Cuando uno de los comensales oyó lo que había dicho Jesús, exclamó: -¡Felices los que estén invitados al banquete del Reino de Dios! Entonces Jesús les contó otra parábola: -Una vez un hombre organizó un gran banquete e invitó a mucha gente. Y cuando llegó el momento, mandó a su siervo a decirles a los convidados: «¡Venid, porque ya está todo preparado!» Pero los convidados empezaron a disculparse como si se hubieran puesto de acuerdo. Uno dijo: «Acabo de comprar una propiedad y no tengo más remedio que ir a verla. Discúlpame, por favor.» Y otro dijo: «Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y ahora mismo iba a probarlos; así que haz el favor de excusarme.» Y otro dijo: «Acabo de casarme. Comprenderás que no puedo ir.» Cuando volvió el siervo, se lo hizo saber todo a su señor, que se puso furioso y le dijo: «¡Sal a toda prisa por las plazas y por las calles de la ciudad, y tráete para acá a todos los pordioseros, mancos, cojos y ciegos que te encuentres!» Al cabo de un rato el siervo volvió y le dijo a su señor: «Señor, ya se ha hecho como mandaste; pero todavía queda sitio.» Y el señor le dijo al siervo: «¡Pues salte por los caminos y los senderos, y obliga a entrar a todos los que encuentres, hasta que se me llene la casa! Porque os aseguro que ninguno de los que estaban convidados va a probar mi banquete!» Lucas 14:15-24
El banquete del rey y sus huéspedes
Los judíos tenían una serie de historias acerca de lo que iba a suceder cuando llegara la nueva era. Una de estas era la del banquete mesiánico, en el que leviatán, el monstruo marino (Job 41:1), sería el plato de pescado y behemot (Job 40:15) el de carne. En este banquete estaba pensando el que dijo: « ¡Felices los que estén invitados al banquete del Reino de Dios!»
Naturalmente, estaba pensando sólo en los buenos judíos, porque los gentiles y los pecadores no tendrían parte en la fiesta de Dios. Y por eso contó Jesús esta parábola.
En Palestina, cuando se hacía una fiesta, se fijaba la fecha con mucha antelación y se mandaban las invitaciones para que se dijera si se aceptaban. Pero no se decía la hora; así es que, cuando llegaba el día y todo estaba preparado, iban los siervos a avisar a los invitados. Era un grave insulto el haber aceptado la invitación y luego no asistir.
El dueño de la casa de la parábola representa a Dios. Los convidados originales eran los judíos. A lo largo de toda su historia habían estado esperando el día en que Dios interviniera; ese día había llegado, y ellos rechazaron la invitación. Los pordioseros y minusválidos de la calle representan a los publicanos y pecadores que recibieron a Jesús, mientras que los religiosos le rechazaron. Los de los caminos y las sendas del campo eran los gentiles, para los que había sitio en la fiesta de Dios. Belgel, el gran comentarista de tiempos de la Reforma, dice: «Tanto la naturaleza como la gracia aborrecen los vacíos.» Así que, cuando los judíos no acudieron a la invitación de Dios, la recibieron los gentiles.
Hay una frase de esta parábola que desgraciadamente se usa mal: « ¡Pues salte por los caminos y los senderos, y obliga a entrar a todos los que encuentres!» Hace mucho, Agustín de Hipona usaba este texto para justificar la persecución religiosa. Se tomaba como una orden para hacer cristianos a la fuerza, y como la razón para la Inquisición, las torturas, los autos de fe, las campañas contra los herejes, el bautismo o la muerte para los vencidos en supuestas guerras santas, etcétera, etcétera, cosas que son la vergüenza de la llamada civilización ,cristiana. Debemos entender esa frase de acuerdo con otra: «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Corintios 5:14). En el Reino de Dios no existe más que una obligatoriedad: la del amor.
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