(i) Algunos creían que eran tan antiguos como la misma creación.
(ii) Algunos creían que eran los espíritus de hombres malos que ya habían muerto, y que seguían llevando a cabo su obra maligna.
(iii) Los más, por lo menos entre los judíos, relacionaban a los demonios con la vieja historia de Génesis 6:1-8. Cuando los hombres comenzaron a poblar la tierra y tuvieron hijas, los hijos de Dios vieron que estas mujeres eran hermosas. Entonces escogieron entre todas ellas, y se casaron con las que quisieron. Pero el Señor dijo: “No voy a dejar que el hombre viva para siempre, porque él no es más que carne. Así que vivirá solamente ciento veinte años.” Los gigantes aparecieron en la tierra cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres para tener hijos con ellas, y también después. Ellos fueron los famosos héroes de los tiempos antiguos. El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que este siempre estaba pensando en hacer lo malo, y le pesó haber hecho al hombre. Con mucho dolor dijo: “Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos, y a los que se arrastran, y a las aves. ¡Me pesa haberlos hecho!” Sin embargo, el Señor miraba a Noé con buenos ojos. Comparémoslo con. 2 Pedro 2:4: Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en tinieblas, encadenados y guardados para el juicio.
Los judíos elaboraban la historia de la siguiente manera. Hubo dos ángeles que vinieron a la Tierra atraídos por la belleza de las mujeres mortales. Se llamaban Assael y Shemaisai. Uno de ellos volvió a Dios; el otro se quedó en la Tierra para satisfacer su concupiscencia; y los demonios son las criaturas que engendró, y sus descendientes.
El término colectivo para demonios en hebreo es mazziquim, que quiere decir los que hacen daño. Eran seres malignos entre Dios y la humanidad que trataban de hacer daño. Los demonios, según la creencia judía, podían comer y beber y engendrar hijos. Eran aterradoramente numerosos. Según algunos, había siete millones y medio de ellos; todas las personas tenían diez mil a su mano derecha y otros diez mil a su izquierda. Vivían en lugares inmundos tales como tumbas y sitios en los que no había agua para limpiarlos. Vivían el desierto, donde se podían escuchar sus aullidos. De ahí expresión «un desierto aullante.» Eran especialmente peligrosos para los viajeros solitarios, para las mujeres que estaban de parto, para la novia y el novio, para los niños que estaba fuera de casa después de ponerse oscuro y para todos los que iban de viaje por la noche. Estaban especialmente activos en el calor del mediodía y entre la puesta y la salida del sol. Había un demonio de la ceguera, y un demonio de la lepra, y un demonio de las enfermedades de corazón. Podían pasarles a las personas sus dones malignos. Por ejemplo, el mal de ojo, que podía dar mala suerte y en el que todos creían, se lo transmitía los demonios a ciertas personas. Realizaban su obra utilizando ciertos animales -la serpiente, el toro, el asno y el mosquitos Los demonios machos se llamaban shedim, y las hembras lilin; de Lilith. Las hembras tenían el pelo largo, y eran las enemigas de los niños. Por eso los niños necesitaban a sus ángeles de la guarda : No desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues les digo que en el cielo los ángeles de ellos están mirando siempre el rostro de mi Padre celestial. (Mateo 18:10).
No importa que creamos o no en todo esto; no viene a cuento si es verdad o no. De lo que no cabe duda es de que los que vivían en los tiempos del Nuevo Testamento sí creían. Todavía conservamos muchas expresiones, como ¡pobre diablo!, andar el diablo suelto, darse al diablo, llevársele a uno los demonios, tener el diablo en el cuerpo, ponerse uno hecho un demonio… amplio repertorio en el Diccionario de la Real Academia Española, que son reliquias de unas creencias no tan distantes. Cuando una persona creía que estaba poseída, era «consciente de sí misma y al mismo tiempo de otro ser que la obligaba y controlaba desde dentro.» Esto explica por qué los posesos de Palestina gritaban a menudo cuando se encontraban con Jesús. Sabían que el Reinado del Mesías sería el fin de los demonios; y la persona que se creía poseída hablaba como un demonio cuando se encontraba en la presencia de Jesús.
Había muchos exorcistas que pretendían poder expulsar a los demonios. Tan real era esta creencia que el año 340 d.C. La iglesia Cristiana tenía de hecho una orden de exorcistas. Pero había una gran diferencia entre los exorcistas ordinarios judíos o paganos que usaban conjuros o ensalmos o fórmulas mágicas, y Jesús, Que con una sencilla palabra de autoridad personal echaba al demonio de la persona. Aquello era algo inaudito. El poder no estaba en el ensalmo, sino en Jesús mismo, y la gente se quedaba alucinada.
¿Qué podemos decir de todo esto? Paul Tournier dice en su Libro de casos de un médico: «No cabe duda de que hay muchos médicos que en su lucha contra la enfermedad han tenido, como yo mismo, la impresión de que estaban enfrentándose con un enemigo listo e ingenioso.» El doctor Rendle Short sugiere la conclusión de que «las cosas que suceden en este mundo, de hecho, y sus desastres morales, sus guerras y maldad, sus catástrofes físicas y sus enfermedades, pueden ser parte de una gran guerra entre fuerzas tales como las que vemos en el Libro de Job, la malicia del diablo por una parte, y los límites impuestos por Dios por la otra.»
Este es un tema en el que podemos caer en el dogmatismo. Podemos adoptar tres posiciones diferentes.
(i) Podemos relegar todo el asunto de la posesión diabólica a la esfera de la mentalidad primitiva, y decir que era la manera de explicar los fenómenos en un tiempo cuando no se sabía gran cosa acerca de los cuerpos y de las mentes.
(ii) Podemos aceptar la posesión diabólica como un hecho de nuestro tiempo como en los tiempos del Nuevo Testamento.
(iii) Si adoptamos la primera posición tenemos que explicar la actitud y las acciones de Jesús. O bien Él no sabía más acerca de este asunto que la gente de Su tiempo -lo cual podemos aceptar fácilmente, porque Jesús no era ningún hombre de ciencia ni vino para enseñarnos cosas de la ciencia-; o Él sabía perfectamente bien que no podía curar a una persona que tuviera estos problemas a menos que asumiera lo que el paciente consideraba la causa de su enfermedad. Esa era la realidad para la persona, y tenía que ser tratada como tal, o no se curaría nunca. Hay cuestiones cuya razón desconocemos.