alabanza? Y no hallaban medio de obrar contra él; porque todo el pueblo estaba con la boca abierta escuchándole. Y dejándolos, salió fuera de la ciudad a Betania, y se quedó allí. Mateo 21: 12-17; Marcos 11: 12-19; Lucas 19: 45-48
La escena del templo
Si la entrada en Jerusalén había constituido un desafío, aquí tenemos otro desafío que se añadió al anterior. Para contemplar la escena que se desarrolla ante nuestros ojos tenemos que visualizar la forma del templo. En el Nuevo Testamento griego hay dos palabras que se traducen por templo. Y con propiedad. Pero hay una clara diferencia entre ellas. El templo mismo se llama el naós. Era un edificio relativamente pequeño, que contenía el Lugar Santo, y el Lugar Santísimo en el que solamente entraba el sumo sacerdote una vez al año el solemne Día de la Expiación: Pero el naós mismo estaba rodeado de un amplio espacio que ocupaban los atrios de manera sucesiva y ascendente. En primer lugar desde fuera estaba el Atrio de los Gentiles, en el que podía entrar cualquiera, pero más allá del cual no podían pasar los gentiles bajo pena de muerte. A continuación estaba el Atrio de las Mujeres, al que se entraba por .la Puerta Hermosa del templo, en el .que podían entrar todos los israelitas. Después estaba el Atrio de los Israelitas, al que se entraba por la llamada Puerta de Nicanor, una gran puerta de bronce corintio para abrir y cerrar la cual se necesitaban veinte hombres. Era en este atrio donde se reunían los varones para los cultos del templo. Por último estaba el Atrio de los Sacerdotes; al que solo los sacerdotes podían entrar. En él se encontraban el gran altar de los holocaustos, el altar del incienso, el candelabro de los siete brazos, la mesa de los panes de la proposición y el gran estanque de bronce; y en la parte posterior de este atrio se encontraba el naós propiamente dicho. Toda esta área, incluyendo todos los atrios, también se llama en las traducciones de la Biblia templo; la palabra griega es hierón. Sería mejor conservar la diferencia del original, y retener la palabra templo para el templo propiamente dicho, es decir, el naos, y usar la expresión el recinto del templo para toda el área, es decir, el hierón. El escenario de este incidente fue el Atrio de los Gentiles, en el que cualquiera podía entrar. Siempre había gente y actividad en él; pero en la Pascua estaba abarrotado a más no poder de peregrinos de todo el mundo. Habría allí, en cualquier época, muchos gentiles, porque el templo de Jerusalén era famoso en todo el mundo, hasta tal punto que hasta los escritores latinos lo describían como uno de los edificios más maravillosos del mundo. En este Atrio de los Gentiles se llevaban a cabo dos clases de transacciones. Una era el cambio de dinero. Todos los judíos tenían que pagar el impuesto del templo de medio siclo, y ese impuesto se pagaba poco antes de la Pascua. Un mes antes, se instalaban puestos en todos los pueblos y aldeas; donde se podía pagar en dinero; pero después de una cierta fecha solo se podía pagar en el templo mismo; y sería allí donde lo pagaría la inmensa mayoría de los peregrinos judíos de otras tierras: Este impuesto tenía que pagarse en cierta moneda en curso, aunque para-los propósitos generales se usaba en Palestina toda clase de monedas. No se podía pagar en lingotes de plata, sino en moneda en curso; no se podía pagar en monedas de aleaciones inferiores o que estuvieran deformadas, sino solo en monedas de plata pura. Se podía pagar en los siclos: del santuario, en los medios siclos galileos y especialmente en la moneda tiria, que era de calidad reconocida. La función de los cambistas era cambiar la moneda no aceptable por otra aceptable. Esa parecía ser a todas luces una función necesaria; pero el problema era que estos cambistas cargaban el equivalente de 2 pesetas por hacer el cambio; y, si la moneda era de más valor que el medio siclo, cargaban otras dos pesetas por devolver el cambio. Es decir: muchos peregrinos tenían que pagar, no solamente su medio siclo -que sería el equivalente de unas 15 pesetas-, sino otras 4 pesetas de comisión; y esto hay que compararlo con el salario de un trabajador que sería de unas 10 pesetas al día. Esta comisión se llamaba el qolbón. No todo se lo embolsaban los cambistas. Una parte se consideraban ofrendas voluntarias; parte de ello se dedicaba a mantener las carreteras en buen estado; parte se dedicaba a la compra de planchas de oro con las que había la intención de cubrir totalmente la techumbre del templo propiamente dicho, y parte de ello se ingresaba en el tesoro del templo. El asunto no era necesariamente un abuso en su totalidad; pero el problema era que se prestaba al abuso. Se prestaba a la explotación de los peregrinos que habían venido a adorar a Dios, y no cabe duda de que los cambistas obtenían grandes beneficios. La venta de palomas era peor. Para la mayor parte de los visitantes del templo alguna clase de ofrenda era esencial. Las palomas, por ejemplo, se necesitaban cuando una mujer venía a purificarse después de tener un hijo, o cuando un leproso venía a que se le diera el certificado de curación (Levítico 12:8; 14:22; 15:14,29). Era fácil comprar animales para el sacrificio fuera del templo; pero los animales que se ofrecieran tenían que ser sin defecto. Había inspectores oficiales de animales, y era de temer que, por lo que fuera, rechazarían los animales comprados fuera, y dirigirían a la persona a los puestos del templo. Eso no tendría por qué causar un gran perjuicio si los precios hubieran sido iguales dentro y fuera del templo; pero un par de palomas podía costar 8 pesetas fuera del templo, y tanto como 150 dentro. Este era un abuso antiguo. Un cierto rabino, Simón Ben Gamaliel, era recordado con gratitud porque « había hecho que se vendieran palomas por monedas de plata en lugar de oro.» Está claro que había atacado un abuso. Además, estos puestos donde se vendían las víctimas se llamaban los bazares de Anás, porque eran propiedad privada de la familia del sumo sacerdote de ese nombre. Aquí tampoco había por qué cometer abusos. Tiene que haber habido muchos comerciantes honrados y comprensivos. Pero los abusos se introdujeron rápida y fácilmente. Burkitt decía que «el templo se había convertido en el lugar de reunión de los mangantes,» la peor clase de monopolio comercial e intereses económicos. Sir George Adam Smith escribía: « En aquellos días, cada sacerdote tiene que haber sido un comerciante.» Por todas partes acechaban a los pobres y humildes peregrinos toda clase de peligros de explotación desvergonzada y fue esa explotación lo que puso al rojo vivo la indignación de Jesús.