Cuando se hizo de día, Jesús subió a un cerro, y llamó a sus discípulos,. Una vez reunidos, eligió de entre ellos a doce, a quienes llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para mandarlos a anunciar el mensaje. A estos les dio el nombre de apóstoles, y les dio autoridad para expulsar a los demonios. Estos son los doce que escogió: Simón, a quien puso el nombre de Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes llamó Boanerges (es decir, “Hijos del Trueno”); Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás y Santiago, hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el cananeo, al que llamaban el celote, y Judas Iscariote, que después traicionó a Jesús. Después entró Jesús en una casa, y otra vez se juntó tanta gente, que ni siquiera podían comer él y sus discípulos. Jesús bajó del cerro con ellos y se de tuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían llegado para oír a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. Marcos 3:13-20; Lucas 6:13-19
Jesús había llegado a un momento muy importante de su vida y su obra. Se había presentado con Su mensaje; había escogido Su método; había recorrido Galilea predicando y sanando. Para entonces ya había hecho un impacto considerable la opinión pública. Ahora tenía que enfrentarse con dos problemas muy prácticos. En primer lugar, tenía que encontrar, la manera de hacer que permaneciera Su mensaje en caso de algo Le sucediera a El, y que ese algo había de sucederle no lo dudaba. Segundo, tenía que encontrar la manera de extender Su mensaje; y en una edad en que no había tal cosa como periódicos o libros, ni ninguna manera de alcanzar grandes audiencias a la vez, esa no era una tarea fácil. No había nada más que una forma de resolver los dos problemas: tenía que escoger algunas personas para escribir Su mensaje en corazones y vidas, y que salieran de Su presencia para difundirlo a los cuatro vientos.
Eso exactamente es lo que precisamente Le vemos hacer aquí. Es significativo que el Cristianismo empezó con un grupito. La fe cristiana es algo que estaba diseñado desde el principio que se había de descubrir y vivir en compañía. La esencia de la manera de vivir de los fariseos era que separaba a los hombres de su entorno. El mismo nombre de fariseo quiere decir separado; la esencia del Cristianismo es que vincula a cada uno con sus semejantes, y le presenta la tarea de vivir en compañía con los demás. Además, el Cristianismo empezó con un grupo muy heterogéneo. En él se encontraban los dos extremos: Mateo era cobrador de contribuciones, y por tanto un marginado; era un renegado y un traidor a sus compatriotas; y Simón el Cananeo, al que Lucas llama correctamente el Celota; y los celotas eran una pandilla de nacionalistas ardientes y violentos que se comprometían hasta a cometer crímenes y asesinatos para librar a su país del yugo extranjero. El hombre que había perdido totalmente el sentido de patriotismo y el patriota fanático estaban juntos en aquel grupo, y sin duda habría entre aquellos dos extremos toda clase de trasfondos y opiniones.
El Cristianismo empezó insistiendo en que las personas más diferentes deben vivir juntas, y ofreciéndoles la oportunidad de hacerlo conviviendo con Jesús. A juzgar por los baremos (Cuaderno o tabla de cuentas ajustadas. Lista o repertorio de tarifas. Cuadro gradual establecido convencionalmente para evaluar los méritos personales, la solvencia de empresas, etc., o los daños derivados de accidentes o enfermedades) del mundo, los hombres que escogió Jesús no tenían ninguna cualificación especial. No eran ricos, ni tenían una posición social especial, ni tenían una cultura elevada, ni tenían preparación teológica, ni tenían una posición elevada en la iglesia. Eran doce personas normales y corrientes. Pero sí tenían dos cualificaciones especiales. La primera: habían sentido la atracción magnética de Jesús. Había algo en Él que les había hecho querer tenerle por Maestro. Y la segunda: tenían el coraje de mostrar que estaban de Su parte. No nos equivoquemos: aquello requería coraje. Ahí estaba Jesús, pasando tranquilamente por alto normas y reglas; ahí estaba Jesús siguiendo un camino que conducía inevitablemente a una colisión con los líderes ortodoxos; ahí estaba Jesús, ya marcado como pecador y como hereje; y sin embargo tuvieron el coraje de asociarse con Él. Ningún grupo de hombres lo arriesgó todo nunca antes ni después a una esperanza trasnochada como aquellos galileos, y ninguna banda de hombres lo hizo ni lo haría nunca jamás con los ojos más abiertos que ellos. Aquellos Doce tenían toda clase de faltas; pero dijérase lo que se dijera de ellos, amaban a Jesús y no tenían miedo de decirle al mundo que Le amaban, y eso es ser cristianos.