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Jesús aparece a María Magdalena

Y volvieron los discípulos a los suyos. Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María. María Magdalena, de quien había echado siete demonios, estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!, que quiere decir, Maestro. Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron. Marcos 16; 9-11; Juan 20; 10-18

Como ya vimos en la Introducción, el evangelio de Marcos termina realmente en el versículo 8. No tenemos más que leer este pasaje para darnos cuenta de lo diferente que es del resto del evangelio, y además no aparece en ninguno de los grandes manuscritos más antiguos. Es un resumen que se le puso posteriormente para completar lo que faltaba al final que, o bien Marcos no pudo terminar, o se extravió de alguna manera.

El gran interés de este pasaje es la descripción que nos da del deber de la Iglesia. La persona que escribió esta conclusión sin duda creía que la Iglesia tenía ciertas tareas que cumplir que le había asignado Jesús.

(i) La Iglesia tiene una tarea de predicación. Es el deber de la Iglesia, y eso quiere decir de todo cristiano, el contar la historia de la Buena Noticia de Jesús a los que no la hayan oído. El deber cristiano consiste en ser heraldos de Jesús.

(ii) La Iglesia tiene una tarea sanadora. Aquí tenemos un hecho que nos encontramos una y otra vez. El Cristianismo se preocupa de los cuerpos, y no solamente de las almas. Jesús quería traer salud al cuerpo y al alma.

(iii) La Iglesia tiene una fuente de poder. No tenemos que tomar estas palabras literalmente. No tenemos por qué creer que el cristiano ha de tener literalmente el poder de coger serpientes venenosas y de beber líquidos venenosos sin que le pase nada. Pero por detrás de este lenguaje pintoresco está la convicción de que el cristiano está lleno de un poder para enfrentarse con la vida que otros no poseen.

(iv) La Iglesia no se encuentra sola para realizar su tarea. Cristo siempre obra con ella y en ella y a través de ella. El Señor de la Iglesia sigue en la Iglesia y es el Señor poderoso.

Y así termina este evangelio con el mensaje de que la vida cristiana se vive en la presencia y el poder del Que fue crucificado y ha resucitado.

Se ha dicho que esta escena es la más grande historia de reconocimiento de la literatura universal. A María corresponde la gloria de haber sido la primera persona que vio a Cristo Resucitado. Toda la historia está salpicada de referencias a su amor. Había vuelto a la tumba; había llevado la noticia de la tumba abierta a Pedro y Juan, que deben de haberla dejado atrás en su carrera a la tumba; así es que, para cuando ella llegó, ellos ya se habían vuelto a su alojamiento, tal vez por otro camino. El caso es que aquí nos la encontramos otra vez a la entrada de la tumba, llorando desconsoladamente.

No hay por qué buscar razones complicadas para explicar el que no reconociera a Jesús. Lo más sencillo y conmovedor es que no Le veía a través de las lágrimas. Toda su conversación con el Que tomó por el hortelano revela su amor. «Si has sido Tú el que Te Le has llevado, dime dónde Le has puesto.» No mencionó el nombre de Jesús; supuso que todo el mundo sabría a Quién estaba buscando; tenía la mente tan llena de Él que no le quedaba sitio para nadie más en todo el mundo. «Y yo me Le llevaré.» ¿Cómo se Le iba a llevar, y adónde, una mujer sola? Pero ella ni siquiera se había planteado esos problemas. Lo único que anhelaba era poder llorar su amor sobre el cuerpo muerto de Jesús. Tan pronto como Le contestó al Que había tomado por el hortelano, se daría la vuelta hacia la tumba, dándole la espalda a Jesús. Y entonces no hizo falta más que una palabra: « ¡María!» Y otra de respuesta: «¡Maestro mío!» (Rabbuní es la forma aramea de Rabí, que Juan interpreta para sus lectores griegos como es su costumbre).

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