Jesús iba prosiguiendo Su camino hacia el Sur. Había dejado atrás Galilea y entrado en Judea. Todavía no había entrado en Jerusalén; pero paso a paso y etapa a etapa Se estaba aproximando al desenlace.
Ciertos fariseos vinieron con una pregunta acerca del divorcio con la que esperaban ponerle a prueba. Puede que hubiera más de un motivo detrás de su pregunta. El divorcio era una cuestión candente, un tópico de las discusiones rabínicas, y bien puede ser que quisieran saber honradamente la opinión de Jesús sobre este tema. Puede que quisieran comprobar Su ortodoxia.
Puede que Jesús hubiera dicho ya algo sobre el tema. Mateo 5: 31 s nos muestra a Jesús hablando acerca del matrimonio y el segundo matrimonio, y puede ser que estos fariseos tuvieran la esperanza de que Jesús Se contradijera, y enredarle en Sus propias palabras. Puede ser que supieran lo que Él respondería, y quisieran involucrarle en enemistad con Herodes, que de hecho se había divorciado de su mujer y casado con otra. Bien puede ser que quisieran oír a Jesús contradecir la Ley de Moisés, como hizo en realidad, y por ello formular una acusación de herejía contra Él. Una cosa es cierta: la pregunta que Le hicieron a Jesús no era una pregunta meramente académica y del interés exclusivo de las escuelas rabínicas; era una pregunta que se refería a uno de los temas más acuciantes del momento.
En teoría, no había ideal más alto del matrimonio que el judío. La castidad se reconocía como la más grande de todas las virtudes. « Encontramos que Dios es paciente con todos los pecados excepto con el de la falta de castidad.» « La falta de castidad hace que se ausente la gloria de Dios.» «Cualquier judío debe sacrificar su vida antes que cometer idolatría, asesinato o adulterio.» «El mismo altar vierte lágrimas cuando un hombre se divorcia de la esposa de su juventud.» El ideal se reconocía, pero la práctica estaba muy lejos de él.
El hecho básico que viciaba toda esta problemática era que para la ley judía la mujer era simplemente una cosa. No tenía derechos legales, y estaba totalmente a disposición del marido, que era el cabeza de familia. El resultado era que un hombre podía divorciar a su mujer casi por cualquier causa, mientras que había muy pocos motivos por los que una mujer pudiera divorciarse. (Nótese que al tratar este tema tenemos que usar el verbo divorciar como transitivo: el sujeto era el hombre, y la mujer el objeto). En el mejor de los casos, lo único que podía hacer era pedirle a su marido que la divorciara.
«Una mujer puede ser divorciada con o sin su consentimiento; pero un hombre, solamente con su consentimiento.» Las únicas razones por las que una mujer podía solicitar el divorcio eran: si su marido contraía la lepra; si se dedicaba a un trabajo repugnante, como el de curtidor; si violaba a una virgen, o si la acusaba falsamente de pecado prenupcial.
La ley judía del divorcio se remonta a Deuteronomio 24:1. Dice lo siguiente: «Cuando alguien toma mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, que le escriba carta de divorcio, se la entregue en mano y la despida de su casa.»
En un principio el documento de divorcio era muy sencillo. Decía algo así: « Sea esto por mi parte tu escritura de divorcio y carta de despido y documento de liberación para que te puedas casar con quien quieras.»
En tiempos posteriores el documento llegó a ser más elaborado: « El día –blanco– , de la semana, del–blanco–mes, año del mundo, según el cálculo al uso en el pueblo de–blanco–, situado junto al río , yo, A. B., hijo de C. D., y conocido como–blanco–, presente este día : , natural del pueblo de–blanco–, actuando por libre voluntad y sin coacción, te repudio, devuelvo y divorcio a ti E. F., hija de G. H., conocida por–blanco–, que has sido hasta el presente mi mujer. Te despido ahora E. F., hija de G. H., para que seas libre y puedas a tu gusto casarte con quien quieras sin que nadie te lo impida. Esta es mi carta de divorcio como acta de repudio, certificado de separación, conforme a la Ley de Moisés y de Israel.»