Jesús narra la parábola de la semilla de mostaza

También dijo Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios, o con qué podremos compararlo?: «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es, por cierto, la más pequeña de todas las semillas del mundo; pero una vez sembrada cuando crece, se hace más grande que las otras plantas del huerto, con ramas tan grandes que hasta las aves pueden posarse bajo su sombra.y llega a ser como un árbol.» De esta manera les enseñaba Jesús el mensaje, por medio de muchas parábolas como estas, según podían entender. Pero no les decía nada sin parábolas, aunque a sus discípulos se lo explicaba todo aparte.

La planta de la mostaza que se da en Palestina es muy diferente de la de otros países, pero igual que la de la Península Ibérica. Estrictamente hablando, no es la más pequeña de las semillas, porque aún es más pequeña la del ciprés, por ejemplo; pero era proverbial por su pequeñez en el Oriente, como sucede con el comino en español. Por ejemplo: los judíos hablaban de una gota de sangre tan pequeña como un granito de mostaza; o, refiriéndose a un punto minúsculo de la ley ceremonial dirían que era una trasgresión tan pequeña como un grano de mostaza; y el mismo Jesús usó esta expresión refiriéndose a la más mínima expresión de la fe (Mateo 17:20).

En Palestina, la planta de la mostaza llegaba a ser casi como un árbol. Thomson dice en La Tierra y el Libro: «He visto esta planta tan alta como un caballo con su jinete en la fértil llanura de Akkar.» Y también: «Con la ayuda de mi guía arranqué una planta de mostaza auténtica que tenía más de tres metros de altura.» No se exagera en esta parábola.

Además, era corriente ver una grey de pájaros revoloteando en torno a un arbusto de mostaza, porque les encantan los granitos negros que produce, y se posan en sus ramas para comerlos. Jesús dijo que Su Reino era como un granito de mostaza, que se hace como un árbol cuando crece. La lección estaba más clara que el agua. El Reino del Cielo parte del comienzo más humilde, pero nadie sabe dónde terminará. En el lenguaje oriental, y también en el del Antiguo Testamento, una de las figuras más corrientes de un gran imperio es la de un árbol frondoso, y las naciones vasallas se representan como los pajarillos que encuentran cobijo y descanso entre sus ramas (Ezequiel 31:6). Esta parábola nos enseña que el Reino del Cielo empieza muy pequeñito, pero llegará el momento cuando reúna en su seno muchas naciones.

La Historia nos confronta con el hecho de que las cosas más grandes siempre tienen que empezar por los principios más humildes.

(i) Una idea que puede cambiar una civilización empieza en una persona. En el Imperio Británico fue William Wilberforce el que inició el proceso de la liberación de los esclavos. Le vino la idea leyendo una exposición del comercio de esclavos de Thomas Clarkson. Era amigo de Pitt, que era entonces primer ministro; y un día estaba charlando con él y con George Grenville en el jardín de Pitt en Holwood. Tenían una vista muy hermosa, con el valle de Keston enfrente; pero los pensamientos de Wilberforce discurrían por un paisaje muy desagradable. De pronto Pitt se volvió hacia él y le dijo: «Wilberforce, ¿por qué no haces una propuesta sobre el tráfico de esclavos?» Se sembró una idea en la mente de un hombre, y esa idea cambió la vida de centenares de miles de personas. Una idea tiene que encontrar una persona dispuesta a dejarse poseer por ella; y, cuando la encuentra, empieza a avanzar una marea incontenible.

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