¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he tratado de reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas, pero te negaste! Ríjate: Ahora tu casa se te deja desolada; porque te aseguro que ya no Me verás más desde ahora hasta el día que digas: «¡Bendito en el nombre del Señor en Que viene!» Mateo 23: 37-39
Rechazando la invitación del amor
Aquí está toda la tragedia entrañable del amor rechazadas. Aquí habla Jesús, no como el Juez severo de toda la Tierra, sino como el Enamorado de todos los seres humanos.
Este pasaje ilumina curiosamente la vida de Jesús de una manera que no podemos pasar por alto.
Según los Evangelios Sinópticos, Jesús no estuvo nunca en Jerusalén desde que empezó Su ministerio público hasta que llegó para esta última fiesta de la Pascua. Podemos ver aquí cuánto no se incluye en la historia evangélica; porque Jesús no podría haber dicho esto si no hubiera visitado Jerusalén repetidas veces y dirigido a su pueblo insistentes llamadas. En los evangelios no tenemos más que un boceto esquemático de la vida de Jesús.
Este pasaje nos muestra cuatro grandes verdades.
(i) Nos muestra la paciencia de Dios. Jerusalén había matado a los profetas y apedreado a los mensajeros de Dios; sin embargo Dios no la había rechazado; y, por último, le envió a Su Hijo. Hay una paciencia ilimitada en el amor de Dios que soporta el pecado humano sin rechazar a la humanidad.
(ii) Nos presenta la invitación de Jesús. Jesús habla como un Enamorado. No entra nunca en ningún sitio por la fuerza; la única arma que puede usar es la invitación del amor. Permanece con los brazos extendidos en invitación, una invitación que los humanos tenemos la responsabilidad de aceptar o rechazar.
(iii) Nos muestra la culpabilidad del pecado humano. Los hombres contemplaron a Cristo en todo el esplendor de Su invitación -y Le rechazaron. No hay manija por fuera de la puerta del corazón humano. Tiene que abrirse desde dentro; y el pecado es el consciente rechazamiento a ojos abiertos de la llamada de Dios en Jesucristo.
(iv) Nos muestra las consecuencias de rechazar a Cristo. Sólo cuarenta años habían de pasar hasta que el año 70 d.C.
Jerusalén quedara convertida en un montón de ruinas. Ese desastre fue la consecuencia directa de haber rechazado a Jesucristo. Si los judíos hubieran aceptado Su amor y abandonado el camino del poder político, Roma nunca se habría abalanzado sobre ellos con todo su poder vengativo. Es un hecho de la Historia -aun en el tiempo- que la nación que rechaza a Dios queda condenada al desastre.