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Jesús habla de los verdaderos hijos de Dios

Josefo cuenta la historia de los seguidores de Judas el Galileo, que dirigió una famosa revuelta contra los romanos: «Tienen una fe inalterable en la libertad, y dicen que su único Rey y Gobernante es Dios» (Josefo, Antigüedades de los judíos 18:1, 6).

Cuando los judíos decían que no habían sido esclavos de nadie estaban confesando un artículo fundamental de su credo nacional. Y aunque era verdad que había habido épocas en las que habían estado sometidos a otras naciones, y también era verdad que entonces lo estaban a Roma, también era verdad que hasta en esos casos mantenían una independencia de espíritu que hacía que se sintieran libres aunque materialmente fueran esclavos. Cirilo de Jerusalén escribió de José: «José fue vendido para ser esclavo, pero él era libre, todo radiante de nobleza de alma.» Hasta el sugerirle a un judío que podía ser considerado como un esclavo era un insulto que no perdonaría.

Pero Jesús estaba hablando de otra esclavitud. «El que comete pecado -les dijo-, es esclavo del pecado.» Jesús estaba reiterando un principio que los sabios griegos habían expuesto una y otra vez. Los estoicos decían: «Sólo el sabio es libre; el ignorante es un esclavo.» Sócrates había demandado: « ¿Cómo puedes decir que un hombre es libre cuando está dominado por sus pasiones?» Pablo daba gracias a Dios porque el cristiano era libre de la esclavitud del pecado (Romanos 6:17-20).

Aquí hay algo muy interesante y muy sugestivo. A veces, cuando se le dice a uno que está haciendo algo malo, o se le advierte para que no lo haga, su respuesta es: «¿Es que no puedo hacer lo que me dé la gana con mi propia vida?» Pero la verdad es que el pecador no está haciendo su voluntad, sino la del pecado. Una persona puede dejar que un hábito la tenga en un puño de tal manera que no pueda soltarse. Puede dejar que el placer la domine tan totalmente que ya no se pueda pasar sin él.

Puede dejar que alguna autolicencia se adueñe de tal manera de ella que le resulte imposible desligarse. Puede llegar a tal estado que, al final, como decía Séneca, odia y ama su pecado al mismo tiempo. Lejos de hacer lo que quiere, el pecador ha perdido la capacidad de hacer su voluntad. Es esclavo de sus hábitos, autolicencias, seudoplaceres que le tienen dominado. Esto es lo que Jesús quería decir. Ninguna persona que peca se puede decir que es libre.

Entonces Jesús hace una advertencia velada, pero que sus oyentes judíos comprenderían muy bien. La palabra esclavo le recuerda que, en cualquier casa, hay una enorme diferencia entre un esclavo y un hijo. El hijo es un residente permanente de la casa, mientras que al esclavo se le puede echar en cualquier momento. En efecto, Jesús les está diciendo a los judíos: «Vosotros creéis que sois hijos en la casa de Dios y que nada, por tanto, os puede arrojar de vuestra posición privilegiada. Tened cuidado; por vuestra conducta os estáis poniendo en el nivel del esclavo, y a éste se le puede arrojar de la presencia del amo en cualquier momento.» Aquí hay una amenaza. Es sumamente peligroso comerciar con la misericordia de Dios, y eso era lo que los judíos estaban haciendo. Aquí hay una seria advertencia para nosotros también.

La auténtica filiación

Jesús continuó diciéndoles: -Sé que sois descendientes de Abraham; pero estáis tratando de encontrar la manera de matarme porque Mi palabra no tiene cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto en la presencia del Padre. Así deberíais vosotros hacer lo que habéis oído del Padre. – ¡Nuestro padre es Abraham! -exclamaron; y Jesús les siguió diciendo: -Si sois hijos de Abraham, obrad como obraría él. Pero ahora estáis tratando de encontrar la manera de matarme, aunque Yo no soy más que Uno que os ha dicho la verdad tal como la he escuchado de Dios. Eso no es lo que hizo Abraham. Lo que hacéis vosotros son las obras de vuestro padre. En este ,pasaje, Jesús asesta un golpe de muerte a una pretensión que era de suprema importancia para los judíos. Abraham era para ellos la más grande figura de la historia de la religión; se consideraban seguros y a salvo en el favor de Dios simplemente por ser descendientes de Abraham. El salmista podía dirigirse al pueblo como «¡Oh vosotros, descendencia de Abraham Su siervo, hijos de Jacob, Sus escogidos!» (Salmo 105:6). Isaías decía al pueblo: «Pero tú, Israel, siervo Mío eres; tú, Jacob, a quien Yo escogí, descendencia de Abraham Mi amigo» (Isaías 41:8). La admiración que sentían los judíos por Abraham era perfectamente legítima, porque fue un gigante en la historia religiosa de la humanidad; pero las consecuencias que sacaban de su grandeza estaban completamente equivocadas. Creían que Abraham había ganado tal mérito con su bondad, que era suficiente, no sólo para él, sino también para todos sus descendientes. Justino Mártir tuvo una discusión con el judío Trifón sobre la religión judía, y la conclusión de éste era que « el Reino eterno se otorgará a los que son la simiente de Abraham según la carne, aunque sean pecadores e incrédulos y desobedientes a Dios» (Justino Mártir, Diálogo con Trifón 140). Los judíos se creían literalmente a salvo simplemente por ser descendientes de Abraham.

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