«Sucede también con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo. Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles para separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.» Jesúspreguntó: –¿Entienden ustedes todo esto? –Sí –contestaron ellos. Entonces Jesús les dijo: –Cuando un maestro de la ley se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa, que de lo que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas. Mateo 13:47-52
Era la cosa más natural del mundo el que Jesús usara ilustraciones de la pesca cuando estaba hablando con pescadores. Es como si les dijera: «Fijaos en cómo os habla de las cosas del Cielo vuestro diario faenar.»
En Palestina había dos maneras de pescar. Una era con la red arrojadiza, amfibléstron, en castellano atarraya o esparavel, red manual que se lanzaba desde la orilla. Thomson nos describe cómo: « La red tiene la forma un poco como una tienda de campaña redonda, con una cuerda larga atada a la parte de arriba. Se ata al brazo, doblada de forma que cuando se lanza se extiende en toda su forma circular, con pesas de plomo en la circunferencia exterior para que baje al fondo rápidamente. Ahora, fijaos en el pescador: medio doblado y más que medio desnudo, observa atentamente la superficie para descubrir sus presas que se le acercan juguetonas. Salta adelante a su encuentro, lanza la red, que se desdobla en el vuelo y ameriza circularmente llegando al fondo antes de que los inocentes peces se den cuenta de que están atrapados. Tirando tranquilamente de la cuerda, el pescador arrastra la red y los peces hasta la orilla. Este método requiere una vista
aguda, una mente rápida y una gran habilidad en el lanzamiento. El pescador tiene que ser paciente, atento, despierto, y con buenos reflejos para lanzar la red en el instante propicio.»
La otra manera de pescar era con la red: barredera, seguéné. De esta se trata en la parábola. La red barredera era grande y cuadrada, con cuerdas atadas a las esquinas y con pesas en uno de los lados para que, en reposo, estuviera colgando verticalmente en el agua. Cuando la barca empezaba a moverse, la red tomaba la forma de un gran cono en el que quedaban atrapados peces de todas clases.
La red se arrastraba entonces a tierra, y se separaban los peces. Los inservibles se tiraban, y los buenos se colocaban en las cestas. Es interesante advertir que a veces se mantenían los peces vivos en cestas impermeables llenas de agua. No había otra manera de transportarlos frescos durante un cierto tiempo y a cierta distancia. Por eso, al pescado fresco se le llama en Israel dag jay, pescado vivo, no congelado.
Hay dos grandes lecciones en esta parábola.
(i) Por naturaleza la red barredera no selecciona ni puede seleccionar los peces. No tiene más remedio que recoger toda clase de cosas en su recorrido por el agua. Su contenido no puede por menos de ser una gran mezcla. Si aplicamos esto a la Iglesia, que es el instrumento del Reino de Dios en la Tierra, quiere decir que la Iglesia no puede ser discriminatoria, sino que tiene que ser una mezcla de toda clase de personas, buenas y malas, útiles e inútiles.
Siempre ha habido dos opiniones de la Iglesia: la exclusiva y la inclusiva. El punto de vista exclusivo mantiene que la Iglesia es para los buenos, para los sinceramente consagrados y para los que son totalmente diferentes de los del mundo. Es atractivo ese punto de vista, pero no es el del Nuevo Testamento porque, aparte de todo lo demás, ¿quién es el que va a juzgar, cuando se nos ha dicho que no juzguemos? (Mateo 7: l). Nadie tiene derecho a decir quién está consagrado a Cristo y quién no. El punto de vista inclusivo siente instintivamente que la Iglesia debe estar abierta a todo el mundo, y que, como la red barredera, en tanto en cuanto es una institución humana, no puede evitar ser una mezcla. Eso es exactamente lo que enseña la parábola.
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