(iii) Debemos aprender a amar.
Ya hemos visto que el amor cristiano, agapé, es esa benevolencia inconquistable, esa buena voluntad invencible que no buscará nunca nada más que el bien supremo de la persona amada, sin tener en cuenta cómo nos trata ni lo que nos hace. Ese amor puede venir a nosotros solamente cuando Cristo, Que es ese amor, viene a morar en nuestro corazón -y no vendrá si no Le invitamos. Para ser perdonados tenemos que perdonar, y esa es una condición que sólo el poder de Cristo nos puede ayudar a cumplir.
La tentación como prueba
Y no nos metas en tentación, sino líbranos del maligno. Hay dos cuestiones de significado de palabras que debemos resolver antes de empezar el estudio de esta petición en detalle.
(i) A oídos modernos la palabra tentar siempre tiene un mal sentido; siempre quiere decir tratar de inducir al mal. Pero en la Biblia, el verbo peirazein se traduciría mejor por la palabra probar que por tentar.
En el Nuevo Testamento, tentar a una persona no es tanto tratar de inducirla al pecado como probar su fuerza y su lealtad y su habilidad para el servicio. En el Antiguo Testamento tenemos el relato de cuando Dios probó la lealtad de Abraham haciendo que le demandaba el sacrificio de su hijo único Isaac. En la antigua versión ReinaValera la historia empezaba: « Y aconteció después de estas cosas, que tentó Dios a Abraham» (Génesis 22:1). Está claro que aquí la palabra tentar no puede querer decir que Dios tratara de inducir a Abraham al pecado. Quiere decir más bien poner a prueba su lealtad y obediencia. Cuando leemos el relato de las tentaciones de Jesús, vemos que empieza: «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1). Si tomamos aquí la palabra tentar en el sentido de inducir al pecado, hacemos al Espíritu Santo un cómplice en la conspiración de obligar a Jesús a pecar. Una y otra vez en la Biblia encontraremos que la palabra tentar contiene la idea de probar por lo menos tanto como la idea de tratar de hacer caer en pecado. Así es que aquí tenemos una de las grandes verdades preciosas acerca de la tentación.
La tentación no está diseñada para hacernos caer, sino para hacernos más fuertes y mejores personas; no para hacernos pecadores, sino para hacernos buenos. Puede que fallemos en la prueba, pero no es eso lo que se pretende. Se espera que surjamos más fuertes y más puros. En cierto sentido la tentación no es el castigo de haber nacido, sino la gloria de ser una persona humana.
Cuando se va a usar un metal en un gran proyecto de ingeniería se somete a tensiones y presiones muy por encima de las que se supone que tendrá que soportar nunca. Así tiene que ser probada una persona antes de que Dios pueda usarla totalmente en Su servicio.
Todo esto es cierto; pero también lo es que la Biblia nunca pone en duda la existencia de un poder del mal en el mundo. La Biblia no es un libo especulativo, y no discute el origen de ese poder del mal; pero sabe que está ahí. Es seguro que esta petición de la Oración Dominical no debe traducirse por: «Líbranos del mal,» sino: «Líbranos del maligno.» La Biblia no considera el mal como un principio abstracto o como una fuerza impersonal, sino como un poder activo y personal en oposición a Dios.