Jesús es el camino al Padre

(ii) Él proponía que se Le sometiera a la prueba de sus obras. Le dijo a Felipe: « Si no podéis creer en Mí por lo que Yo os digo, sin duda os dejaréis convencer por lo que Yo puedo hacer.» Esa era la misma respuesta que Jesús le envió a Juan el Bautista cuando éste Le envió mensajeros que Le preguntaran si era Él, Jesús, el Mesías, o si tendrían que seguir esperando a otro. « Id -les dijo Jesús-, y contadle a Juan lo que está sucediendo, y eso le convencerá» (Mateo 11:1-6). La prueba definitiva de que Jesús es el Que es es que ningún otro ha conseguido jamás hacer buenos a los que eran malos. Lo que Jesús le dijo a Felipe fue, en resumen: «¡Escúchame! ¡Mírame! ¡Y cree en mí!» Y todavía, la manera de llegar a ser cristiano no es discutir acerca de Jesús, sino escucharle y mirarle. Si así lo hacemos, Su impacto personal nos obligará a creer que Él es el Salvador del mundo, y nuestro propio y suficiente Salvador personal.

Las tremendas promesas

-Esto que os digo es la pura verdad-siguió diciéndoles Jesús a Sus discípulos- : el que crea en Mí hará las obras que Yo hago, y aun mayores que éstas; porque Yo voy al Padre, y haré todo lo que pidáis en Mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedís alguna cosa en Mi nombre, Yo la haré.

No es fácil encontrar promesas que sean mejores que las dos de este pasaje. Pero son de tal naturaleza que debemos tratar de entenderlas. Si no, la vida nos desilusionará.

(i) La primera es que Jesús dijo que Sus discípulos harían lo que Él hacía, y aun mayores cosas. ¿Qué quería decir?

(a) Está fuera de toda duda que la Iglesia Primitiva tenía poder para realizar curaciones. Pablo enumera entre otros dones que se daban en la Iglesia el de sanidad(] Corintios 12:9, 28, 30). Santiago exhortaba a que, cuando un cristiano estuviera enfermo, llamará a los ancianos de la iglesia para que oraran por él ungiéndole con aceite, y sanaría (Santiago 5:14). Pero está claro que no era eso solo lo que quería decir Jesús; porque, aunque se pudiera decir que la Iglesia Primitiva hacía las mismas cosas que Jesús, no se podría decir que las hacía aún mayores

(b) Conforme ha ido pasando el tiempo, la humanidad ha ido conquistando la enfermedad. Los médicos y los cirujanos tienen poderes que el mundo antiguo habría considerado milagrosos y hasta divinos. Los cirujanos con sus nuevas técnicas, los médicos con sus nuevos tratamientos y medicinas maravillosas pueden realizar ahora las curas más sorprendentes. Aún queda mucho camino por recorrer; pero, una tras otra, se han ido abatiendo las fortalezas del dolor. Lo más sorprendente de todo esto es que ha sido el poder y la influencia de Jesucristo lo que lo ha producido. ¿Por qué habíamos de esforzarnos en salvar a los débiles, a los enfermos y a los moribundos, a todos los que tienen el cuerpo dañado o la mente trastornada? ¿Por qué los intelectuales y los científicos se han sentido movidos, y hasta impulsados, a dedicar sus vidas y esfuerzos, muchas veces hasta arruinando su salud y perdiendo su vida, para encontrar curas para la enfermedad y remedios para el sufrimiento? La indudable respuesta es que, aunque no se dieran cuenta de ello, Jesús era el Que les estaba diciendo por medio de Su Espíritu: « Hay que ayudar y curar a estas personas. Tenéis que hacerlo. Es vuestra responsabilidad y vuestro privilegio el hacer todo lo que podáis por ellos.» Es el Espíritu de Cristo el Que ha estado impulsando la conquista de la enfermedad; y, en consecuencia, se pueden hacer cosas ahora que en tiempos de Jesús ni siquiera se habrían creído posibles.

(c) Pero todavía no hemos llegado al fondo. Recordad lo que Jesús hizo en los días de Su carne. No predicó nunca fuera de Palestina. Durante Su vida en la Tierra, el Evangelio no llegó ni a Europa. Él no conoció nunca la degradación moral de Roma. Aun Sus adversarios de Palestina eran hombres religiosos; los escribas y fariseos dedicaban sus vidas a la religión tal como ellos la entendían, y sin duda creían y practicaban la pureza de vida. No fue en Su tiempo cuando el Evangelio salió por un mundo en el que el matrimonio no se respetaba, el adulterio no era ni siquiera un pecado convencional y en los vicios más degradantes florecían como en una selva tropical.

Fue a ese mundo al que salieron los primeros cristianos, y lo ganaron para Cristo. Cuando el Cristianismo se convirtió en una cuestión de números e influencia y cambio de poderes, los triunfos del mensaje de la Cruz fueron todavía mayores que los de Jesús en los días de Su carne. Era de una regeneración moral y de una victoria espiritual de lo que Cristo estaba hablando. Y Él dijo que aquello sería porque El iba al Padre. ¿Qué quena decir con eso? Pues que, en los días de Su carne, estaba limitado a Palestina; pero, después de morir y resucitar, fue liberado de las limitaciones de espacio y tiempo, y Su Espíritu pudo obrar poderosamente por todas partes.

(ii) En Su segunda promesa, Jesús dice que cualquier oración que se haga en Su nombre será concedida. Esto es algo que nos interesa supremamente entender. Fijémonos con cuidado que Jesús no dijo que todo lo que pidiéramos se nos concedería, sino que todas las oraciones que hiciéramos en Su nombre se nos concederían. La prueba de una oración es: ¿Puedo hacerla en el nombre de Jesús? Nadie podría, por ejemplo, pedir una venganza, una ambición, algún objetivo indigno de un cristiano en el nombre de Jesús. Cuando oramos, debemos preguntarnos siempre: «¿Podemos hacer esta petición honradamente en el nombre de Jesús? La oración que supera esa prueba y que, al final dice, «Hágase Tu voluntad», siempre se contesta afirmativamente. Pero la que se basa en el yo no puede esperar que Dios la conceda.

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