Jesús enseña del matrimonio y divorcio

Un principio nunca se puede convertir en una ley inflexible; un principio siempre se tiene que aplicar en, una situación individual: Por tanto, no podemos zanjar la cuestión del divorcio simplemente citando las palabras de Jesús. Eso sería legalismo; tenemos que tomar las palabras de Jesús como un principio a aplicar en los casos individuales que se nos presenten. En ese caso, surgen ciertas verdades.

(i) No cabe duda de que el ideal es que el matrimonio sea una unión indisoluble entre dos personas, y que se debe entrar en él como una unión total de dos personalidades, no diseñada para hacer posible un acto solamente, sino para hacer posible toda la vida un compartir satisfactorio y mutuamente realizador. Ese es el principio esencial del que debemos partir.

(ii) Pero la vida no es, ni nunca podrá ser, un asunto completamente nítido y ordenado. En la vida no se puede evitar que se presente a veces el elemento de lo impredictible. Supongamos, pues, que dos personas entran en la relación matrimonial; supongamos que lo hacen con las esperanzas y los ideales más elevados; y también supongamos que algo imprevisto va mal, y que la relación que debería ser la alegría más grande de la vida se convierte en un infierno. Supongamos que se solicita toda la ayuda disponible para remediar esta situación rota y terrible. Supongamos que se llama al médico para que ayude en cuestiones físicas; al psiquiatra, para tratar de problemas psicológicos; al sacerdote o al pastor para: cosas espirituales. Supongamos que el problema sigue ahí;, su pongamos que uno de los cónyuges del matrimonio está constituido física, mental o espiritualmente de tal manera que el matrimonio es imposible, y supongamos que el descubrimiento no se podría haber hecho hasta que se hiciera la prueba. ¿Es que. en tal caso estas dos personas han de estar para siempre encadenadas la una a la otra en una situación que no puede sino sumir en la infelicidad a los dos para toda la vida?

Es, sumamente difícil reconocer que tal razonamiento se pueda llamar cristiano; es extremadamente difícil ver a Jesús condenando legalísticamente a dos personas a una situación tal.

Esto no es decir que se deba facilitar el divorcio, pero sí que, cuando todos los recursos físicos y mentales y espirituales se han aplicado a la situación, y esta permanece incurable y hasta peligrosa, hay que ponerle un límite; y la iglesia, lejos de considerar a las personas implicadas en tal situación como algo fuera de su responsabilidad, debe hacer algo, debe hacer todo lo posible con energía y ternura para ayudarlas. No parece que haya otra solución más que aplicar el verdadero espíritu de Cristo.

(iii) Pero en este asunto nos encontramos cara a cara con una situación de lo más trágica. Sucede a menudo que las cosas que hacen naufragar el matrimonio son de hecho cosas que la ley no puede tocar. Una persona, en un momento de pasión y falta de control, comete adulterio, y pasa el resto de la vida en vergüenza y en dolor por lo que ha hecho. El que pudiera repetirse su caída es por lo menos posible en el mundo. Otra persona es un modelo de rectitud en público; el cometer adulterio es lo más remoto que podría ocurrirle; y sin embargo, con una crueldad sádica constante, con un egoísmo diario, con una crítica y sarcasmo y crueldad mental constantes, le hace la vida un infierno a los que viven con ella; y lo hace con una determinación encallecida.

Bien podemos recordar que los pecados que aparecen en los periódicos, y los pecados cuyas consecuencias son más obvias, no tienen que ser necesariamente los pecados más graves a los ojos de Dios: Muchos hombres y mujeres arruinan la relación matrimonial; y, sin embargo, presentan ante el mundo exterior una fachada de rectitud impecable.

Todo este asunto es tal que requiere más simpatía y menos condenación, porque el fracaso de un matrimonio es el que menos se ha de plantear en términos legalistas, y más en términos de amor. En este caso; no es tanto la ley lo que hay que mantener, sino el corazón y el alma de las personas: Lo que se requiere es que haya oración y pensamiento antes del matrimonio; que si un matrimonio está en peligro de fracasar, todos los recursos posibles -médicos, psicológicos y espirituales- deben movilizarse para salvarlo; pero que si la situación es irremediable, debe plantearse, no con legalismo rígido, sino con amor comprensivo.

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