Jesús acababa de decirles a los judíos que, por su vida y su conducta y su reacción a Él, habían dejado bien claro que no eran hijos de Abraham. Entonces ellos presentaron una pretensión todavía mayor: que eran hijos de Dios. Encontramos en todo el Antiguo Testamento la afirmación de que Dios era de una manera especial el Padre de Su pueblo Israel. Dios mandó a Moisés que le dijera al Faraón: «Así ha dicho el Señor: Israel es Mi hijo primogénito» (Éxodo 4:22). Cuando Moisés estaba reprendiendo al pueblo por su desobediencia, su apelación era: «¿Así pagas al Señor, pueblo loco e ignorante? ¿No es El tu Padre Que te creó?» (Deuteronomio 32:6). Isaías expresa su confianza en Dios diciendo: «Tú eres nuestro Padre, si bien Abraham nos ignora e Israel no nos reconoce; Tú, oh Señor, eres nuestro Padre; nuestro Redentor perpetuo es Tu nombre» (Isaías 63:16). «Ahora pues, Señor, Tú eres nuestro Padre» (Isaías 64:8). Y Malaquías preguntaba: «¿Es que no tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?» (Malaquías 2:10). Así que los judíos pretendían que Dios era su Padre.
«Nosotros decían con orgullo- no somos hijos adulterinos.» Puede que haya aquí dos cosas. En el Antiguo Testamento, una de las más preciosas descripciones de la nación de Israel era como la Esposa de Dios. Por eso, cuando Israel se apartaba de Dios para ir tras dioses extraños, los profetas llamaban a su infidelidad adulterio espiritual. Cuando la nación era infiel, el pueblo apóstata se decía que eran «hijos de prostitución» (Oseas 2:4). Así que, cuando los judíos Le dijeron a Jesús que ellos no eran hijos adulterinos, lo que querían decir era que no formaban parte de una nación de idólatras, sino que siempre habían adorado al Dios verdadero. Presumían de no haberse apartado nunca de Dios, una presunción en la que sólo un pueblo inmerso en un sentimiento de propia justicia podría caer.
Pero también es posible que, cuando los judíos se expresaron así, se referían a algo mucho más personal. No cabe duda de que, desde tiempos muy antiguos, los judíos difundieron una horrible calumnia contra Jesús. Los cristianos afirmaban que Jesús había nacido milagrosamente de la bienaventurada Virgen María; y los judíos inventaron que María había sido infiel a José, que su amante había sido un legionario romano llamado Pantera, y que Jesús había sido el hijo de aquella unión adulterina. El nombre que atribuían al romano era una clara mistificación de Parthenos, Virgen. Es posible que esta calumnia subyaga en esta controversia; como si los judíos estuvieran echándole en cara a Jesús que con qué derecho les hablaba, precisamente Él, en esos términos.
La respuesta de Jesús a la pretensión de los judíos fue que era falsa; y la prueba era que, si Dios hubiera sido realmente su Padre, Le habrían amado y recibidoa Él. Aquí tenemos otra vez el pensamiento clave del Cuarto Evangelio: la prueba de una persona es su reacción a Jesús. Encontrarse cara a cara con Jesús es enfrentarse a un juicio, porque Él es la piedra de toque de Dios para saber cómo es cada cual.
La bien trabada acusación de Jesús prosigue. Él pregunta: « ¿Por qué no entendéis lo que os estoy diciendo?» Y la respuesta es terrible: no porque fueran intelectualmente torpes, sino porque eran espiritualmente ciegos. Se negaban a oír y se negaban a entender. Cualquiera puede hacerse el sordo a una advertencia; y, si se acostumbra a hacerlo, acabará siendo espiritualmente sordo. En último análisis, uno no oye más que lo que quiere oír; y si sólo sintoniza sus oídos a sus propios gustos y a las voces halagüeñas, al final será incapaz de captar la longitud de onda de Dios, como les pasaba a los judíos.
Entonces llega la acusación escarificadora: el verdadero padre de los judíos es el diablo. Jesús escoge dos de sus características.
(i) El diablo es típicamente un asesino. Jesús pudo tener dos ideas. Puede que estuviera pensando en la antigua historia de Caín y Abel. Caín fue el primer asesino de la Historia humana, y fue el diablo el que le inspiró. O que estuviera pensando en algo todavía más grave: fue el diablo el que tentó al hombre en la antigua historia del Génesis. El diablo consiguió que entrara el pecado en el mundo, y con él la muerte (Romanos 5:13). Si no hubiera habido tentación, no habría habido pecado; y si no hubiera habido pecado, no habría habido muerte. Por tanto, en cierto sentido, el diablo es el asesino de toda la raza humana.
Pero, hasta aparte de las viejas historias, el hecho es que Cristo conduce a la vida, y el diablo a la muerte. El diablo asesina la bondad, la castidad, el honor, la honradez, la belleza y todo lo que hace maravillosa la vida; asesina la paz mental y la felicidad y hasta el amor. Le es propio al mal el destruir; y Le es propio a Cristo el traer la vida, y vida en abundancia. En aquel preciso momento, los judíos estaban conspirando para matar a Jesús; estaban siguiendo el camino del diablo.
(ii) Al diablo le es propio el amar la falsedad. Todas las mentiras son inspiradas por el diablo y le hacen el juego al diablo. La falsedad odia siempre. la verdad y trata de destruirla. Cuando se encontraron Jesús y los judíos, lo falso se encontró con lo verdadero, y era inevitable que lo falso tratara de destruir lo verdadero.
Jesús acusó a los judíos de ser hijos del diablo porque sus pensamientos se proyectaban a la destrucción de lo bueno y al mantenimiento de lo falso. La persona que trata de destruir la verdad está haciendo la obra del diablo.