Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: ‹No mates, pues el que mate será condenado.› Pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado. Al que insulte a su hermano, lo juzgará la Junta Suprema; y el que injurie gravemente a su hermano, se hará merecedor del fuego del infierno. Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda. ¿Por qué no juzgas por ti mismo lo que es justo? Si alguien te demanda y vas con él a presentarte a la autoridad, procura llegar a un acuerdo con él mientras todavía estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo. Mateo 5:21-26; Lucas 12.57-59
La nueva autoridad
Esta sección de las enseñanzas de Jesús es una de las más importantes del Nuevo Testamento. Antes de estudiarla en detalle hay ciertas cosas generales que debemos mencionar. Jesús habla en ella con una autoridad que ningún otro hombre soñaría con atribuirse. La autoridad que Jesús asumió sorprendía siempre a los que entraban en contacto con Él. Al principio mismo de Su ministerio, después de predicar en la sinagoga de Cafarnaum, se nos dice de Sus oyentes: «Y se admiraban de Su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Marcos 1:22). Mateo concluye su relato del Sermón del Monte diciendo: «Cuando terminó Jesús estas palabras, la gente estaba admirada de Su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mateo 7:28). Nos es difícil darnos cuenta exactamente de lo sorprendente que debe de haberles parecido a los judíos que Le escuchaban esta autoridad de Jesús.
Para los judíos, la Ley era absolutamente santa y divina; es imposible exagerar hasta qué punto la reverenciaban. «La Ley -decía Aristeas- es santa, y ha sido dada por Dios.» «Sólo los decretos de Moisés -decía Filón- son perdurables, inalterables e inamovibles, como si la naturaleza misma los hubiera firmado con su sello.» Los rabinos decían: «Los que niegan que la Ley procede del Cielo no tienen parte en el mundo venidero.» Y también: «Hasta si uno dice que la Ley es de Dios con la excepción de este o aquel versículo que dijo Moisés, no Dios, hablando por su boca, entonces se le aplica el juicio. Ha despreciado la Palabra del Señor: ha dado muestras de la irreverencia que merece la destrucción de su alma.» Lo primero en el culto de la sinagoga era sacar los libros de la Ley del arca donde se guardaban, y el llevarlos dando la vuelta a la congregación, para que esta pudiera mostrarles su reverencia. Eso era lo que los judíos pensaban de la Ley; y aquí Jesús cita la Ley no menos de cinco veces sólo para contradecirla y sustituirla por Su propia enseñanza.: Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: ‹No mates, pues el que mate será condenado. (Mateo 5:21), Ustedes han oído que se dijo: ‹No cometas adulterio. (Mateo 5:27), También han oído ustedes que se dijo a los antepasados: ‹No dejes de cumplir lo que hayas ofrecido al Señor bajo juramento. (Mateo 5:33), Ustedes han oído que se dijo: ‹Ojo por ojo y diente por diente (Mateo 5:38), También han oído que se dijo: ‹Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. (Mateo 5: 43). Se atribuía el derecho de indicar las deficiencias de las Escrituras más sagradas del mundo, y corregirlas con Su propia sabiduría.
Los griegos definían exusía, autoridad, como «el poder para añadir o quitar a voluntad.» Jesús reclamaba ese poder aun en relación con lo que los judíos creían que era la Palabra eterna e inmutable de Dios. Esto no lo discutió Jesús, ni se puso a justificarse de ninguna manera por hacerlo, ni trató de demostrar su derecho a hacerlo. Reposadamente y sin cuestión asumió ese derecho. Nadie había oído nunca nada semejante. Los grandes maestros judíos usaban frases características en su enseñanza. La frase característica del profeta era: «Así dice el Señor.» No pretendía tener ninguna autoridad personal; lo único que pretendía era hablar lo que Dios le había dicho. La frase característica del escriba y del rabino era: «Hay una enseñanza acerca de…» El escriba o el rabino jamás se atrevían a expresar ni siquiera una opinión propia a menos que pudieran respaldarla con citas de los grandes maestros del pasado. La independencia era la última cualidad que se atribuirían. Pero para Jesús una afirmación no requería más autoridad que el hecho de que Él la hiciera. Él era Su propia autoridad. Una de dos: O Jesús era un loco, o era único; o era un megalómano, o era el Hijo de Dios.