Jesús enseña sobre el enojo

Y habrá muchas personas que exteriormente son un modelo de rectitud, pero cuyos pensamientos íntimos son culpables delante de Dios. Habrá muchas personas que puedan ser declaradas no culpables en el juicio humano, que no puede ser nada más que de cosas externas, pero cuya bondad se colapsa ante la mirada todo escrutadora de Dios.

(iii) Y en ese caso, esto quiere decir que cada uno de nosotros es culpable; porque no hay ni uno solo que pueda resistir este juicio de Dios.

Aun si hemos vivido una vida de perfección moral externa, no hay nadie que pueda decir que no ha experimentado nunca el deseo prohibido de cosas malas. Para la perfección interior, lo único que es suficiente alegar es decir que el yo ha muerto y Cristo vive en uno. «Con Cristo estoy juntamente crucificado -dice Pablo-, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). El nuevo nivel mata todo orgullo, y nos impulsa a Jesucristo, Que es el único que puede permitirnos alcanzar ese nivel que Él mismo nos propone.

La ira prohibida

Habéis oído que se decía entre dos de tiempos antiguos: «No matarás;» y «cualquiera que mate será llevado a la sala de juicio.» Pero Yo os digo que cualquiera que se enfade con su hermano será llevado a juicio; y el que le llame a su hermano «¡Estúpido idiota!» tendrá que comparecer ante el tribunal supremo; y al que le llame a su hermano: «¡Necio!» se le echará a la Guehenna de fuego.

Aquí tenemos el primer ejemplo del nuevo nivel que Jesús propone. La antigua Ley había establecido: «No matarás» (Éxodo 20:13); pero Jesús establece que hasta el enfado con un hermano está prohibido. En la traducción clásica inglesa se encuentran las palabras sin causa, que no están en ninguno de los grandes manuscritos; esto no es nada menos que una total prohibición de la ira. No basta con no golpear a una persona; lo único que sería suficiente es no desear siquiera golpearle; ni siquiera tener un sentimiento duro contra él en el corazón. En este pasaje Jesús sigue el razonamiento a la manera de los rabinos. Se muestra experto en el manejo de los métodos de discusión que tenían costumbre de usar los sabios de Su tiempo. Hay en este pasaje una sutil gradación de la ira, y una correspondiente sutil gradación del castigo.

(i) En primer lugar tenemos al que está enojado contra su hermano. En el original el verbo que se usa aquí es orguizesthai. En griego hay dos palabras para ira. Está thymós, que se comparaba con la llama que prende en la paja seca. Es la ira que se inflama rápidamente y que se consume con la misma rapidez. Es una ira que surge deprisa y que también pasa deprisa. Está orgué, que se describía como una ira que se hace inveterada. Es la ira de larga vida; es la ira de la persona que arropa su rabia para mantenerla calentita; es la ira que uno cultiva, y no deja morir.

La ira está sujeta a juicio. Este juicio era el tribunal local que dispensaba justicia. Estaba formado por ancianos de la localidad, y variaba en su número desde tres en las aldeas de menos de ciento cincuenta habitantes, hasta siete en los pueblos mayores y veintitrés en las ciudades todavía mayores. Así pues, Jesús condena toda ira egoísta. La Biblia deja claro que la ira está prohibida «La ira del hombre -dice Santiago- no obra la justicia de Dios» (Santiago 1:20). Pablo manda a los suyos que depongan toda «ira, enojo, malicia, blasfemia» (Colosenses 3: 8). Hasta el más elevado pensamiento pagano reconocía la insensatez de la ira.

Cicerón decía que cuando entraba la ira en escena «no se podía hacer nada recto ni con sensatez.» En una frase lapidaria, Séneca llama a la ira «una locura breve.» Así es que Jesús prohíbe definitivamente la ira que se cultiva, la ira que no se quiere olvidar, la ira que se niega a pacificarse, la ira que busca venganza. Si hemos de obedecer a Jesús, hemos de desterrar de la vida toda clase de ira, y especialmente la que se mantiene demasiado tiempo. Es una advertencia el recordar que uno no se puede llamar cristiano y perder los estribos por cualquier ofensa personal que haya sufrido.

(ii) De aquí Jesús pasa a hablar de dos casos en los que la ira se manifiesta en palabras insultantes.

Los maestros judíos prohibían tal ira y tales palabras. Hablaban de «opresión en palabras,» y de «el pecado del insulto.» Tenían un dicho: «tres tipos descienden a la gehena para no volver: el adúltero, el que avergüenza a su prójimo en público, y el que le pone a su prójimo un mote insultante.» Están igualmente prohibidas la ira del corazón y la ira de las palabras.

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