(ii) Algunos animales eran sagrados en otras religiones; por ejemplo: el gato y el cocodrilo eran sagrados en Egipto, y sería muy natural para los judíos considerar inmundo cualquier animal que otra nación adoraba. En tal caso el animal sería una especie de ídolo, y por tanto peligrosamente inmundo.
(iii) Como indica el doctor Randle Short en su utilísimo libro La Biblia y la medicina moderna, algunas de las reglas eran de hecho sabias desde la óptica de la salud y de la higiene. El Dr. Short escribe: «Cierto que comemos cerdo, conejo y liebre; pero esos animales son propensos a infecciones parasitarias, y son inocuos solo si están bien cocinados. El cerdo come cosas inmundas, y puede albergar dos gusanos, la triquina y la tenia o solitaria, que pueden contagiarse al ser humano. El peligro es mínimo en los países civilizados, pero tiene que haber sido muy grave en la antigua Palestina, por lo que era mejor evitar esas carnes.» La prohibición de comer carne en la que quedara algo de sangre procede del hecho de que la sangre era la vida para el pensamiento judío.
Esta es una idea muy natural, porque, cuando un animal se desangra, se le va también la vida. Y la vida pertenece a Dios, y solo a Él. La misma idea explica la prohibición de comer sebo: porque es la parte más rica de un cuerpo muerto, y debe ofrecerse a Dios en sacrificio. En algunos casos, escasos, el sentido común subyacía bajo las prohibiciones y las leyes alimentarias.
(iv) Queda un gran número de casos en los que las cosas y los animales eran inmundos sencillamente porque lo eran, sin más razón aparente. Los tabúes son inexplicables casi siempre; son muchas veces supersticiones por las que ciertos seres vivos se relacionaron con la buena o con la mala fortuna, con la limpieza o con la inmundicia.
Estas cosas no tendrían gran importancia en sí mismas si no fuera porque, desgraciadamente, habían llegado a ser cuestiones de vida o muerte para los escribas y fariseos. Para ellos servir a Dios, ser religiosos, era observar estas buenas leyes. Veremos el resultado si expresamos este asunto de la siguiente manera: Para la mentalidad de los fariseos, la prohibición de comer carne de conejo o de cerdo era un mandamiento de Dios tan importante como no cometer adulterio; por tanto, era un pecado tan serio comer cerdo o conejo como seducir a, una mujer y practicar una relación sexual ilegal. La religión se había mezclado con toda clase de reglas y normas externas; y, como es mucho más fácil observar éstas y acechar a los que no las cumplen, estas reglas y normas habían llegado a ser la verdadera religión de los judíos ortodoxos.
Maneras de purificar
Ahora entramos en el impacto concreto de todo esto en el pasaje que estamos estudiando. Estaba claro que era imposible evitar toda clase de impureza ceremonial. Una persona podría evitar cosas impuras; pero, ¿cómo podría saber cuando rozaba en la calle a otro que estaba impuro? Además, esto se complicaba por el hecho de que había gentiles en Palestina, y hasta el polvo que pisara el pie de un gentil era impuro.
Para combatir la impureza se desarrolló un complicado sistema de abluciones cada vez más elaboradas. Al principio se tenía el lavamiento de manos al levantarse por la mañana. Luego se desarrolló un sistema elaborado de abluciones que tenían que hacer los sacerdotes en el templo antes de comer la parte del sacrificio que les correspondía por oficio. Más tarde, estas complicadas abluciones se las exigían los más estrictos judíos ortodoxos a sí mismos, y también a todos los que pretendieran ser verdaderamente religiosos.
Edersheim, en La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, describe las más elaboradas de esas abluciones. Las jarras de agua se tenían preparadas para su uso antes de las comidas. La cantidad mínima de agua que se debía usar era la cuarta parte de un log, que se definía como la cantidad de agua necesaria para llenar una cáscara de huevo y media. El agua se derramaba primero sobre las dos manos manteniendo las puntas de los dedos hacia arriba,. y tenía que correr hasta la muñeca, desde donde ya se vertía, porque para entonces ya era impura por haber tocado las manos impuras, y si volvía a pasar otra vez por los dedos los contaminaría. El proceso se repetía con las manos en la posición contraria, con las puntas de los dedos hacia abajo; y luego, ya por último, se limpiaba cada mano restregándola con el puño cerrado de la otra. Un judío verdaderamente estricto hacía todo esto, no sólo antes de cada comida, sino también entre cada dos platos.