Estando Jesús en Betania, donde vivía Lázaro a quien Jesús resucito, en casa de Simón el leproso, se le dispuso una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él. Y María se acercó a Él, con un vaso de alabastro, lleno de una libra de ungüento o perfume de nardo puro, y de gran precio, y quebrando el vaso, le derramó sobre la cabeza de Jesús, el cual estaba a la mesa, y se llenó la casa de la fragancia del perfume. Por lo cual Judas Iscariote, uno de sus discípulos, aquel que le habría de entregar, dijo: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para limosna de los pobres? Esto dijo, no porque el pasase algún cuidado por los pobres, sino porque era ladrón y teniendo la bolsa, llevaba o defraudaba el dinero que se echaba en ella. Algunos de los discípulos, al ver esto, lo tomaron a mal. Con este motivo bramaban contra ella. Lo cual oyendo Jesús, les dijo: Dejadla, ¿por que molestáis a esta mujer, y reprobáis lo que hace, siendo buena, como es, la obra que ha hecho conmigo? Pues a los pobres los tenéis siempre a mano y podéis hacerles bien cuando quisiereis; mas a Mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho cuanto estaba en su mano; derramando ella sobre mi cuerpo este bálsamo se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo, que doquiera que se predique este mensaje de salvación, que lo será en todo el mundo, se celebrará también en memoria suya lo que acaba de hacer. Mateo 26: 6-13; Marcos 14: 3-9; Juan 12:1-9
La prodigalidad del amor
La historia de la unción en Betania nos la cuentan también Marcos y Juan. El relato de Marcos es casi exactamente el mismo que el de Mateo; pero Juan añade el detalle significativo de que la mujer que ungió a Jesús fue nada menos que María, la hermana de Marta y de Lázaro. Lucas no nos cuenta esta historia, pero sí la de la unción en la casa de Simón el fariseo (Lucas 7:36-); pero en la historia de Lucas la mujer que ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos era una conocida pecadora.
Siempre quedará la interesante posibilidad de que la historia que nos cuenta Lucas sea la misma que nos cuentan los otros tres evangelistas. En ambos casos el nombre del anfitrión es Simón, aunque en Lucas es Simón el fariseo, mientras que en Mateo y Marcos es Simón el leproso. En Juan, el anfitrión no se nombra, aunque el relato parece dar la impresión de que se trataba de la casa de Marta y María y Lázaro. Simón era un nombre muy corriente. Hay por lo menos diez Simones en el Nuevo Testamento, y más de veinte en el libro de historia de Josefo. La mayor dificultad para identificar las historias de Lucas y de los otros tres evangelistas es que Lucas nos dice que la mujer era una conocida pecadora, y no tenemos la menor indicación de que ese fuera el caso de María de Betania. Por otra parte, la misma intensidad con que María amaba a Jesús podría sugerir las profundidades de las que Él la rescató.
Sea cual fuere la respuesta que se dé a la cuestión de la identificación, la historia es desde luego lo que Jesús la llamó: la historia de una cosa muy hermosa; y nos atesora ciertas verdades muy preciosas.
(i) Nos muestra la prodigalidad del amor. La mujer tomó lo más precioso que tenía; y se lo derramó a Jesús en la cabeza. A las mujeres judías les encantaban los perfumes; y era corriente que llevaran un frasquito de alabastro con perfume corriente en el collar. Ese perfume era muy costoso. Tanto Marcos como Juan nos relatan que los discípulos dijeron que ese perfume podría haberse vendido por trescientos denarios (Marcos 14: S; Jbi12: S); lo que quiere decir que ese frasquito de perfume representaba casi el sueldo de un año de un obrero. O podemos verlo de esta otra manera. Cuando Jesús -y Sus discípulos estaba hablando de cómo se podría dar de comer a la multitud, la respuesta de Felipe fue que 200 denarios apenas bastarían para alimentarlos.