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Jesús ora por sus discípulos

Es la gran proclama de Jesús que Él la revelado a la humanidad la verdadera naturaleza y el auténtico carácter de Dios; y que ha traído a Dios tan cerca de nosotros que hasta el cristiano más humilde puede tomar en sus labios el nombre antes inefable de Dios.

El sentido del discipulado

Este pasaje ilumina también el sentido del discipulado.

(i) El discipulado cristiano se basa en el hecho de que Jesús ha venido de Dios. Un discípulo es una persona que se ha dado cuenta de que Jesús es el Embajador de Dios, y que en Sus palabras oímos la voz de Dios, y en Sus obras vemos a Dios en acción. El discípulo ve a Dios en Jesús, y sabe que no hay nadie que sea una misma cosa con Dios excepto Jesús.

(ii) El discipulado conduce a la obediencia. El discípulo es el que obedece la Palabra de Dios como la recibe en Jesús. Es el que se somete al magisterio de Jesús. Mientras queramos seguir haciendo lo que queramos, no podemos ser discípulos; el discipulado implica sumisión.

(iii) El discipulado es algo que está programado. Las personas que pertenecen a Jesús Le han sido dadas por Dios. En el plan de Dios estaban destinadas para el discipulado. Eso no quiere decir que Dios destinó a algunas personas para que fueran discípulos, y a otros para que rechazaran el discipulado. Piensa en ello de este modo: un padre tiene grandes sueños acerca de su hijo; se forja un plan de futuro para él; pero el hijo puede rehusar ese plan y seguir su propio camino. Un profesor prevé un gran futuro para un estudiante; ve que tiene posibilidad de hacer una gran obra; pero el estudiante puede rechazar el plan que se le presenta. Si amamos a una persona, siempre estamos soñando con su futuro y haciendo planes ambiciosos para ella; pero los planes y los sueños se pueden frustrar. Los fariseos creían en la fatalidad, pero también en el libre albedrío. Uno de sus grandes dichos era: «Todo está determinado excepto el temor del Señor.» Dios tiene Su plan, Su sueño, su destino para cada persona; y nuestra tremenda responsabilidad consiste en aceptarlo o rechazarlo. Como ha dicho alguien: «Fatalidad es lo que no tenemos más remedio que hacer; destino, lo que se supone que debemos hacer.»

Hay en todo este pasaje, y más aún en todo este capítulo, una confianza ilusionada acerca del futuro en la voz de Jesús. Estaba con Sus hombres, los que Dios Le había dado; daba gracias a Dios por ellos; y nunca dudaba de que llevarían a cabo la misión que El les había confiado. Recordemos qué y quiénes eran. Un gran comentador dijo: « ¡Once paletos galileos después de tres años de labor! Pero es suficiente para Jesús, porque en esos once ve la garantía de la continuidad de la obra de Dios en la Tierra.» Cuando Jesús salió de este mundo, no parecía que podía tener mucha base para la esperanza. Él mismo parecía haber conseguido bien poco y ganado a muy pocos, y eran los grandes y los ortodoxos y los religiosos de Su tiempo los que se habían vuelto contra El. Pero Jesús tenía la confianza que tiene su manantial en Dios. No tenía miedo de los principios humildes. No era pesimista acerca del futuro. Parecía decir: «No he ganado más que a once hombres normales y corrientes; pero dadme esos once, y le daré la vuelta al mundo.»

Jesús tenía dos cosas: fe en Dios y fe en Sus hombres. Es una de las cosas que más entusiasman en el mundo el pensar que Jesús puso Su confianza en personas como nosotros. Nosotros tampoco nos tenemos que desanimar por las debilidades humanas ni por los principios humildes. Nosotros también debemos lanzarnos adelante con una fe confiada en Dios y en las personas. Así no seremos nunca pesimistas; porque, con esta doble fe, nuestras posibilidades en la vida son ilimitadas.

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