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Jesús enseña sobre la venganza

(iv) Y lo más importante de todo: Hay que recordar que la Lex Talionis no es ni mucho menos toda la ética del Antiguo Testamento. Hay atisbos y hasta esplendores de misericordia en el Antiguo Testamento. «No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo» (Levítico 19:18). «Si el que te aborrece tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua» (Proverbios 25:21). «No digas: ‹Haré con él como el hizo conmigo›» (Proverbios 24:29) «Dé la mejilla al que lo hiere y sea colmado de afrentas» (Lamentaciones 3:30).

Hay abundante misericordia en el Antiguo Testamento. Así que la ética antigua se basaba en la ley del toma y daca. Es verdad que esa ley era ya misericordiosa; es verdad que era una ley para un juez y no para la persona individual; es verdad que nunca se llevaba a cabo literalmente; es verdad que había acentos de misericordia que se percibían al mismo tiempo. Pero Jesús obliteró el mismo principio de esa ley, porque la venganza, por muy controlada y restringida que esté, no tiene lugar en la vida cristiana.

El fin del resentimiento y de la venganza

Así que para el cristiano, Jesús abole la antigua ley de la venganza limitada e introduce el nuevo espíritu que excluye el resentimiento y la venganza. De ahí pasa a dar tres ejemplos del espíritu cristiano en acción. El tomarlos con un literalismo crudo y obtuso seria perderse totalmente su enseñanza. Por tanto, es muy necesario, comprender lo que Jesús está diciendo.

(i) Dice que si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha debes ofrecerle también la otra.

Hay aquí más de lo que parece a simple vista, mucho más que una mera cuestión de bofetadas. Supongamos que el hombre es diestro, y quiere darle una bofetada al que tiene delante en la mejilla diestra, ¿cómo lo haría? A menos que haga las contorsiones más complicadas, lo cual privaría al golpe de toda su fuerza, no puede dar la bofetada más que de una manera: Con el revés de la mano. Ahora bien, según la ley judía rabínica, el golpear a una persona con el revés de la mano era doblemente insultante que si se le hubiera dado con el derecho de la mano. Así que, lo que Jesús está diciendo es: «Aun en el caso de que un hombre te dirija el insulto más calculado y peor, no debes vengarte de ninguna manera ni guardarle el menor resentimiento.» No es probable que nos suceda a menudo, ni casi alguna vez, que alguien nos dé una bofetada; pero una y otra vez la vida nos brinda insultos, grandes o pequeños; Jesús está diciendo aquí que el verdadero cristiano ha aprendido a no tener resentimiento ni buscar venganza de ningún insulto o desprecio.

A Jesús mismo le llamaban glotón y borracho. Le llamaban amigo de publicanos y de prostitutas, sugiriendo que era como ellos. A los primeros cristianos los llamaron caníbales e incendiarios, y los acusaron de inmoralidad brutal y desvergonzada, porque sus cultos incluían La Fiesta del Amor. Cuando Shaftesbury asumió la causa de los pobres y de los oprimidos le advirtieron de que eso querría decir que «se haría impopular con sus amigos y la gente de su propia clase,» y que «tendría que renunciar a toda esperanza de llegar a ser nunca miembro del parlamento.» Cuando Wilberforce empezó su cruzada para liberar a los esclavos se divulgaron deliberadamente acusaciones calumniosas de ser un cruel marido, de golpear a su esposa, y de que estaba casado con una negra. Una y otra vez en la iglesia alguien se siente ofendido porque no le han invitado a una fiesta, o han omitido su nombre en el voto de gracias, o no se le dio el puesto o el reconocimiento que merecía.

El verdadero cristiano ya no se acuerda de lo que quiere decir que le insulten; ha aprendido de su Maestro a aceptar cualquier insulto sin resentimiento, y sin buscar jamás la venganza.

(ii) Jesús pasa a decir que si alguien trata de quitarnos la túnica en un juicio, no sólo debemos permitírselo sino ofrecerle también la capa.

Aquí también hay mucho más de lo que aparece a simple vista. La túnica, jitón, era la camisa larga interior que se hacía de algodón o de lino. Hasta el más pobre tendría una muda de túnicas. La capa era la pieza de ropa exterior grande, de abrigo que uno se ponía encima de la túnica, y que usaba como manta por la noche. De ésta no tenía un judío corrientemente más que una.

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