Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos. Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Así que, al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió también a las barcas y se dirigió a Cafarnaúm, a buscarlo. Al llegar ellos al otro lado del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: –Maestro, ¿cuándo viniste acá? Jesús les dijo: –Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Le preguntaron: –¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere que hagamos? Jesús les contestó: –La única obra que Dios quiere es que crean en aquel que él ha enviado. Le preguntaron entonces: –¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te creamos?¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Les dio a comer pan del cielo. Jua 6:32 Jesús les contestó: –Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: –Señor, danos siempre ese pan y Jesús les dijo: –Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed. Pero como y a les dije, ustedes no creen aunque me han visto. Todos los que el Padre me da, vienen a mí; y a los que vienen a mí, no los echaré fuera. Porque yo no he bajado del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite en el día último. Porque la voluntad de mi Padre es que todos los que miran al Hijo de Dios y creen en él, tengan vida eterna; y yo los resucitaré en el día último. Juan 6:22-40
La multitud se había quedado al otro lado el lago: En tiempos de Jesús la gente no tenía que observar, el horario de oficina, tenían tiempo para esperar que Jesús volviera otra vez. Esperaron porque se habían dado cuenta de que no había más que una barca, y que los discípulos se habían ido en ella sin Jesús; así es que dedujeron que Él tendría que estar por allí cerca. Después de esperar algún tiempo; empezaron a darse cuenta de que Jesús no volvía. Habían llegado a la bahía algunos barcos de Tiberíades, tal vez para refugiarse de la tormenta de la noche anterior. Los que estaban esperando se embarcaron y volvieron así a Cafamaún.
Al descubrir; para su sorpresa; que Jesús ya estaba allí, Le preguntaron que cuándo había llegado. Jesús, sencillamente, no contestó a la pregunta; la cosa no tenía el menor interés. La vida es demasiado corta para perderla charlando sobre viajes; así es que entró en materia de inmediato. «Habéis visto -les dijo- cosas maravillosas. Habéis visto cómo ha permitido la gracia de Dios que se alimentara una multitud. Vuestro pensamiento se tendría que haber concentrado en el Dios que lo había hecho; en cambio, en lo único que estáis pensando es en la comida.» Es como si les dijera: «Estáis tan ocupados pensando en vuestro estómago que no os acordáis de vuestra alma.»
« La gente -decía Crisóstomo- está enganchada a las cosas de esta vida.» Ahí estaban. unas personas cuyos ojos nunca se habían remontado de los terraplenes de este mundo a las eternidades del más allá. Una vez estaban hablando de las cosas de la vida Napoleón y un amigo suyo. Estaba oscuro. Fueron hacia la ventana y miraron hacia fuera. Allá en el cielo había estrellas distantes, como poco más que puntas de alfileres de luz. Napoleón, que tenía una vista muy aguda mientras que su amigo era miope; señaló hacia el cielo. «¿Ves esas estrellas?» -le preguntó-. «No -le contestó su amigo-, yo no veo nada.» Y entonces le dijo Napoleón: «Esa es la diferencia entre nosotros dos.» El que está atado a la tierra no vive más que media vida, si acaso. El que está vivo de veras es el que tiene visión, el que mira al horizonte y ve las estrellas.
Jesús comprimió su mandamiento en una frase: «No os afanéis por el alimento perecedero, sino por el permanente .y que da la vida eterna.» Mucho tiempo atrás, un profeta había preguntado: «¿Por qué os gastáis el dinero en lo que no es pan, y el producto de vuestro trabajo en lo que no satisface?» (Isaías 55:2). Hay dos clases de hambre: el hambre física, que puede satisfacer la comida física; y el hambre espiritual, que aquel alimento no puede saciar. Una persona puede ser tan rica como Creso, y seguir con insatisfacción en su vida.