(v) Todo esto nos conduce a la conclusión práctica final: la base del matrimonio es mantenerse unidos, y la base de mantenerse unidos no es otra que ser considerados el uno con el otro. Para que el matrimonio sea un éxito, los cónyuges deben pensar siempre más en términos el uno del otro que cada uno en sí mismo. El egoísmo es el asesino de cualquier relación personal; y esto es especialmente cierto cuando dos personas están vinculadas en el matrimonio.
Somerset Maughan, hablando de su madre, dice que era una persona amable y encantadora, y que todo el mundo la quería. Su padre no era un hombre bien parecido, y tenía pocos dones y gracias sociales. Alguien le dijo una vez a ella: «Cuando todo el mundo está enamorado de ti, y cuando tú podrías tener al que quisieras, ¿cómo puedes seguir siendo fiel a ese monigote feucho de marido que tienes?» Ella contestó sencillamente: «Él nunca hiere mis sentimientos.» No se podría haber hecho mejor elogio.
La verdadera base del matrimonio no es complicada o recóndita; es sencillamente el amor que tiene más en cuenta la felicidad del otro que la propia, el amor que se honra en servir, que puede comprender y, por tanto, que siempre está dispuesto a perdonar. Es decir: es el amor que vemos en Cristo, que sabe que olvidándose de sí mismo se encuentra a sí mismo, y que perdiéndose a sí mismo se completa a sí mismo.
El ideal que se hace realidad
Aquí llegamos a una ampliación necesaria de lo que iba antes. Cuando los discípulos oyeron el ideal de matrimonio que Jesús les proponía, se quedaron. desalentados. Les volverían a la mente muchos dichos rabínicos. Los rabinos tenían muchas sentencias sobre los matrimonios desgraciados. «Entre los que no contemplarán el rostro de la gehena estará el que haya tenido una mala mujer.» ¡Tal persona se salvaba del infierno porque ya había expiado sus pecados en la Tierra!
«Entre los que tienen una vida que no es vida está el hombre al que domina su mujer.» «Una mala mujer es como la lepra para su marido. ¿Cuál es el remedio? Que se divorcie de ella, y así se curará de su lepra.» Hasta se llegó a establecer: « Si uno tiene una mala esposa, su deber religioso es divorciarse de ella.»
Para hombres acostumbrados a escuchar tales dichos, las demandas de Jesús eran algo terrible. Su reacción fue que, si el matrimonio es una relación vinculante para siempre, y si el divorcio está prohibido, es mejor no casarse, ya que no hay salida, así lo veían ellos, para una mala situación. Jesús da dos respuestas.
(i) Jesús dice claramente que no todo el mundo puede aceptar de hecho esta situación, sino solamente aquellos a los cuales se les ha concedido. En otras palabras, solo un cristiano puede asumir la ética cristiana. Solo la persona que tiene la ayuda continua de Jesucristo y la continua dirección del Espíritu Santo puede edificar la relación personal que demanda el ideal del matrimonio.
Solamente con la ayuda de Jesucristo puede uno desarrollar la simpatía, la comprensión, el espíritu de perdón, el amor considerado, que requiere el verdadero matrimonio. Sin esa ayuda estas cosas son imposibles. El ideal cristiano del matrimonio implica el requisito previo de que los cónyuges sean cristianos.
Aquí tenemos una verdad que llega mucho más lejos que su aplicación particular. Siempre estamos oyendo decir: «Aceptamos la ética del Sermón del Monte; pero, ¿Por qué preocuparse de la divinidad de Jesús, de Su Resurrección, de Su presencia resucitada, de Su Espíritu Santo, y toda esa clase de cosas? Estamos de acuerdo en que era un Hombre bueno, y que Su enseñanza es la más elevada que se haya dado jamás. ¿Por qué no dejar ahí la cosa, y vivir de acuerdo con esa enseñanza sin preocuparnos de la teología?» La respuesta es muy sencilla. Nadie puede vivir de acuerdo con la enseñanza de Jesucristo sin Jesucristo. Y si Jesús no era más que un gran hombre bueno, aunque fuera el más grande y el mejor de todos los seres humanos, en el mejor de los casos no es más que un gran ejemplo. Su enseñanza se hace posible solamente con la condición de que Él no está muerto, sino presente aquí y ahora para ayudarnos a llevarla a cabo. La enseñanza de Cristo requiere la presencia de Cristo; si no es así, solo se trata de un ideal imposible -y angustioso.