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Jesús explica la parábola del sembrador

Un nuevo papa ascendió a la Santa Sede, y Galileo pensó que Urbano VIII era un hombre con amplia simpatía y más cultura que su predecesor; así es que, una vez más, salió al exterior con su teoría. Estaba equivocado en su esperanza. Esta vez tuvo que firmar una recantación o sufrir tortura.

Firmó: «Yo, Galileo, estando en mi septuagésimo años, estando prisionero y de rodillas, y en presencia de vuestras eminencias, teniendo ante mis ojos el Santo Evangelio, sobre el que pongo mi mano, abjuro, maldigo y detesto el error y la herejía del movimiento de la Tierra.» Su recantación le salvó de la muerte, pero no de la cárcel; y al final se le negó el derecho a ser enterrado en el panteón familiar.

No fue sólo la Iglesia Católica Romana la que trató de suprimir la verdad. Lutero escribió: «La gente ha prestado oído a un aprendiz de astrónomo -quería decir Copérnico-, que se empeñó en demostrar que la Tierra se mueve, y no los cielos o el firmamento, el Sol y la Luna… Este necio quería desbaratar toda la ciencia de la astronomía; pero la Sagrada Escritura no nos dice que Josué mandó pararse a la Tierra, sino que mandó pararse al Sol.»

Pero el tiempo sigue su marcha. Se puede amenazar con torturar a una persona. Para descubrir la verdad se la puede llamar estúpida y tratar de echarla del tribunal con burlas; pero eso no altera la verdad. «No está en vuestro poder -dijo el reformador escocés Andrew Melville- ahorcar o desterrar la verdad.» La verdad se puede atacar, aplazar, ocultar o insultar; pero con el tiempo prevalece. Uno tiene que tener cuidado, no sea que esté luchando contra la verdad.

(ii) Se aplica a nosotros y a nuestra propia vida y conducta. Cuando uno hace una cosa mala, lo que quiere es que no se descubra. Eso es lo que hicieron Adán y Eva cuando desobedecieron el mandamiento de Dios (Génesis 3: 8). Pero la verdad se las arregla para salir a la luz. En último análisis nadie puede ocultarse la verdad a sí mismo; y el que trata de mantener algo secreto no puede ser nunca feliz. La tela de araña del engaño no es nunca un escondite de confianza. Y, cuando se llega al final de la cosa, nadie puede guardarle secretos a Dios. A fin de cuentas es literalmente cierto que no hay nada que no se haya de revelar en la presencia de Dios. Cuando tenemos presente esto, estamos abocados a desear por encima de todo que nuestra vida sea tal que todo el mundo la pueda contemplar, y que Dios le pueda pasar revista sin que nos consuma la vergüenza.

Este fue otro de los dichos de Jesús: «¡Atención a lo que estáis oyendo! Lo que recibís depende de lo que dais. Será lo que deis lo que se os devuelva con creces.» En la vida siempre se nivelan las cosas. Lo que obtenga una persona estará determinado por lo que dé.

(i) Esto es verdad del estudio. Cuanto más estudio se esté preparado a dedicarle a un asunto, tanto más se sacará de él. En la antigua nación de los partos no se le daba nunca de comer a los jóvenes hasta que la habían sudado. Tenían que trabajar antes que comer. Así son todos los temas de estudio: dan placer y satisfacción en proporción al esfuerzo que se les aplique.

Así sucede especialmente con el estudio de la Biblia. Puede que a veces pensemos que hay ciertas partes de la Biblia que no nos dicen nada; pero si las estudiamos a menudo e intensamente llegan a ser las que nos dan una cosecha más abundante. Un estudio superficial de un asunto ni siquiera nos despertará interés; mientras que un estudio realmente intensivo nos dejará encantados y satisfechos.

(ii) Es verdad del culto. Cuanto más llevemos al culto de la casa de Dios, tanto más recibiremos en él. Cuando vamos al culto en la iglesia, hay tres actitudes equivocadas que debemos evitar.

(a) Podemos ir sólo para recibir. Si vamos de esa manera, lo más probable es que critiquemos al organista, y al coro, y le encontremos faltas a la predicación y a todo lo demás. Juzgaremos todo el culto como si fuera un espectáculo programado para entretenernos. Debemos ir preparados a dar; debemos recordar que el culto es un acto corporativo, y que cada uno de nosotros tiene que contribuir con algo. Si preguntamos, no: «¿Qué puedo yo sacar de este culto?» sino: «¿Qué puedo yo contribuir a este culto?», sacaremos mucho más de él que si hubiéramos venido simplemente para recibir.

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