¿Cómo puede ser esto? Si de veras queremos alegrar el corazón de un padre, si de veras queremos moverle a gratitud, la mejor manera de hacerlo es ayudando a uno de sus hijos. Dios es el gran Padre; y la manera de alegrar el corazón de Dios es ayudando a Sus hijos, nuestros semejantes.
Hubo dos hombres que encontraron esta parábola benditamente cierta. Uno fue Francisco de Asís; era rico y de elevado nacimiento y clase, pero no era feliz, porque tenía el sentimiento de que la vida era incompleta. Un buen día iba dándose un paseo a caballo, y se encontró con un leproso, horrible y repulsivo por la fealdad de su enfermedad. Algo movió a Francisco a bajar del caballo y abrazar a aquel miserable doliente; y en sus brazos el rostro del leproso se transformó en el rostro de Cristo.
El otro fue Martín de Tours. Era soldado romano, y cristiano. Un frío día de invierno, cuando entraba en una ciudad, le paró un mendigo para pedirle limosna. Martín no tenía dinero; pero el mendigo estaba azul y tiritando de frío, y Martín le dio lo que tenía. Se quitó su capa militar, usada y desgastada como estaba, la cortó en dos y le dio la mitad al mendigo.
Aquella noche tuvo un sueño. En él vio los lugares celestiales, y a todos los ángeles, y a Jesús en medio de ellos; y Jesús llevaba puesta la media capa de un soldado romano. Uno de los ángeles Le preguntó: « Maestro, ¿por qué llevas esa capa vieja y desgastada? ¿Quién Te la ha dado?» Y Jesús le contestó suavemente: «Me la ha dado Mi siervo Martín.»
Cuando aprendemos la generosidad que ayuda sin interés a las personas en las cosas más sencillas, nosotros también experimentamos el gozo de ayudar a Jesucristo mismo.
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