En los primeros días de la Iglesia Cristina, hasta los discípulos de Jesús pensaban en estos términos, porque leemos que Pedro y Juan se dirigían al templo a la hora de la oración: Un día, Pedro y Juan fueron al templo para la oración de las tres de la tarde. (Hechos 3:1). Aquí también había un peligro: el de pensar que Dios estaba confinado a ciertos lugares sagrados, y olvidar que toda la Tierra es el templo de Dios. Los más sabios de los rabinos vieron este peligro. Decían: «Dios le dice a Israel: Orad en la sinagoga de vuestra ciudad; si no podéis, orad en el campo; si no podéis, orad en vuestra casa; si no podéis, orad en la cama; si no podéis, meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y guardad silencio.»
El problema de cualquier sistema no está en el sistema, sino en los que lo usan. Uno puede hacer de cualquier sistema de oración un medio de devoción o un puro formulismo, practicándolo rutinaria e inconscientemente.
Los judíos tenían una tendencia indudable a alargar las oraciones. Esa tendencia tampoco es exclusiva de los judíos. En los cultos escoceses del siglo XVIII, la longitud se interpretaba como devoción. En aquellos cultos escoceses había una lectura bíblica versículo por versículo que duraba una hora, y un sermón que duraba otra hora. Las oraciones eran largas e improvisadas. El doctor W. D. Maxwell escribe: «La eficacia de la oración se medía por el ardor y la fluidez, y no menos por su férvida (ardiente) longitud.» El rabí Leví decía: «El que hace oraciones largas es oído.» Otra máxima era: «Cuando los justos hacen oraciones largas, sus oraciones son oídas.» Había -y todavía hay- una especie de idea inconsciente de que si aporreamos suficientemente la puerta de Dios, contestará; que se Le puede hablar, y hasta dar la lata a Dios, hasta que nos haga caso. Los rabinos más sabios eran conscientes de este peligro. Uno de ellos decía: «Está prohibido alargar innecesariamente la alabanza del Santo. Se nos dice en los Salmos: «¿Quién puede expresar las poderosas obras del Señor, o proclamar toda su alabanza?» (Salmo 106:2). Según esto, sólo el que puede, puede alargarse y mostrar su alabanza, pero nadie puede.» «Sean siempre pocas las palabras de un hombre delante de Dios, como se dice: «No te precipites con tu boca ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras» (Eclesiastés 5:2).» «La mejor adoración consiste en guardar silencio.» Es fácil confundir la verborrea con la piedad, y la labia con la devoción; y en ese error caían muchos judíos, y otros.
Había otras formas de repetición que los judíos, como otros pueblos orientales, eran propensos a usar y abusar. Los pueblos orientales tenían la costumbre de autohipnotizarse mediante la incesante repetición de una frase o hasta de una palabra. En 1 Reyes 18:26 leemos que los profetas de Baal se pasaron medio día gritando: «¡Baal respóndenos!» En Hechos 19:34 leemos que el gentío efesio estuvo dos horas gritando: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!» Algunos musulmanes se pasan horas y horas repitiendo una palabra sagrada, corriendo en círculos hasta que se provocan un éxtasis, y caen por último inconscientes y agotados. Los judíos lo hacían con la Semá. Es como sustituir la oración por el autohipnotismo. Había otra forma en que la oración judía caía en las repeticiones. Se apilaban todos los títulos y adjetivos imaginables cuando se Le dirigía una oración a Dios. Una de las más famosas empieza: ¡Bendito, alabado y glorificado, exaltado, ensalzado y honrado, magnificado y laudado sea el nombre del Santo! Hay una oración judía que empieza con dieciséis adjetivos diferentes que se aplican al nombre de Dios. Existía una clase de intoxicación con las palabras. Cuando uno empieza a pensar más que en qué decir en cómo decirlo, se le muere la oración en los labios.
El último fallo que Jesús les encontraba a algunos de los judíos era que hacían las oraciones para que la gente los viera. El método judío de la oración facilitaba el que se cayera en la ostentación. Los judíos oraban de pie, con los brazos extendidos, las palmas de las manos hacia arriba y la cabeza inclinada. Había que hacer oración a las 9 de la mañana, a las 12 del mediodía y a las 3 de la tarde. Había que hacerla donde uno se encontrará, y le era fácil al que quisiera el asegurarse de que a esas hora estaría en alguna esquina despejada, o en alguna plaza abarrotada de gente, para que todo el mundo viera lo piadoso que era orando. Le era fácil a uno detenerse en los peldaños de la entrada de la sinagoga, y hacer allí su oración larga y elocuentemente para que todo el mundo se admirara de su excepcional piedad. Era fácil representar una escena de oración a la vista del público. Los más sabios de los rabinos judíos comprendían plenamente y condenaban incansablemente esta actitud. «Una persona hipócrita atrae la ira de Dios sobre el mundo, y su oración no es escuchada.» «Cuatro clases de personas no perciben el resplandor de la gloria de Dios: los burladores, los hipócritas, los mentirosos y los calumniadores.» Los rabinos decían que nadie puede orar de veras a menos que tenga el corazón sintonizado para ello. Establecían que para la perfecta oración se necesitaba antes una hora de preparación personal, y una hora de meditación después. Pero el sistema judío de oración se prestaba a la ostentación si había orgullo en el corazón de un hombre.