(i) Jesús no nos ha pedido nunca que amemos a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestros íntimos y próximos.
La misma palabra es ya diferente; amar a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestra familia no sería posible ni justo. Ésta es una clase de amor diferente.
(ii) ¿Dónde está la diferencia?
En el caso de nuestros familiares, no podemos evitar amarlos. Hablamos de enamorarnos; es algo que nos sucede sin buscarlo; es algo que nace de las emociones del corazón. Pero en el caso de nuestros enemigos, el amor no es algo solamente del corazón; es también algo de la voluntad. No es algo que no podemos evitar; es algo que tenemos que estimularnos a hacer. Es, de hecho, una victoria sobre lo que le sucede instintivamente al hombre natural.
Agapé no quiere decir un sentimiento del corazón, que no podemos evitar, y que nos sucede sin quererlo ni buscarlo; quiere decir una decisión de la mente mediante la cual conseguimos esta inconquistable buena voluntad aun para los que nos hacen daño u ofenden. Agapé, ha dicho alguien, es el poder para amar a los que no nos gustan y a los que no gustamos. De hecho, sólo podemos tener agapé cuando Jesucristo nos permite conquistar nuestra tendencia natural a la ira y al resentimiento, y lograr esta buena voluntad invencible para con todo el mundo.
(iii) Es totalmente obvio que lo que no quiere decir agapé, el amor cristiano, es que dejemos a la gente hacer absolutamente lo que les dé la gana, sin nuestra más mínima intervención.
Nadie diría que un padre ama de veras a su hijo si le deja hacer y vivir como le dé la gana. Si miramos a una persona con una invencible buena voluntad, a menudo esto querrá decir que tenemos que castigarla, reprimirla, disciplinarla y protegerla contra sí misma. Pero también querrá decir que no la castigaremos para satisfacer nuestro deseo de venganza, sino para que se realice como persona. Querrá decir que toda disciplina y todo castigo cristiano debe proponerse, no la venganza, sino la cura. El castigo no debe ser nunca meramente retributivo; tiene que ser curativo.
(iv) Hay que notar que Jesús estableció este amor como la base para las relaciones personales.
La gente usa este pasaje como una base para el pacifismo y como un texto en relación con las relaciones internacionales. Por supuesto que lo incluye todo, pero lo primero y principal es que se refiere a nuestras relaciones personales con nuestra familia y con nuestros vecinos y con las personas que encontramos en nuestra vida diaria. Es mucho más fácil ir por ahí declarando que no debería haber tal cosa como guerra entre las naciones, que vivir una vida en la que nunca permitamos que las desavenencias invadan nuestras relaciones con los que tratamos a diario. En primer lugar y principalmente, este mandamiento de Jesús se refiere a nuestras relaciones personales.
Es un mandamiento del que tenemos que decir en primer lugar y principalmente: «Esto va por mí.»
(v) Debemos notar que este mandamiento es sólo posible para un cristiano.
Sólo la gracia de Jesucristo puede capacitar a una persona para tener esta inconquistable benevolencia y esta buena voluntad invencible en sus relaciones personales con otros. Sólo cuando Cristo vive en nuestros corazones llega a morir la amargura y brota este amor a la vida. Se dice a menudo que este mundo sería perfecto con que sólo la gente viviera según los principios del Sermón del Monte; pero el hecho escueto es que nadie puede ni empezar a vivir según estos principios sin la ayuda de Jesucristo.
Necesitamos a Cristo para que nos capacite para obedecer el mandamiento de Cristo.