Como concurriesen las turbas a oírle, comenzó a decir: Esta raza de hombres es una raza perversa; ellos piden un prodigio, y no se les dará otro prodigio que el del profeta Jonás; pues a la manera que Jonás fue un prodigio para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para los de esta nación. La reina del mediodía se levantará el día del juicio contra los hombres de esta nación, y los condenará; por cuanto ella vino del cabo del mundo a escuchar la sabiduría de Salomón ; y veis aquí uno, superior a Salomón. Los habitantes de Nínive comparecerán también el día del juicio contra esta nación, y la condenarán; por cuanto ellos hicieron penitencia a la predicación de Jonás ; y veis aquí uno que es superior a Jonás. Lucas 11:29-32
La responsabilidad del privilegio
Los judíos querían que Jesús hiciera algo realmente sensacional para demostrarles que era el Mesías. Unos años después, hacia el 45 d.C., un tal Teudas pretendió ser el Mesías e inició una revolución. Hizo que la gente le siguiera, porque les prometió detener las aguas del Jordán haciendo un camino por en medio para pasar al otro lado. No hace falta decir que fracasó, y los romanos acabaron pronto con los rebeldes; pero eso era la clase de cosa que la gente le exigía a Jesús para probar que era el Mesías. No se daba cuenta de que la mayor señal que Dios había de dar nunca era Jesús mismo.
De la misma manera que Jonás había sido una señal de Dios a Nínive, lo era Jesús para los de su tiempo, pero ellos no le reconocieron. Cuando Salomón era rey, la Reina de Sabá reconoció que su sabiduría era sobrenatural, y vino de muy lejos para beneficiarse de ella; cuando Jonás predicó a los habitantes de Nínive, reconocieron en él la auténtica voz de Dios, y se arrepintieron y salvaron de la destrucción. El Día del Juicio, estas personas se levantarán a dar testimonio en contra de los judíos del tiempo de Jesús, porque éstos habían tenido una oportunidad y un privilegio incomparablemente mayores que los suyos y se habían negado a recibirlos. La condenación de los judíos sería tanto más definitiva cuanto fueron mayores sus privilegios. El privilegio y la responsabilidad van siempre de la mano.
Considerad dos de nuestros mayores privilegios y cómo los usamos.
(i) Todos tenemos a nuestra disposición la Biblia, la Palabra de Dios. Se ha pagado un alto precio para que llegara hasta nosotros. Los traductores de la Biblia al español, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, fueron perseguidos por la Inquisición, y se salvaron de morir en la hoguera gracias a que pudieron huir al extranjero; otros, como Julianillo Hernández, fueron torturados para que delataran a todos los protestantes que conocieran, y dieron su vida para que la Palabra de Dios entrara en España. Y otro tanto sucedió en otros países, como Inglaterra, donde Wyclif, el primer traductor, y Tindale, el que dio a Inglaterra la primera biblia impresa, sufrieron lo indecible y por último dieron sus vidas por la Palabra de Dios. No hay libro que haya costado tanto como la Biblia. En los países de habla española se consiera a la Biblia Reina-Valera como un clásico, lo que quiere decir para muchos un libro del que se ha oído hablar, pero que casi nadie ha leído. Tenemos el privilegio de poseer un ejemplar de la Biblia, de cualquiera de las varias ediciones ahora disponibles: es un privilegio del que tendremos que dar cuenta.
(ii) Disfrutamos de libertad de cultos, que consideramos como un derecho; y esto también es un privilegio que ha costado muchas vidas. Lo malo ps que muchos, como ha dicho humorísticamente alguien, consideran ahora que la libertad de cultos quiere decir libertad para no ir al culto. Este también es un privilegio del que tendremos que dar cuenta.
Si una persona tiene a Cristo, y el Libro de Cristo, y la Iglesia de Cristo, es heredera de todos los privilegios de Dios. Si, poseyéndolos, no los usa, o los rechaza como hicieron los judíos en tiempos de Jesús, ¿cómo responderá cuando se le pidan cuentas de los privilegios que se le concedieron?