Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Y el Señor, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Y predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén. Marcos 16: 19,20; Lucas 24: 50-53
El final feliz
La Ascensión del Señor es algo que rebasa nuestra comprensión, porque es algo que no se puede expresar con palabras. Pero es algo que era esencial que sucediera. Sería inconcebible que las apariciones de Jesús fueran desapareciendo paulatinamente hasta dejar de producirse totalmente. Eso sí que habría hecho naufragar la fe de la humanidad. Tenía que llegar el día que marcara la separación entre el ministerio terrenal de Jesús de Nazaret y el ministerio celestial de Cristo. Pero para los discípulos, la Ascensión quería decir tres cosas:
(i) Era un final. Hasta ese momento su fe había estado puesta en una persona de carne y hueso, y había dependido de su presencia física. Desde este momento estarían en relación con Alguien que era independiente del espacio y del tiempo ya para siempre.
(ii) Pero también era un principio. Los discípulos no abandonaron la escena apesadumbrados, sino rebosando de alegría, porque ahora sabían que tenían un Maestro de quien nada ni nadie los podría separar ya. Don Carlos Araujo contrastaba el gozo de los apóstoles después de la Ascensión con la impresión contraria de desamparo y tristeza de la famosa poesía de Fray Luis de León a la Ascensión:
¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto, y Tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro? ¡Cuán pobres, .y, cuán ciegos ¡ay! nos dejas!
«Estoy seguro -decía Pablo- de que nada, ni en la vida ni en la muerte, nos puede separar del amor de Dios que se ha hecho realidad en Cristo Jesús> (Romanos 8:38-39).
(iii) Más aún: la Ascensión les dio a los discípulos la seguridad de que tenían un amigo en el Cielo, y no sólo en la Tierra. Gabriel Miró hace decir a la Samaritana en sus Figuras de la Pasión del Señor: « ¡Rábbi, Rábbi! ¡Por qué has resucitado para subirte al cielo…!» Pero no hay duda de que es maravilloso saber que en el Cielo nos espera el mismísimo Jesús que vivió y actuó tan maravillosamente en la Tierra, y que sufrió una muerte horrible para que nosotros pudiéramos estar con Él para siempre en su Reino. Morir no es ya perdernos en la oscuridad, sino entrar en terreno conquistado por el Vencedor de la muerte, para estar ya siempre con Él.
Los Apóstoles volvieron a Jerusalén rebosando de gozo, y estaban en el Templo alabando a Dios. No es casualidad que el Evangelio según san Lucas acabe donde había empezado: en la Casa de Dios.[/private]