No sé como llamarlo; lo único que sé es que creí, y que desapareció la dureza de mi corazón.» Más tarde, cuando el condenado fue al patíbulo, ya no era el endurecido hosco animal que había sido antes, sino un hombre radiante y sonriente. El asesino había nacido de nuevo; Cristo le había dado una nueva vida.
No es imprescindible que suceda de una manera tan dramática. Una persona puede volverse tan egoísta que esté muerta para las necesidades de los demás. Uno puede llegar a ser tan insensible que esté muerto para los sentimientos de otros. Se puede llegar a estar tan involucrado en la falta de honradez y de dignidad que se está muerto para el honor. Hay quienes se sumen de tal manera en la inercia que están espiritualmente muertos. Pero Jesucristo puede resucitarlos. El testimonio de la Historia es que ha resucitado a millones y millones de personas así, y Su toque no ha perdido su antiguo poder.
(ii) Jesús estaba pensando también en la vida venidera. Él trajo la certeza de que la muerte no es el final. Las últimas palabras de Eduardo III el Confesor fueron: « No lloréis. Yo no me voy a morir. Al dejar la tierra de los que mueren, confío en ver las bendiciones del Señor en la tierra de los que viven.» Llamamos a este mundo da tierra de los vivientes; pero sería más correcto llamarlo la tierra de los murientes. Por Jesucristo sabemos que vamos de camino, no hacia el ocaso, sino hacia el amanecer; sabemos que la muerte es una puerta en el firmamento, como ha dicho Mary Webb. En el sentido más auténtico, no vamos de camino hacia la muerte, sino hacia la vida.
¿Cómo sucede esto? Sucede cuando creemos en Jesucristo. ¿Y qué quiere decir eso? Creer en Jesús quiere decir aceptar todo lo que ha dicho Jesús como la verdad absoluta; y jugarnos la vida con entera confianza en que es así. Cuando hacemos eso, entramos en dos nuevas relaciones.
(a) Entramos en una nueva relación con Dios. Cuando creemos que Dios es como nos ha dicho Jesús, llegamos a estar absolutamente seguros de Su amor, y de que es, por encima de todo, un Dios redentor. El miedo a la muerte se desvanece, porque morir es ir con el gran Amador de las almas humanas.
(b) Entramos en una nueva relación con la vida. Cuando aceptamos el camino de Jesús; cuando tomamos Sus mandamientos como nuestra ley, y cuando nos damos cuenta de que Él está siempre dispuesto a ayudarnos a vivir como Él nos manda, la vida se convierte en algo totalmente nuevo. Está revestida de un nuevo encanto, una nueva delicia, una nueva fuerza. Y cuando hacemos nuestro el camino de Jesús, la vida se convierte en una cosa tan preciosa que no podemos concebir que se acabe quedando incompleta.
Cuando creemos en Jesús, cuando aceptamos lo que Él nos dice acerca de Dios y acerca de la vida y nos jugamos el todo por el todo a que es verdad, resucitamos de veras, porque somos liberados del miedo que caracteriza a la vida sin Dios; somos liberados de la frustración que caracteriza a la vida sometida al pecado; somos liberados de la vacuidad de la vida sin Cristo. La vida se eleva de la muerte del pecado para llegar a ser algo tan auténtico que no puede morir, y que no encuentra en la muerte más que la transición a una vida superior.
La emoción de Jesús
Después de decir aquello, Marta se fue a llamar a su hermana María; y le dijo, sin dejar que las otras personas se enteraran: -Ha llegado el Maestro, y quiere verte.
En cuanto lo oyó, María se levantó aprisa y se dirigió al lugar donde estaba Jesús. Él no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde le había encontrado Marta. Entonces los judíos que estaban en la casa haciendo duelo con María, cuando la vieron levantarse aprisa y salir, la siguieron, pensando que se iba a llorar a la tumba. Cuando María llegó adonde estaba Jesús y Le vio, se arrodilló a Sus pies. -¡Señor -Le dijo- , si hubieras estado aquí, mi hermano no se habría muerto!