(a) Las leían con la mente cerrada. No para buscar a Dios, sino para encontrar argumentos que apoyaran sus puntos de vista. No amaban a Dios de veras; amaban sus propias ideas acerca de Dios. Era tan probable que el agua penetrara en una roca, como que la Palabra de Dios penetrara en sus mentes. No aprendían teología humildemente en la Sagrada Escritura, sino que usaban la Escritura para defender una teología que habían compuesto ellos mismos. Todavía existe el peligro de someter la Biblia a nuestras creencias en lugar de viceversa.
(b) Cometían una equivocación todavía más grave: creían que Dios les había dado una revelación escrita. La revelación de Dios está en la Historia. No se trata de que Dios haya hablado, y nada más; Dios actúa. La Biblia misma no es Su revelación, sino el relato de Su revelación. Pero ellos adoraban las palabras de la Biblia. No hay más que una manera adecuada de leer la Biblia: como testimonio de Jesucristo. Entonces, muchas de las cosas que nos dejan perplejos, o que nos inquietan a veces, se ven claramente como etapas del camino, señalando anticipadamente a Jesucristo, Que es la suprema revelación, y a Cuya luz hay que poner a prueba toda otra revelación.
Los judíos adoraban a un Dios que escribía, más que a un Dios que actuaba; y, por tanto, cuando vino Cristo, no Le reconocieron. La misión de la Escritura no es dar la vida, sino señalar al Que la da. Aquí hay dos cosas supremamente reveladoras.
(i) En el versículo 34, Jesús había dicho que el propósito de Sus palabras era que ellos se salvaran. Aquí dice: Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre. Solo digo esto para que ustedes alcancen la salvación. «No busco la gloria que me puedan dar los hombres.» Es decir: «No estoy discutiendo porque quiero que se me dé la razón. No estoy hablando así porque quiero apabullaros y ganar vuestro aplauso, sino porque os amo y quiero salvaros.»
Aquí hay algo tremendo. Cuando se arma una controversia; ¿cuál es nuestra actitud fundamental? ¿Nos damos por ofendidos? ¿Nos picamos? ¿Nos sentimos heridos en la negra honrilla? ¿Queremos hacerles tragar a los demás nuestras opiniones porque los tenemos por tontos? Jesús hablaba como hablaba solamente porque amaba a las personas. Su tono podía ser serio; pero en esa seriedad dominaba el acento del amor anhelante; Le centelleaban los ojos, pero la llama era la del amor.
(ii) Jesús dice: «A1 que viene en su propio nombre, a ése sí le recibís.» Había habido una sucesión de impostores que pretendían ser el Mesías, y todos habían tenido seguidores: Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: ‘yo soy’, y engañarán a mucha gente. (Marcos 13:6); Pues vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán señales y milagros, para engañar, de ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido. (Marcos 13:22); Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: ‘yo soy el Mesías’, y engañarán a mucha gente. (Mateo 24:5); Porque vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán grandes señales y milagros, para engañar, a ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido. (Mateo 24:24). ¿Por qué sigue la gente a los impostores? Porque son «personas cuyos programas están de acuerdo con los deseos de los demás.» Porque la mayor parte de las personas buscan ideas y religiones que se acomoden a sus deseos. Los mesías impostores venían prometiendo imperios y victoria y prosperidad material; Jesús vino prometiendo una Cruz. La característica del impostor es que ofrece el camino fácil; Jesús ofrece a la humanidad un camino duro para ir a Dios. Los impostores perecieron; pero Cristo vive.
¿Cómo pueden creer ustedes, si reciben gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que viene del Dios único? No crean que yo los voy a acusar delante de mi Padre; el que los acusa es Moisés mismo, en quien ustedes han puesto su confianza. Porque si ustedes le creyeran a Moisés, también me creerían a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo les digo?”
La condenación definitiva
Los escribas y fariseos anhelaban las alabanzas de la gente. Se vestían de forma que todos los pudieran reconocer. Rezaban de manera que los pudieran oír. Les encantaban los primeros asientos de la sinagoga. Procuraban que los saludaran respetuosamente en las calles. Y precisamente por todo eso no podían escuchar la voz de Dios. ¿Por qué? Mientras uno no se compare nada más que con los demás, encontrará motivos para darse por satisfecho. Pero lo importante no es: «¿Soy mejor que mis vecinos?», sino: « ¿Soy tan bueno como el Señor?» «¿Qué opinión tiene de mí el Señor?»
Mientras nos comparemos con nuestros semejantes, siempre podremos encontrar algunos a los que consideremos inferiores y otro a los que consideremos superiores; y eso hace imposible la fe, que nace de un sentimiento de necesidad, como explicó tan claramente Jesús en la parábola del Fariseo y el Publicano (Lucas 18:9-14) Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás: Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano. Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa y ajusto, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.. Cuando nos comparamos con Jesucristo nos vemos reducidos a nuestra estatura real, y entonces nace la fe, porque no podemos hacer otra cosa que confiar en la misericordia de Dios. Jesús acaba con una acusación que no podría por menos de impactar. Los judíos creían que los libros que creían que les había dejado Moisés eran la mismísima Palabra de Dios. Jesús les dijo: «Si hubierais leído esos libros como es debido, os habríais dado cuenta de que todos Me señalan a Mí.» Y prosiguió: «Vosotros creéis que, porque tenéis a Moisés como mediador, estáis a salvo; pero Moisés es el que os condenará. Podría ser que no tuvierais por qué creerme a Mí; pero estáis obligados a creer lo que os dijo Moisés, al que vosotros consideráis insuperable. Pues bien: él escribió acerca de Mí.» Aquí tenemos una verdad grande y aterradora. Lo que había sido el mayor privilegio de los judíos se convirtió en su mayor condenación. No se puede condenar a una persona que no haya tenido oportunidad; pero a los judíos se les había concedido un conocimiento superior, que ellos habían descuidado, y que se había convertido en su condenación. La responsabilidad es siempre la otra cara del privilegio.