Jesús no pudo por menos de ver que los invitados se disputaban los puestos de honor a la mesa, y les contó una parábola: -Cuando alguien te convide a un banquete de boda, no te apresures a ocupar el sitio más distinguido, no sea que esté también invitado otro que sea más honorable que tú, y venga el que os convidó a los dos a decirte: «Déjale el sitio a este»; y tengas que ponerte colorado buscando un sitio al final de todo. Más bien, cuando te convide alguien, ocupa el último asiento; y cuando llegue el anfitrión te dirá: «No, amigo mío; ahí no. Sube más cerca de la presidencia.» Y entonces recibirás mayor honor entre todos los demás invitados. Y es que todos acaban por despreciar al que se da importancia; y a todos les cae bien el que actúa con sencillez. Lucas 14:7-11
Jesús puso un ejemplo casero para ilustrar una verdad eterna. Cuando llega temprano a la fiesta un invitado sin importancia y se coloca en la mesa presidencial, lo más probable es que luego llegue otro más distinguido, y se le diga al primero que le deje el sitio al otro y él se busque otro sitio, que lo más seguro es que tendrá que ser al final de todos; con lo cual le saldrá el tiro por la culata, porque lo que él quería era cubrirse de gloria. Y por otra parte, si un invitado empieza por colocarse, en el último asiento, y el anfitrión le dice que se acerque más a la presidencia, ese sí queda bien ante la concurrencia.
Esa es la actitud que, cuando es sincera, llamamos humildad, y que es una característica de las personas verdaderamente grandes. Cuando Thomas Hardy ya era tan famoso que cualquier periódico habría pagado bien el honor de publicar algo suyo, algunas veces mandaba un poema acompañado de un sobre franqueado para que se lo devolvieran si no les interesaba.
Aun cuando se encontraba en la cumbre de la fama, era lo suficientemente humilde como para considerar que sus obras se podían rechazar.
La humildad del rector Cairns se hizo legendaria. Nunca entraba el primero en ningún sitio. Siempre decía: « Usted primero, por favor.» Una vez, al subir ala plataforma, resonó un imponente aplauso de bienvenida. El se puso a un lado, cedió el paso al que venía detrás de él y se puso a aplaudirle. Nunca pensaba que el aplauso fuera para él; sería para otro. Para creerse importante, uno tiene que ser bastante mezquino.
¿Cómo se puede conservar la humildad?
(i) Dándonos cuenta de las cosas. Por mucho que sepamos, sabemos muy poco en comparación con lo que se puede saber. Aunque hayamos logrado mucho, no es gran cosa a fin de cuentas. Por muy insustituibles que nos creamos, cuando nos quitemos de en medio o nos aparque la muerte la vida seguirá lo mismo sin nosotros.
(ii) Podemos conservar la humildad por comparación con los mejores. Cuando vemos u oímos a los expertos nos damos cuenta de lo pobre que es nuestra actuación. Muchos jugadores de lo que sea han decidido retirarse después de presenciar un campeonato, y muchos intérpretes han decidido no aparecer más en público después de escuchar a un maestro. Y muchos predicadores se han sentido empequeñecer hasta casi desaparecer cuando han escuchado a un verdadero hombre de Dios. Pero, sobre todo: si nos ponemos al lado del Maestro y Señor veremos nuestra indignidad en comparación con su radiante pureza y será la muerte de nuestro orgullo.
- Páginas:
- 1
- 2
- Páginas:
- 1
- 2