Jesús calma la tempestad

Al anochecer de aquel mismo día, Jesús entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: –Vamos al otro lado del lago. Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo acompañaron. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas lo acompañaban. Partieron, pues, y mientras cruzaban el lago, Jesús se durmió en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. En esto se desató sobre el lago una fuerte tormenta tan fuerte que las olas cubrían la barca, y la barca empezó a llenarse de agua y corrían peligro de hundirse. Entonces sus discípulos fueron a despertarlo, diciéndole: –¡Maestro! ¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo? –¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo! Él les contestó: –¿Por qué tanto miedo? –¿Por qué están asustados? ¡Qué poca fe tienen ustedes! Dicho esto, Jesús se levantó y dio una orden al viento, y dijo al mar: –¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó, y todo quedó completamente tranquilo. Ellos, admirados, se preguntaban: –¿Pues quién será este, que hasta los vientos y el mar lo obedecen? Mateo 8: 23-27; Marcos 4: 35-41; Lucas 8: 22-25

En cierto sentido ésta era una escena muy corriente en el Mar de Galilea. El Mar de Galilea es pequeño; no tiene más que 20 kilómetros de Norte a Sur y 12 de Este a Oeste por lar más ancho. El valle del Jordán ocupa una profunda falla de la superficie de la Tierra, y el Mar de Galilea es parte de esa falla. Está a 210 metros por debajo del nivel del Mediterráneo. Eso hace que su clima sea templado y benigno, pero también crea peligros. Al Oeste hay colinas con valles y barrancos; y cuando sopla el viento frío del Oeste, estos valles y torrenteras actúan como soplillos gigantescos. El viento parece que se comprime en ellos, y se precipita sobre el lago con una violencia salvaje y con una rapidez alucinante, de manera que la calma de un momento se convierte en un instante en una tormenta rugiente. Las tormentas del Mar de Galilea se producen repentina y violentamente de una manera totalmente imprevisible y única.

W. M. Thomson, en La Tierra y el Libro, describe su experiencia a orillas del Mar de Galilea: En la ocasión a la que me estoy refiriendo, pusimos a continuación las tiendas a la orilla, y pasamos tres días y tres noches expuestos a este viento tremendo. Teníamos que poner dos clavos a todas las cuerdas de la tienda, y a menudo teníamos que colgarnos con todo nuestro peso para que toda la tienda con tantas sacudidas no saliera volando por la fuerza del viento… Todo el lago, como hemos dicho, estaba como azotado furiosamente; las olas rodaban repetidamente hasta la puerta de nuestra tienda, sacudiendo las cuerdas con tal violencia que sacaban los clavos del suelo. Y además, estos vientos no son solamente violentos, sino que bajan repentinamente, y frecuentemente cuando el cielo está perfectamente claro. Yo fui una vez a bañarme cerca de los baños calientes y, antes de que pudiera darme cuenta, el viento llegó rugiendo por los acantilados con tal fuerza que tuve grandes dificultades para alcanzar la orilla.

El doctor W. M. Christie, que pasó muchos años en Galilea, dice que en estas tempestades los vientos parecen soplar en todas direcciones al mismo tiempo, porque se precipitan por los estrechos pasos de las colinas y golpean el agua en ángulo. Nos cuenta de una ocasión: Una compañía de turistas estaba de pie a la orilla en Tiberíades y, notando la superficie cristalina del agua y el reducido tamaño del lago, expresaron dudas sobre la posibilidad de tormentas tales como las que se describen en los evangelios. Casi inmediatamente, se levantó el viento. En veinte minutos, el mar estaba blanco de la espuma que encrespaba las olas.

Grandes oleadas se quebraban contra las torres a las esquinas de los muros de la ciudad, y los turistas no tuvieron más remedio que buscar refugio de las rociadas cegadoras del agua, aunque estaban ya a doscientos metros de la orilla.

En menos de media hora, el plácido solecito se había convertido en una ronca tempestad. Eso fue lo que sucedió aquí. La tormenta se llama seismós, que es la palabra para terremoto. Las olas alcanzaban tal altura que la barca quedaba oculta (kalyptesthai) entre las olas, porque la cresta de las olas se remontaba por encima de ella. Jesús estaba dormido. (Si leemos el relato de Marcos 4:1-35, vemos que, antes de iniciar la travesía Jesús había usado la barca como púlpito para dirigirse a la gente; y, sin duda, estaba agotado). En un instante de terror, los discípulos le despertaron, y la tormenta se convirtió en calma.

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