Cuando le estaban escuchando estas cosas, Jesús siguió hablando y les contó una parábola, porque se iban acercando a Jerusalén y ellos creían que el Reino de Dios se haría realidad de manera inmediata: «Una vez hubo un hombre de la nobleza que se iba a marchar a un país lejano para que le reconocieran como rey y luego volver; y antes de nada llamó a diez siervos suyos, y les confió diez minas, diciéndoles: -Haced negocios hasta mi vuelta. Pero los de su país le aborrecían, y enviaron tras él a unos emisarios que dijeran que no querían tenerle como rey. El caso es que él consiguió que le reconocieran su derecho al trono y volvió a su tierra; y al poco tiempo mandó llamar a los siervos a los que les había confiado el dinero, para que le presentaran las cuentas de su gestión. El primero llegó diciendo: -Señor, tu mina se ha convertido en diez minas. -¡Bien hecho, buen siervo! – le contestó el rey-. Has sido fiel en una empresa pequeña, y ahora vas a tener diez ciudades a tu cargo. -Señor, tu mina ha producido cinco minas -dijo otro. -¡Bien hecho, buen siervo! Tú vas a gobernar cinco ciudades – le dijo el rey. Y entonces llegó otro diciendo: -Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido envuelta en un paño; porque tenía miedo de ti, que eres tan duro que recoges lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado. -¡Conque sí, mal siervo! Por tus propias palabras te juzgo. Si sabías que soy tan duro que me apropio lo que no he trabajado y siego lo que no he sembrado, ¿por qué no dejaste mi dinero en un banco para que yo sacara siquiera los intereses a mi vuelta? -Y dijo a los que estaban presentes-: ¡Quitadle la mina y dádsela al que tiene diez minas! -Señor -le contestaron- , ese ya tiene diez minas. -¡Pues yo os digo que al que tiene se le dará más, y al que no tiene se le quitará lo poco que tenga! Y en cuanto a mis enemigos que no querían que yo fuera su rey, ¡traedlos a mi presencia y decapitádmelos aquí delante de mí!» Lucas 19:11-27
Esta es la única parábola de Jesús, por lo que nosotros sabemos, que está basada en un hecho histórico. Cuando murió Herodes el Grande el 4 a.C., dejó su reino dividido entre Herodes Antipas, Herodes Felipe y Arquelao. Aquel reparto tenía que ser ratificado por los romanos antes de ser efectivo. Arquelao, al que le había correspondido Judea, fue a Roma a tratar de convencer a Augusto para que le reconociera su derecho; pero los judíos mandaron una embajada de cincuenta hombres para decirle a Augusto que no querían a Arquelao. De hecho, Augusto le confirmó en su herencia, aunque sin título de rey. Así es que, cualquiera que oyera esta parábola en Judea se acordaría del hecho histórico. Pero lo importante es que ilustra grandes verdades de la vida cristiana:
(i) Nos habla de la confianza de un Rey, que dio dinero a sus siervos cuando se marchó, y les dejó usarlo como mejor les pareciera, sin imponerles ninguna condición. Se lo dejó a su criterio. Así es como se porta Dios con nosotros. Alguien ha dicho: « Lo más bonito es que Dios se fía de que vamos a hacer muchas cosas por nuestra cuenta.»
(ii) Nos habla de la prueba del Rey. Como siempre, la confianza era una prueba para ver si sus hombres eran de fiar en las cosas pequeñas. A veces se justifica el descuido o la ineficacia en los asuntos ordinarios pretendiendo que «se está por encima de esas fruslerías.» Pero Dios no, y es precisamente en esos deberes rutinarios en los que está probando a los hombres. Jesús es en esto, como en todo, el ejemplo supremo. De sus treinta y tres años de vida pasó treinta en Nazaret. Si no hubiera cumplido con absoluta fidelidad las obligaciones del taller de carpintería y del mantenimiento de su familia, no habría estado preparado para ser el Salvador del mundo.
(iii) Nos habla de la recompensa del Rey. La que recibieron los siervos fieles no fue que se les dejara sentarse tranquilos para no hacer nada. Uno se encontró a cargo de diez ciudades, y otro de cinco. La recompensa por un trabajo bien hecho es más trabajo. El mayor cumplido que se le puede hacer a una persona es darle mayores responsabilidades. La gran recompensa de Dios al que ha satisfecho la prueba es más confianza. El mismo Cielo no se nos presenta como una jubilación; porque se nos dice que «sus siervos le servirán» (Apocalipsis 22:3).
(iv) La parábola concluye con una de las leyes inexorables de la vida: « Al que tiene se le dará más, y al que no tiene se le quitará lo poco que tenga.» Si practicamos algún deporte, y seguimos entrenándonos, iremos dominándolo cada vez más; pero, si dejamos de practicarlo, perderemos las habilidades que tuviéramos. Si disciplinamos y entrenamos nuestros cuerpos, los tendremos más capaces y fuertes; si hacemos lo contrario, perderemos la agilidad y la fuerza que tuviéramos. Si se nos da bien una asignatura o un arte y nos aplicamos a su estudio, se nos abrirán sus secretos y cada vez disfrutaremos y podremos utilizar más de sus riquezas; pero, si no nos aplicamos, perderemos hasta la habilidad que teníamos al principio. No hay tal cosa como plantarse en la vida cristiana: o avanzamos, o vamos para atrás; o recibimos más, o perdemos lo que teníamos.